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EL NOMBRE I
 

Todo lo que escapa a la actualidad de nuestro conocimiento, permanece como inexistente al no poder nombrarlo. Nombrar es, pues, dar existencia inteligible a las cosas rescatando de ellas su identidad, su cualidad y su sentido universal. A esta facultad exclusiva del hombre siempre se la ha considerado como un legado divino vinculado a la intuición espiritual; no en vano es el propio Jehovah (YHVH) en el relato del Génesis, quien otorga a Adán el poder de nombrar todas las cosas, o sea el de atribuir función y destino a todos los seres y elementos de este mundo en relación a su naturaleza esencial.

Y si bien el propio mundo y la realidad nos preexisten, es en tanto posibilidad indefinida de descubrirlos, de recrear la multitud de sus diferentes pero articuladas significaciones, que la vida adquiere sentido. Todo verdadero conocimiento empieza, en efecto, por la evocación o reminiscencia de un significado cuya plenitud se pretende enlazar; y los significados a su vez cristalizan en un nombre –equivalente a un signo, símbolo, código o marca que siempre sintetiza un aspecto de la realidad cósmica y universal, realidad cuya plenitud (unidad) es Dios o el Ser en Sí Mismo.

El lenguaje, en especial el sagrado, no es sino la articulación ritmada de todas las posibilidades inteligibles de los nombres. Dada la universalidad de las diez sefiroth, la doctrina cabalística les atribuye –además de la de numeraciones– la función y el papel de nombres, vinculados a la identidad y el poder propio de cada aspecto o atributo determinado de la divinidad que ellos expresan; otro tanto ocurre con el importante papel dado a los 99 epítetos sublimes de Allah en la tradición islámica.

En la Cábala, los nombres arquetípicos adoptan cosmológicamente un papel polifacético, al ser tanto relaciones o energías vinculantes como vehículos de la creatividad divina. Así se consideren indistintamente como: inteligencias, poderes angélicos (constructores y transformadores), ideas-fuerza, proporciones inmutables, etc.; no es por ello casual que la ciencia de los nombres y el arte de su invocación formen parte esencial de la metodología y los rituales iniciáticos de todas las tradiciones. Lo que en el budismo es la recitación salmodiada de los mantras, es el japa en el hinduismo, el dhikr en el islam, la propia oración en todas; en resumen, formas particulares de invocación ritual del nombre divino.

En un sentido menos universal el nombre sigue también revelando, incluso literalmente, la esencia de su portador. Por el nombre el individuo se diferencia de los otros individuos siendo el que es y no otro. Por la forma se identifica, por el contrario, con la especie, de la que es un representante particular. Paralelamente los términos Nama-Rupa (nombre y forma) designan, en el hinduismo, la esencia y la substancia de todo ser individual: las medidas cosmológicas de su naturaleza específica, o sea aquello mediante lo cual este ser participa simultáneamente –a su nivel– de lo universal (celeste) y lo particular (terrestre); el nombre, en este caso, simboliza la personalidad esencial, por decirlo así, el sí-mismo de este ser que, siendo único e idéntico a la vez al de todo ser, tiene una connotación propiamente universal, mientras que la forma, siendo "específica", se vincula a su individualidad psicosomática particular, condicionada siempre por los límites y leyes del estado de existencia que ocupa dentro de la realidad cósmica.

Sobrepasar, en este sentido, las condiciones del nombre y de la forma, equivale a escapar de las limitaciones propias de la individualidad y de la especie, accediendo a lo informal y supraindividual, o sea a los estados superiores del ser.

 
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HISTORIA SAGRADA: EL RENACIMIENTO I
 

En acápites anteriores hemos ido viendo cómo todas las épocas históricas de que tenemos noticia han desempeñado una función específica en el conjunto global del ciclo humano. Lo que se denominó el Renacimiento, y a pesar de su duración de apenas dos siglos, marcó definitivamente lo que vendría a ser la posterior historia de Europa y por extensión del mundo.

