INTRODUCCION A LA CIENCIA SAGRADA 
Programa Agartha

MODULO I

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LA TRADICION HERMETICA
 

Las verdades eternas, conocidas unánimemente y expresadas por sabios de todos los tiempos y lugares, se plasmaron en Occidente en el pensamiento de culturas estrechamente interrelacionadas que en distintos momentos florecieron en regiones ubicadas entre Oriente Medio y Europa, durante esta cuarta y última parte del ciclo, a la que se ha llamado Kali Yuga o Edad de Hierro, y que siempre se vinculó con el Oeste.

Antiquísimos conocimientos patrimonio de la Tradición Unánime fueron revelados a los sabios egipcios, persas y caldeos. Ellos se valieron de la mitología y el rito, del estudio de la armonía musical, de los astros, de la matemática y geometría sagradas, y de diversos vehículos iniciáticos que permiten acceder a los Misterios, para recrear la Filosofía Perenne diseñando y construyendo un corpus de ideas que ha sido el germen del pensamiento metafísico de Occidente conocido con el nombre de Tradición Hermética, rama occidental de la Tradición Primordial. Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, da nombre a esta tradición. En verdad, Hermes es el nombre griego de un ser arquetípico invisible que todos los pueblos conocieron y que fue nombrado de distintas maneras. Se trata de un espíritu intermediario entre los dioses y los hombres, de una deidad instructora y educadora, de un curandero divino que revela sus mensajes a todo verdadero iniciado: el que ha pasado por la muerte y la ha vencido.

Los egipcios llamaron Thot a esta entidad iniciadora que transmitió las enseñanzas eternas a sus hierofantes, alquimistas, matemáticos y constructores, que con el auxilio de complejos rituales cosmogónicos emprendieron la aventura de atravesar las aguas que conducen a la patria de los inmortales.

Autores herméticos han relacionado a Hermes con Enoch y Elías, quienes serían, para los hebreos, la encarnación humana de esta entidad suprahumana a la que identifican con Rafael, el arcángel también guía, sanador y revelador. Esta tradición judía, que se ha considerado siempre como integrante de la Tradición Hermética, convivió con la egipcia antes y durante la cautividad –Moisés es fruto de esta convivencia– y en tiempos de los reyes David y Salomón durante la construcción del Templo de Jerusalén; hace alrededor de tres mil años estos pensamientos se consolidaron en una arquitectura revelada que permitió, una vez más, la creación de un espacio vacío o arca interior capaz de albergar en su seno la divinidad.

En el siglo VI antes de Cristo, que es el mismo siglo de la destrucción del Templo de Jerusalén, y contemporánea de Lao Tsé en la China, del Buddha Gautama en la India, y del profeta Daniel en Babilonia, nace la escuela de Pitágoras que, también heredera de los antiguos misterios revelados por Hermes, iluminará posteriormente a la cultura griega, tanto a los presocráticos como a Sócrates y Platón. Este pensamiento hermético influyó notablemente en la cultura romana, en los primeros cristianos y gnósticos alejandrinos, en los caballeros, constructores y alquimistas de la Europa medioeval y en los filósofos y artistas renacentistas, nutriéndose al mismo tiempo de los conocimientos cabalísticos y del esoterismo islámico.

Luego florecen estas ideas hermético-iniciáticas en el movimiento rosacruz que se desarrolla en Alemania y en la Inglaterra de la época isabelina, habiendo sido depositadas estas antiguas enseñanzas, posteriormente, en la Francmasonería. Esta Orden, que en su apariencia exotérica no ha podido escapar a la degradación y disolución promovidas por la humanidad actual, conserva sin embargo en sus ritos y símbolos ese germen revelado y revelador, activo en el seno de unas pocas logias que han logrado sustraerse a las modas innovadoras que amenazan a Occidente con sucumbir, y mantienen ese vínculo regenerador con el eje invisible de la Tradición que se dirige siempre hacia el verdadero Norte, origen y destino de la humanidad, del que esta tradición nunca se ha separado.