Con la desaparición del modelo de sociedad tradicional que en verdad representó la Edad Media, se produjo una crisis de valores que penetró en todos los ámbitos de la vida y la cultura, manifestándose una vez más uno de esos períodos críticos que de forma repetitiva y cíclica se dan en la historia de la humanidad. El Renacimiento surge como una respuesta a esa crisis, pero por alguna razón que sólo es posible comprender si se tiene una visión global y sintética de las leyes cíclicas, también preparó el camino que ineluctablemente debía conducir hacia la era de subversión antitradicional que representa el mundo moderno.

En realidad durante el Renacimiento se produjo un cambio que iba a modificar radicalmente las estructuras sociales, políticas y religiosas que hasta entonces habían imperado en Occidente. Al fragmentarse la unidad política de carácter supranacional que se conoció en el Medioevo –unidad fundamentada en la convivencia armoniosa entre el poder temporal y la autoridad espiritual– surgen los estados y las naciones, con la consiguiente afloración de los intereses egoístas y particulares de los gobernantes, unido al poder cada vez más amplio de un nuevo cuerpo social: la burocracia administrativa y la burguesía; el exoterismo religioso agudiza su dogmatismo, lo que trae consigo una ruptura con el esoterismo, que desde la desaparición de la Orden del Temple había visto disminuir enormemente su influencia espiritual.

Todo esto trae aparejado inevitablemente un desconocimiento de las relaciones simbólicas y sagradas que el hombre mantenía con el universo. Nace un concepto nuevo hasta entonces impensable: el humanismo, que reduce todas las cosas al punto de vista simplemente humano, excluyendo de sus esquemas cualquier intervención directa de lo sobrenatural y divino.

Cuando ya no se comprende en toda su extensión el símbolo, y su poder evocador de otras lecturas verticales desaparece, es perfectamente lógico que el deseo de conocimiento, innato en el hombre, se oriente y busque las respuestas en el plano exclusivamente horizontal y material. Esta es una de las razones por las que el Renacimiento se caracterizó como la época de los grandes descubrimientos geográficos, y se comenzase a investigar en el aspecto puramente mecanicista de las cosas, dejando de lado o ignorando el espíritu que las anima.

Ya al final del Renacimiento hombres como Descartes, con sus teorías empíricas y racionalistas, encarnaron esa visión desacralizada del universo y del hombre. Sin embargo, todo lo dicho hasta aquí no deja de ser el punto de vista más exterior y periférico de esta época de grandes contrastes que fue el Renacimiento. Este también supuso una continuación del pensamiento tradicional de Occidente, que no se perdió de una manera definitiva, sino que adoptó otras formas de expresarse de acuerdo a las nuevas condiciones de existencia que se estaban gestando.


fig. 32

 
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HISTORIA SAGRADA: EL RENACIMIENTO II
 

No en vano la palabra Renacimiento quiere decir un "volver a nacer" de algo que ya era y no otra cosa distinta. Se asiste en esta época a un poderoso resurgimiento de la Tradición Hermética y de las ciencias a ella vinculadas como son la Alquimia y la Astrología. Vemos igualmente cómo esta tradición se convierte en el receptáculo donde confluyen diversas corrientes esotéricas y tradicionales. Así, además de la herencia dejada por el hermetismo cristiano medioeval (sobre todo a través de las órdenes de caballería todavía vivas y de ciertas organizaciones iniciáticas como los "Fieles de Amor" a la que perteneció Dante) encontramos el importante aporte de la Cábala hebrea, que como consecuencia de la paulatina expulsión de los judíos de España se expandió por casi todos los países de Europa, y en primer lugar en Italia, como dijimos. Al mismo tiempo se concilió la sabiduría cabalística con el cristianismo, lo cual dio origen a la llamada Cábala Cristiana, cuyo principal inspirador fue Pico de la Mirándola, discípulo de Elías de Medigo, Gemisto Pletón y de Marsilio Ficino.

Un hecho también significativo fue la caída del Imperio de Bizancio en manos de los turcos en 1453, fecha que es habitualmente considerada como el inicio del Renacimiento. Esto produjo que numerosos textos antiguos griegos y alejandrinos (platónicos, pitagóricos y gnósticos) llegaran a Italia y se difundieran rápidamente, gracias especialmente al invento de la imprenta, uno de los grandes logros del Renacimiento.

En todo este conjunto de influencias debemos destacar el "redescubrimiento" de la cultura grecolatina, que se evidenció notoriamente en la arquitectura, la pintura, la escultura y el pensamiento filosófico. Las nuevas técnicas del grabado que nacen con la imprenta son aprovechadas para plasmar el Conocimiento tradicional, dándole además ribetes de una gran belleza plástica y simbólica, como fueron el caso de los grabados de Durero, o de las obras alquímicas de Michael Maier, Basilio Valentino y tantos otros. El Mutus Liber (llamado "Libro Mudo" por contener sólo imágenes) es una clara muestra de la utilización del grabado como medio de transmisión de la doctrina, en este caso alquímica. Se crean por doquier numerosos talleres y escuelas donde se enseñan las disciplinas cosmológicas y herméticas tomando para ello como soporte las artes y los oficios.

Paralelamente a todas estas actividades creadoras, numerosos maestros herméticos del Renacimiento fueron hombres de espíritu y talante liberal que tomaron parte activa en los acontecimientos políticos y religiosos de su época, que se caracterizó por la más refinada sutileza en todas las formas culturales, de lo que son ilustración y ejemplo elocuentes en las artes plásticas: Boticelli, Miguel Angel, Leonardo, Benvenuto Cellini, etc., etc., arte todo él cargado de sentido esotérico y donde las "figuras" y las "imágenes" del discurso pictórico están ligadas a ideas perfectamente claras y de intención didáctica y cosmogónica, todo esto sin mencionar las maravillosas técnicas formales de estos artistas, y la magia poético-simbólica de que hacían gala en su realización, la que a través del tiempo sigue manifestándose en la actualidad.


fig. 33

 
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NOTA: MAGIA
 

Se entiende aquí por magia (sin desconocer formas menores, ineficaces y perversas de esta ciencia) toda actividad ritual intermediaria, dedicada a atraer las energías celestes a la realidad terrestre, de acuerdo a la doctrina de las emanaciones cabalísticas que subordina el mundo elemental y corporal al mundo anímico y astral y ambos al plano estrictamente espiritual, o en otra terminología: intelectual. Por este motivo tanto las prácticas cultuales, como los in-cantamientos, concentraciones, meditaciones, estudios, y especialmente la oración, deben efectuarse teniendo el ánimo y la inteligencia puestos en las verdades más elevadas, en el Dios supremo e incognoscible, más allá de su propia creación. Esto hará que estas prácticas mágicas, o mejor teúrgicas y celestes, que presuponen un conocimiento cosmogónico y metafísico, sean eficientes y adecuadas proporcionalmente a las necesidades que se invocan. Por otro lado este movimiento descendente de energías y fuerzas que se provoca ha de ser completamente subjetivo e interno, o sea de exclusivo interés del sujeto que las practica en íntima relación con el beneficio del Conocimiento. Su característica ha de ser la de la realización de un rito simpático y rítmico con el universo, y estas correspondencias y analogías que se pretende establecer han de ser efectuadas con un total desinterés sobre cosas particulares; o sea con un alto grado de "vaciamiento" e "impersonalidad", para que los efluvios de lo más alto se derramen sobre el "operario" o aprendiz de mago que de ese modo pudiera acceder a las verdades más sutiles y recónditas y a las esferas más altas del Intelecto Divino, a un punto tal que su propio ser se encuentre identificado en todo tiempo y lugar con las más transparentes emanaciones del cosmos y advierta su Unidad y Majestad en todas las cosas, de una manera natural, pues estas verdades son ya consubstanciales con su ser mismo. En este tipo de identificación con el universo y lo que está más allá de él, juega un papel extraordinariamente eficiente el Arbol de la Vida Sefirótico, como modelo del universo e instrumento vehicular y revelador (como el Tarot) de las energías intermediarias entre la Deidad más alta y los seres y las cosas manifestados de forma material, o elemental.