Hermes y la Tradición Hermética viven actualmente. Su presencia es eterna.

 
2
LO EXOTERICO Y LO ESOTERICO
 

Todos los símbolos sagrados, tanto los expresados por la naturaleza como los adquiridos por los hombres mediante revelación divina, ya sean éstos gestuales, visuales o auditivos, numéricos, geométricos o astronómicos, rituales o mitológicos, macro o microcósmicos, tienen una faz oculta y una aparente; una cualidad intrínseca y una manifestación sensible, es decir, un aspecto esotérico y otro exotérico.

Mientras el hombre profano –que es tal por su estado caído– únicamente puede percibir lo exterior del símbolo, pues ha perdido la conexión con su origen mítico y su realidad espiritual, el iniciado más bien procura descubrir en él lo más esencial, lo que se encuentra en su núcleo interior, lo que no es sensible pero sí inteligible y cognoscible, la estructura invisible del cosmos y del pensamiento, su trama eterna, es decir, lo esotérico, que constituye también el ser más profundo del hombre mismo, su naturaleza inmortal.

Al tomar contacto e identificarse con esa condición superior de sí mismo y del Todo, constata que signos y estructuras simbólicas aparentemente diversas son sin embargo idénticas en significado y origen; que un mismo pensamiento o idea puede ser expresado con distintos lenguajes y ropajes sin alterarse en modo alguno su contenido único y esencial; que las ideas universales y eternas no pueden variar aunque en apariencia se manifiesten de modo cambiante.

El cosmos, la creación entera, contiene una cara oculta: su estructura invisible y misteriosa que lo hace posible y que es su realidad esotérica, pero que al manifestarse se refleja en miríadas de seres de variadísimas formas que le dan una faz exotérica, su apariencia temporal y mutable. En el hombre sucede lo mismo: el cuerpo y las circunstancias individuales son las que constituyen su aspecto exotérico y aparente, siendo el espíritu lo más esotérico, lo único Real, su origen más profundo y su destino más alto.

Si los cinco sentidos humanos son capaces de mostrar lo físico, la realidad sensible, ese sexto sentido de la intuición inteligente y la mirada interna que se adquiere por la Iniciación en los Misterios permite Ver más allá; da acceso a una región metafísica en la que los seres y las cosas no están sujetos ya al devenir ni signados por la muerte. Esa visión esotérica identifica al hombre con el Sí Mismo, es decir, con su verdadero Ser, su esencia inmortal de la que se percata gracias al Conocimiento y al recuerdo de Sí.

Mientras lo exotérico nos muestra lo múltiple y cambiante, lo esotérico nos lleva hacia lo único e inmutable.

Con una mirada esotérica, que se irá abriendo gradualmente en nuestro camino interior, iremos comprendiendo y realizando que el espíritu del Padre, su Ser más interno, es idéntico al espíritu del Hijo. Esta conciencia de Unidad es la meta de todo trabajo de orden esotérico e iniciático bien entendido. Hacia Ella se dirigen todos nuestros esfuerzos; en Ella ponemos nuestro pensamiento y nuestra concentración interior.

 

3
LA VIA SIMBOLICA
 

El símbolo es la huella (o el gesto) visible de una realidad invisible u oculta. Es la manifestación de una idea que así se expresa a nivel sensible y se hace apta para la comprensión. En un sentido amplio toda la manifestación, toda la creación, es una simbólica, como cada gesto es un rito, sea esto o no evidente, pues constituye una señal significativa.

El símbolo nombra a las cosas y es uno con ellas, no las interpreta ni define. En verdad la definición es occidental y moderna (aunque nace en la Grecia clásica) y podría ser considerada como la puerta a la clasificación posterior.

El símbolo no es sólo visual, puede ser auditivo, como es el caso del mito y la leyenda, o absolutamente plástico y casi inaprehensible como sucede con ciertas imágenes fugaces que, sin embargo, nos marcan. En la época actual se le suele asociar más con lo visual, porque la vista fija y cristaliza imágenes en relación con estos momentos históricos de solidificación y anquilosamiento más ligados a lo espacial que a lo temporal.

El símbolo es el intermediario entre dos realidades, una conocida y otra desconocida y por lo tanto el vehículo en la búsqueda del Ser, a través del Conocimiento. De allí que los distintos símbolos sagrados de las diferentes tradiciones –y por cierto también los símbolos naturales– se entretejan y se vinculen entre sí constituyendo una Vía Simbólica para la realización interior, a saber: para el Conocimiento, o sea el Ser, dada la identidad entre lo que el hombre es y lo que conoce. Lo mismo es válido para los ritos que promueve este manual, comenzando por el estudio y la meditación. Por eso es necesario que el lector tenga una visión lo suficientemente clara de la cosmogonía, arquitectura del universo reproducida en el hombre, para utilizar el modelo del Arbol de la Vida, llamado también Sefirótico, ubicarse y trascenderlo, mediante la aceptación de un Orden capaz de mostrarnos lo que está más allá de él. Nos estamos refiriendo a la movilización de todo nuestro ser que los símbolos como intermediarios procuran, al viaje o navegación por las sutiles entretelas de la conciencia, a la sorpresa de percibir mundos nuevos que permanecían invisibles y sin embargo nos son familiares, hechos todos estos que jalonan el proceso mágico de Iniciación, caracterizado por los grados de Conocimiento de otras realidades espacio temporales, o mejor, de otra forma de percibir la realidad.

Lo metafísico, esa región desconocida y misteriosa, se manifiesta en el mundo sensible por intermediación del símbolo. Gracias a éste, es posible el Conocimiento para el ser humano; imágenes y símbolos nos permiten tomar conciencia del mundo que nos rodea, de lo que éste significa y de nosotros mismos.

Los símbolos sagrados, revelados, han sido depositados en todas las tradiciones verdaderas. Los sabios de distintos pueblos, por medio de la Ciencia y el Arte, han promovido siempre el conocimiento de esos mundos sutiles que los propios símbolos testimonian. Ellos permiten que aquellas realidades superiores toquen nuestros sentidos y posibilitan que el hombre, a partir de esta base sensible, se eleve a esas regiones que constituyen su aspecto más interno: su verdadero ser.

La vía simbólica que este Programa propone, con todas las experiencias que ella implica, podrá llevarnos de una manera ordenada y gradual hacia ese Conocimiento.

El símbolo plasma una fuerza, una energía invisible, una idea. Lo que él expresa y lo que contiene en su interior se corresponden en perfecta armonía. No debe nunca confundirse con la alegoría, ya que ésta se correlaciona más con sustituciones y suposiciones y por lo tanto carece de conexión clara con lo interno y verdadero. También es importante apuntar que los símbolos a que nos referimos no son meras convenciones inventadas por los hombres; ellos son "no humanos", se encuentran en la estructura misma del cosmos y el ser humano. Al ser los intermediarios entre lo invisible y lo visible promueven la conciencia de mundos superiores y regiones supracósmicas.

Es muy notable el hecho de que los símbolos principales se repitan de modo unánime en todos los pueblos de la tierra en distintos momentos y lugares. Muchas veces esta identidad es incluso formal, aunque, como ya se ha dicho, a menudo podremos encontrar símbolos de diferente forma pero idéntico significado. En todo caso, todos se corresponden con un arquetipo único y universal del que cada uno de esos pueblos ha extraído sus símbolos particulares.

Los símbolos sagrados son capaces de revelar ese modelo único, a su Creador, y aún lo increado; pero a la vez velan esas realidades superiores y se cubren de un ropaje formal, aunque conservan siempre su aspecto interno e invisible.