 
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MAGIA Y ARTE
 

Una representación pictórica es una ceremonia congelada, un gesto prototípico capaz de engendrar un sinnúmero de otros gestos igualmente armoniosos. Así concebían el Arte los maestros del Renacimiento, y ese es el caso de la mayor parte de sus creaciones, por ejemplo, "La Primavera" de Botticelli, cuyo contenido mágico y esotérico es evidente, en cuanto transmite las emanaciones del dulce misterio de la vida, percibido plenamente por el autor. Por cierto que Leonardo participaba de este mismo tipo de concepción y se encargó de demostrarlo no sólo por medio de su obra plástica, sino igualmente con su ciencia y con el matrimonio de ésta con su arte en representaciones mecánicas-teatrales, donde manifestó el modelo cosmogónico mediante un grandioso espectáculo que ofreció en la corte de sus protectores. Shakespeare utilizó también la poesía y el teatro para expresar lo esotérico, como asimismo lo hicieron los artistas renacentistas, no sólo italianos, sino alemanes, franceses, flamencos e ingleses (con expresiones tan aparentemente alejadas como la construcción de jardines simbólicos herméticos, o ingenios animados, etc. etc.), hasta entrado el siglo XVIII. El arte era pues un rito, una ceremonia mágica encaminada a establecer una comunicación entre cielo y tierra, en aras de una armonía energética universal designada con el radiante nombre de Belleza.

Igualmente Magia y Arte, han de ser conectados de forma directa con el Amor, como sinónimo de Unión, el que en la práctica cotidiana no sólo ha de identificarse con ideales románticos sino también con la fastuosa genitalidad de la hembra prototípica (una y otra vez individualizada).

No hay nada más valioso que la aventura del Conocimiento y su secuela, la energía del Pensamiento, vale decir los instrumentos motores del Arte que se resuelven en el placer inefable de la Contemplación. Ellos no tienen precio, en verdad, y si hay algo que puede ser llamado lujo es esta magia, que paradójicamente se encuentra al alcance inmediato de todo aquel que es capaz de interesarse verdaderamente en ella; la cual, de cambio en cambio, va produciendo una auténtica transmutación interior.

En realidad esta Introducción a la Ciencia Sagrada, amén de ser un método de autoconocimiento es un tratado de arte teúrgica que se reconoce en las imágenes ordenadas de una cosmogonía y que se revela en la organización de la imaginación, mediante un rito preciso ¡y ay!, extremadamente purificador, al punto de tocar los límites individuales y traspasarlos prorrumpiendo en el luminoso ámbito del Conocimiento y la metafísica, origen y fin de todo poder. Esto es válido tanto para las figuras del Tarot, asociadas a imágenes mentales, como para todo lo que el aprendiz ha trabajado con el modelo cabalístico del Arbol de la Vida. El lector posee ahora un archivo dinámico de imágenes y figuras a las que puede recurrir en cualquier momento. Incluso esos símbolos repercutirán de manera inconsciente en él y serán causa de nuevos efectos que al transformarse otra vez en causas asegurarán una labor mágica ininterrumpida de participación en el cosmos mediante arquetipos tradicionales que posibilitan la constante regeneración del plan del artista divino. Estas prácticas rituales de recreación de imágenes mediante la memoria llevan al recuerdo del sí mismo, a la "reminiscencia" platónica; sobre todo cuando la meditación sobre el objeto mágico que se desea recordar se hace no sólo mediante la atención concentrada, sino también cuando ésta, una vez ejercida, puede ser liberada y volar en pos de una imaginación que nada tiene de arbitraria, pues ha sido provocada y modelada por ideas-fuerza universales, energías sutiles y vivas que finalmente terminan manifestándose en gestos existenciales, al extremo no sólo de signar idearios definidos, sino igualmente de determinar maneras de ser y vivir, criterios morales y normas de conducta. La palabra re-conocer, que hemos empleado en este texto, quiere decir conocer dos veces. En particular la utilizamos en el sentido de volver a conocer lo que ya sabíamos, lo que es lo mismo que descubrir la verdadera identidad, intrínseca unión con el Sí Mismo y sus indefinidos reflejos que perennemente modifican y reconstruyen al cosmos. Ese re-conocer ritual, reiterado, es la razón de ser de este manual, su auténtica esencia, su novedad permanente, y el propósito de aquellos que lo han diseñado. Señalaremos, aunque no sea más que una coincidencia, que el término "reconocer", en castellano, es una palabra rebis, o sea que puede leerse tanto de izquierda a derecha, como de derecha a izquierda, lo que constituye un ejemplo cabal de lo que se entiende por inversión.

 
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CABALA: EL NOMBRE II
 

Para la Cábala el nombre indica la esencia de lo nombrado y por lo tanto la identidad. Esto es así porque ella configura una metafísica del lenguaje, y como tal, las letras del alfabeto son producto del Verbo y la Grafía divinos, de su Palabra y su Escritura.

El nombre divino, el Schem, está dotado de un misterioso poder total, y todo aquel que conoce o participa de algún modo del conocimiento de ese nombre se encuentra compartiendo automáticamente ese poder.

No es, por lo tanto, nada extraño que el nombre de Yahvé no pudiera pronunciarse (e incluso escribirse correctamente), puesto que violar esta prohibición equivaldría a jugar con un poder incontrolable más allá de todo límite o proporción. Por lo que se trataba de nombrar indirectamente, o sólo por algunos atributos a la deidad –y en determinadas circunstancias–, ya que todo nombre sagrado lleva un poder intransferible, un secreto que comparte con todos los nombres; con cualquier cosa nombrada y aun con la posibilidad de nombrar.

Esto otorga una importancia extraordinaria a la palabra y a su expresión: la escritura, lo que conlleva a transferir esta suprema valoración a los textos sagrados, en particular a los cinco primeros libros de Moisés, y a la Biblia en general, lo cual será heredado por las religiones "del libro": tanto por el cristianismo (con el agregado del Nuevo Testamento) como por el islam (Corán), lo que se proyecta en toda la cultura occidental. Haciendo la salvedad de que estos textos no son letra muerta, sino palabra viva, permanente y actual, y el libro un organismo con una energía íntima del que constantemente surge una nueva luz, la verdad, para iluminar los secretos cosmogónicos y metafísicos, revelados y velados a la vez. Desde luego que esto modifica sustancialmente la relación entre el hombre y la escritura, y por lo tanto la del hombre con la lectura, reflejo a su vez de la que mantiene con el nombre y la palabra, derivadas del pensamiento y la conciencia, las que distinguen y singularizan al fenómeno humano. Por lo que la concepción cabalística acerca del hombre se encuentra estrechamente ligada con la posibilidad de nombrar, lo que equivale a decir a la de crear, o re-crear, a la de formar y re-formar el cosmos que en definitiva no es más que un conjunto de nombres proferidos por la Palabra divina.

En la letra está pues el sentido de la creación, la que ha sido realizada precisamente por las combinaciones y permutaciones de los signos del Santo Alfabeto Cósmico, graficados por la pluma de Dios, cuyo nombre se teje de manera oculta en cada una de esas letras y en todas las palabras y nombres, incluso en los espacios vacíos que dejan libres los signos entre sí.

Dice Orígenes que al igual que la magia, el nombre y su poder no son algo vano y sin importancia, sino bien por el contrario una ciencia temible, por lo que hay que utilizar con prudencia y circunspección estos nombres mágicos, cuya eficacia deriva de su pronunciación en su lengua original porque es precisamente el sonido el que actúa.

Los doctores hebreos desarrollaron extensamente estos estudios, fundamentalmente orales, aunque hay numerosos escritos destinados a despertar los genios dormidos mediante el llamado y la escritura de sus nombres, o atributos, como lo han efectuado todas las culturas tradicionales o primitivas, aun cuando no hayan producido necesariamente un lenguaje alfabético, por haberse expresado mediante glifos o emblemas ideogramáticos, o de otra manera análoga, mediante símbolos que fijaban el nombre, y por lo tanto lo que éste representaba, en perfecto acuerdo con el orden cósmico.


fig. 34

 
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