 

4
ARITMOSOFIA
 

Los números poseen una realidad mágico teúrgica, que los hombres de nuestros días hemos olvidado, y que trataremos de recuperar. Ellos son módulos armónicos y medidas que relacionan al microcosmos (hombre), con el macrocosmos (universo), y responden a vibraciones secretas, que encuentran sus correspondencias en todas las cosas. Desde los acontecimientos mundiales, a los sucesos locales e individuales, los que forman parte de la armonía universal, que se expresa también a través de números y medidas, semejando una gran sinfonía. De allí la conexión con la música, y particularmente con los ritmos y los ciclos.

Por lo tanto el número es un lenguaje universal conocido por todos los pueblos, que siempre ha sido considerado como un símbolo revelado, capaz de sintetizar y ordenar el universo, y como un magnífico vehículo apto para establecer relaciones entre las cosas, entretejiendo los variados órdenes de la existencia y los escalonados mundos o planos de la realidad.

Aunque la sociedad moderna pareciera creer que los números fueran una invención humana, producto del progreso, muy útiles para hacer cálculos estadísticos, así como para medir, clasificar y en general contar objetos de toda índole, percibiendo a la serie numérica como una sucesión indefinida y horizontal –en una sola dimensión–, carente en absoluto de un significado otro, en las sociedades tradicionales, por el contrario, los números son concebidos como deidades ordenadoras, como intermediarios, portadores de energías e Ideas superiores que ellos mismos plasman en el cosmos entero.

Los números se corresponden de modo preciso con las figuras de la geometría y las notas musicales como hemos dicho, en perfecta armonía con las leyes de la Astrología y el orden del universo.

El recorrido que hacen los números desde el uno hasta el diez (de lo casi inmanifestado a la manifestación) nos enseñará cómo emprender el camino de retorno, a partir de la realidad física, en búsqueda de la Unidad metafísica.

El número, como todos los símbolos, es susceptible de ser observado bajo dos aspectos: exterior e interior. Desde el punto de vista externo los símbolos numéricos expresan meramente cantidades; desde el interno, manifiestan más bien cualidades del ser. Nuestro Programa hará énfasis en la visión cualitativa, que es la principal, ya que desde nuestro punto de vista lo cuantitativo es secundario y derivado de lo cualitativo.

Esta visión esotérica de la Numerología fue transmitida a Occidente por medio de la Escuela Pitagórica, aunque se la encuentra también en todas las culturas ligadas a la Tradición Primordial.

Según los pitagóricos todas las cosas se sintetizan en los nueve primeros números; éstos a su vez pueden resumirse en los tres primeros; y ellos están contenidos en la unidad.

Los trabajos numéricos y geométricos que sugerimos promueven una labor de síntesis, siempre en la búsqueda de la unidad de nosotros mismos; de la unidad del cosmos; de la Unidad del Ser.

 

5
EL CIRCULO
 

De entre los símbolos fundamentales comunes a todos los pueblos es sin duda el círculo el más generalizado y el que aparece más frecuentemente en todas las manifestaciones humanas conocidas. Esto se debe, en efecto, a la misma naturaleza de lo que la forma circular significa. Ya que todo en la vida y en el mundo tiende a realizar este movimiento, presente tanto en las expresiones naturales como en las humanas. De hecho una recta, o sucesión de puntos, que progrede indefinidamente, describe un movimiento circular que la curvatura del espacio haría regresar a su punto de origen. En forma de círculos se expanden las radiaciones de energía, y esos remolinos o espirales conforman las estructuras de cielo y tierra, como bien puede observarse en lo sideral y en lo molecular. El círculo, junto con sus símbolos asociados, es pues una de las imágenes básicas del conocimiento simbólico y volveremos una y otra vez sobre el tema.

Puede advertirse en la figura precedente que no hay circunferencia sin un punto interior que la genere pues ella extrae su forma, así la tracemos con compás o cordel, de un centro existente previamente. Conjuntamente, circunferencia y centro conforman la circularidad. El centro generalmente es invisible, o tácito, o se halla otras veces específicamente señalado como elemento constitutivo. Este punto original es el que emana su energía a todos los puntos de la circunferencia, que son un reflejo de su potencialidad en un plano definido y limitado. Esas emanaciones son representadas como irradiaciones del centro y formas de conexión entre éste y la periferia. La más sencilla y notable de estas figuraciones es la siguiente:

Este es también el símbolo del cuaternario, o sea el de la manera cuatripartita en que se produce toda manifestación. Los ejemplos más claros de esta división son los cuatro puntos cardinales en el espacio, las cuatro estaciones del día o del año en el tiempo, la interacción de los elementos que en orden cambiante configuran la materia, las cuatro edades en la vida de un ser humano, etc. O sea, que este número caracteriza a todo lo creado.

La cruz es pues el símbolo del número cuatro en su aspecto dinámico y generativo, el cual recibe su energía original de la quintaesencia central, del punto que es el origen de la irradiación, y al que ésta ha de volver necesariamente en un espacio curvo.

Advertencias:

a) Debe considerarse asimismo al círculo como una esfera. Es decir, agregar volumen, o tridimensionalidad, a las figuras simbólicas planas con las que iremos trabajando.

b) No se han de considerar a los símbolos como exteriores a nosotros, pues se debe tomar en cuenta que la esfera del universo nos envuelve. Estamos dentro de ella, somos uno con ella.

 

6
CABALA
 

Poco a poco iremos desarrollando diferentes métodos herméticos, entre ellos el de la Cábala judía, utilizado también por los cristianos a partir del Renacimiento. "Cábala" significa literalmente "Tradición", y se refiere tanto al legado de la doctrina que fue revelada a los antiguos patriarcas y profetas del pueblo judío, como a la recepción y vivificación de esa doctrina que proviene –como toda Enseñanza verdadera– de la Gran Tradición Unánime.

Bástenos por ahora decir que trabajaremos especialmente con el símbolo del Arbol de la Vida Sefirótico. Este diagrama es un mapa del cosmos, un modelo del universo, y es válido tanto para el hombre como para la creación entera.

Los centros y corrientes de energía que conforman este diagrama están en relación con los números y las letras sagradas, la Astrología, la Alquimia (o Arte de las transmutaciones), las láminas del juego del Tarot, la simbólica de la música, y de la geometría, manifestaciones todas ellas de la construcción armónica de la mansión interna. Este modelo es pues un mandala, un juego de símbolos, un intermediario sintético entre nosotros y lo desconocido, a través de una serie de espíritus, o deidades, que se articulan jalonando un camino mágico evolutivo, que todos los pueblos del mundo han conocido, que constituía el fundamento de su cultura, y al que guardaban como su más preciado secreto. Nos estamos refiriendo a los Misterios de la Iniciación.

 

7
MUSICA
 

Se sabe que antes de hacerlo por el aire, el sonido se propaga por el éter; este quinto elemento o quintaesencia hermética, es el origen de los cuatro restantes. Por su extrema rarificación inmaterial, superior a la del fuego, con el que a veces se lo identifica, el éter es el vehículo por excelencia de la luz inteligible y el sonido inaudible, cuya naturaleza vibratoria hace ser a todos los elementos una sola y misma cosa, antes de diversificarse a través de los sentidos hasta el mundo exterior. Por su extrema plasticidad, pureza, y receptividad absolutas, la Tradición también ha asimilado simbólicamente este elemento al agua, la sustancia universal. De ahí que la concha marina, cuya forma nos recuerda al yoni femenino y a la oreja humana, sea el representante unánime (como las conchas de agua bendita de los templos cristianos) del poder purificador, productivo y "generativo" de este supra-elemento divino.

Es de sobra conocida la leyenda que hace de las conchas las conservadoras del sonido del mar. Esta propagación se realiza en forma ondulatoria, de lo que la espiral es símbolo por excelencia. Diremos además que este símbolo está estrechamente vinculado al logaritmo pentagramático del crecimiento de los seres vivos, lo que explica la estructura espiral misma de las conchas y caracoles, así como la del ácido desoxirribonucleico que preside la cadena genética, y también otros muchos ejemplos que omitiremos de momento.

La medicina pitagórica atribuía a la música un poder terapéutico por excelencia. De ello también nos da referencia la Alquimia, cuando hace coincidir los centros musicales con los centros sutiles, y éstos con las octavas del microcosmos humano. Así vemos cómo la música, encarada desde una perspectiva sagrada, es mucho más de lo que parece. Y también que las naturalezas del tiempo y el espacio, del agua y el fuego, unidas indisolublemente en el éter, origen de su vida, siendo fundamentalmente distintas, se tocan en un punto en donde, sin confundirse, se funden en una Armonía Unica y Universal.

Sócrates, en boca de Platón, confirma a las Musas como las primeras protectoras del arte de la música, de quienes ella recibió su nombre. Como ya hemos afirmado, el tiempo y el espacio se relacionan mutuamente a través del movimiento, y éste no es sino la expresión dinámica o rítmica de una armonía cuyos modelos son los números. Ritmo y proporción, asimilados respectivamente al tiempo y al espacio, son la métrica por la cual ambos quedan recíprocamente ordenados, conformando la presencia viva de aquella misma armonía que se da por igual en el cielo y en la tierra. La propia geometría (geo = tierra, metría = medida) que ordena idealmente el espacio, está virtualmente implícita en la música como relación métrica de sus intervalos. Armonía, número y movimiento son pues términos equivalentes y mutables entre sí, en cuanto se refieren a una misma realidad, ya sea la arquitectura sutil y musical del cosmos, el ritmo respiratorio, las pulsaciones del corazón o el compás alterno de las fases diurna y nocturna del día.

El hombre especialmente recibe con más intensidad que ningún otro ser terrestre el ritmo pulsatorio de la existencia, lo cual, en un sentido, lo convierte en el más capaz de reproducirlo. De naturaleza musical está hecha el alma humana y su inteligencia, ya que son ellas las que captan las sutiles relaciones entre las cosas; la maravillosa articulación que a todas las mantiene unidas, con sus matices, en un todo indivisible que se va revelando a medida que la unidad y la armonía se imponen a nuestro caos particular.

En el hombre, como en un pequeño instrumento en manos de un músico invisible, según se nos dice en el hermetismo antiguo y del Renacimiento, se dan cita todas las potencias, virtudes y ritmos del universo, homologadas o en diapasón con la naturaleza de su estado. Sin embargo no siempre es consciente de ello, ya que su diapasón particular no está en general ritmado al tono universal.


fig. 1

 

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ASTRONOMIA-ASTROLOGIA

Queremos irnos acercando al tema de la Astrología como ciencia cosmogónica y vehículo de realización. Comenzaremos a tratar esta ciencia, eminentemente simbólica, pues ella constituye uno de los caminos más importantes para el conocimiento espacial y temporal de la realidad en la que estamos inscriptos.

Para ello, pidiendo excusas a muy buena parte de nuestros lectores que tratan con este simbolismo desde hace muchos años, empezaremos con algo tan sencillo como los nombres y signos de los siete planetas tradicionales, asimilados a dioses, y a sus correrías por el espacio celeste, sólo limitado por el cinto zodiacal.

Lo mismo con los nombres y signos zodiacales:  
Los siete planetas giran simbólicamente alrededor del Sol, siendo interiores al mismo Venus, Mercurio, Luna y Tierra, y exteriores los más altos: Marte, Júpiter y Saturno.

La palabra Zodíaco, que puede traducirse como 'Rueda de la Vida' (también como Rueda animal), es la secuencia de las doce constelaciones que se encuentran a uno y otro lado de la eclíptica, es decir, del plano curvo imaginario en el cual el Sol recorre en un año la totalidad de la esfera celeste.

En sus recorridos los astros diseñan formas directamente ligadas a la suerte de la Tierra, y de sus habitantes, los hombres, miembros activos del sistema. Estas condiciones nos signan y nos sirven para conocer nuestros límites, marcados primeramente por el lugar y el tiempo de nuestro nacimiento, y a partir de dichos límites podremos optar por lo ilimitado como fundamento de todo orden verdadero.

Desde el comienzo de los tiempos los astros grafican en el cielo una danza contrapuntística y armónica de formas y ritmos computables para el ser humano, el cual, sumido en el caos de un movimiento siempre cambiante, toma esas pautas como más fijas y estables en el transcurrir constante de noches y días que tiende a confundirse en un amorfo sin significado. Estas pautas condicionan su vida, tal cual la cultura en que nacemos, sujeta al devenir histórico y a la determinación geográfica, tampoco ajenos a la sutil influencia de planetas y estrellas. Se trata no sólo de conocer el mapa del cielo como introducción a la comprensión de la Cosmogonía, sino también de considerar la importancia que aquellos tienen en nuestra vida individual y en relación a la integración de ella en el macrocosmos, sin caer en planteos meramente egóticos o simplistas, sino por el contrario con objeto de encontrar en los planetas y el zodíaco puntos de referencia para conciliar las energías anímicas de nuestra personalidad, equilibrándolas de modo tal que el estudio de la Astrología sea un auxiliar precioso del Proceso de Conocimiento (fundamentado en la experiencia que los astros y sus movimientos producen en el ser individual y su existencia) y puedan ser manejadas de acuerdo a las pautas benéficas y maléficas que su propia energía-fuerza dual manifiesta en el conjunto cósmico.

Nota: Utilizaremos los siete planetas tradicionales de la Antigüedad, con exclusión de los modernos Urano, Neptuno y Plutón. Ya hemos dado los símbolos y los nombres, para que el aspirante se familiarice con ellos y los aprenda.

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CABALA
 
Damos a continuación nuevamente el Arbol de la Vida Sefirótico, al que hemos añadido el nombre de cada una de las sefiroth o "numeraciones", o sea de los diez círculos (esferas en lo volumétrico) o "cifras" que lo componen. 
Aunque para fines didácticos lo dividiremos en esferas, planos y columnas, es importante recordar siempre que este Arbol constituye una unidad indisoluble e indivisible y que todas sus partes son aspectos inseparables de esa unidad.

La primera sefirah, Kether (palabra que significa "Corona") es la realidad única, el misterio absoluto, la esencia pura de la que emanan las restantes sefiroth.

La número dos, Hokhmah, la emanación primera, es la Sabiduría divina por la cual la Deidad se conoce a Sí Misma, y permite a todo ser reconocer la Unidad en su interior.

La tercera esfera, Binah, la Inteligencia, es la Gran Madre o Matriz Universal, generadora de todos los mundos y seres, a los que discrimina y forma sólo para devolverlos nuevamente al Uno. Estas primeras tres sefiroth son en realidad una sola: Kether es el Conocimiento, Hokhmah el sujeto que conoce (activo) y Binah el objeto conocido (pasivo).

La cuarta sefirah, Hesed, es la Gracia, el Amor o la Misericordia que se irradia a toda la creación; la quinta (Gueburah o Din) es el Rigor o Juicio divino que niega todo lo que no es el Uno; y Tifereth, la sexta, es la Belleza que entrelaza a todas las sefiroth entre sí.

Netsah, la número siete, la Victoria, es la energía que produce todos los mundos manifestados; y la ocho, Hod, la Gloria, se encarga de reabsorber estos mundos aparentes nuevamente en la Unidad; Yesod, la novena, es el Fundamento que equilibra a las dos anteriores; y finalmente Malkhuth, la número diez, el Reino, constituye el descenso de Kether al mundo material y representa la Omnipresencia e Inmanencia divina en todas las cosas.

Cada una de estas sefiroth tiene una cara oculta y otra visible. Es receptiva con respecto a la anterior y activa en relación a la siguiente.

Es importante hacer notar que en toda sefirah puede verse un Arbol Sefirótico completo, y en cada sefirah de este Arbol otro más, y así hasta lo infinitamente pequeño. Y viceversa, cualquier Arbol por grande que lo imaginemos es sólo una sefirah de otro Arbol mayor, que a su vez es sólo otra sefirah de uno aún mayor, también ad infinitum, como es la estructura del espacio y el tiempo que contiene mundos dentro de mundos y ciclos dentro de ciclos, o sea la de una esfera arquetípica dividida en diez numeraciones (o pequeñas esferas) que se reproducen indefinidamente.

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ALQUIMIA
 

Otra de las artes herméticas es la Alquimia. Así se llamaba en la Antigüedad la ciencia de las transmutaciones, minerales o vegetales, de la naturaleza. Estas operaciones tienen una réplica en el hombre, que puede verse en ellas como en un espejo que reflejara su propio proceso de desarrollo, y simbolizan la posibilidad de la regeneración. Es decir, la de mudar de condición y de forma, a tal punto que la sustancia con que se trabaja –en este caso la psiquis humana en los primeros niveles– pase a ser una cosa distinta de la que conocemos actualmente. Esta búsqueda y hallazgo del Ser es en suma, la auténtica Libertad, no empañada por ningún prejuicio, y puede ser equiparada a un nuevo nacimiento.

La Alquimia del medioevo europeo, que trabaja con las transmutaciones de los metales (y minerales en general), utiliza también la notación astrológica para designar las cualidades simbólicas que distinguen a determinados metales.

Esta asociación entre los astros (deidades y energías celestes) y los metales, no es de ningún modo arbitraria, pues hay una correspondencia constante entre lo alto y lo bajo, y son análogas las fuerzas y energías de los cielos (deidades uránicas) y las de la tierra (deidades ctónicas), aunque es imprescindible señalar que se hallan invertidas las unas respecto a las otras.
Sin embargo estas fuerzas son complementarias y no podrían ser el Universo y el hombre sin la una y la otra pues ellas constituyen la dinámica rítmica, la dialéctica, en que se producen todas las cosas. Por ese motivo el trabajo alquímico, o hermético, se realiza con estas dos energías, armonizándolas, sin excluir ninguna de ellas. Pues como ya veremos es el hombre el que las religa, el verdadero intermediario entre cielo y tierra. Y es por esa misma razón por lo que en las tradiciones antiguas, la Iniciación era y es tomada como una visita del ser humano a las entrañas de la tierra, o un viaje al país de los difuntos, cuando no un descenso a los infiernos de nuestro ignorante psiquismo, imprescindible para un posterior y triunfal ascenso a los cielos. A continuación van los nombres de los tres principios alquímicos y los signos con que se los representa:
La interacción de estos principios y su constante conjugación producen todas las cosas y por lo tanto se hallan presentes en ellas. El Azufre es activo (+), mientras que el Mercurio es pasivo (–). La Sal, tercer principio que liga los precedentes, se puede calificar de neutra (N). El Athanor es el horno o cocina alquímica donde se transforman estos principios de continuo, así como los elementos minerales que ellos originan, los cuales igualmente llevan en sí esta división tripartita. Lo que sucede en el interior del Athanor del mismo modo acontece en el interior del ser humano, especialmente en su psiquis, primer paso en el trabajo hermético, donde estas energías se oponen, se contradicen y se unen, provocando una dialéctica permanente de equilibrios y desequilibrios que conforman la armonía universal. Esta dinámica es una dialéctica en la que los opuestos no se excluyen sino que constantemente confluyen en la unión para poder separarse.

 
 
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