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¿DIOS EXISTE?
 

Es lógico que si el conocimiento y la conciencia que tiene el hombre de sí mismo y del mundo no supera el horizonte de sus sentidos, éste fracase en la tentativa empírica y dialéctica de encontrar una respuesta o demostración a todo lo que le sobrepasa y lo trasciende. La propia noción de Dios no hace sino englobar y resumir en una palabra ese todo. Como ser creado y existente el ser humano no puede concebir sino lo que existe o es de algún modo; a esta condición hemos de añadir otra no menos importante: la forma. Si lo informal o supraindividual escapa al entendimiento racional inmerso en los límites de la sucesión temporal y la dualidad ¿cuánto más difícil le será concebir a lo ilimitado, a un no-algo, o sea a lo no manifestado, a lo que trasciende por completo toda existencia condicionada? Lo Uno y sin par, sólo puede ser conocido necesariamente por Sí Mismo, ¿cómo podría Dios, el Creador o el Sujeto Universal por excelencia, ser un objeto de conocimiento de alguien que no fuera el Sí-Mismo?

La afirmación unánime de la Unidad por parte de todas las tradiciones no se apoya en la existencia o no existencia de Dios, sino en la No-Dualidad Absoluta y Metafísica de todos sus posibles aspectos, ya sean estos inmanifestados o manifiestos. Toda afirmación supone una noción preexistente, y una negación una afirmación previa. Sin la idea anterior y primigenia de un Principio Universal, no existirían ni deístas, ni ateístas, ni politeístas. El ateo, por ejemplo, para negar a Dios ha necesitado primero suponer su existencia (su Ser). No obstante, ante esta confusión, si un cierto deísmo queda justificado exotéricamente ante la necesidad de evocar al objeto último de la fe, igualmente se justifica un cierto ateísmo si se entiende, claro está, no como una pura y absurda negación hacia todo lo que no se comprende, sino como un lógico rechazo a los estereotipos morales y sentimentales que de Dios ofrece actualmente la religión oficial. Las doctrinas metafísicas orientales y las tradiciones arcaicas, por ejemplo, no son deístas ni ateístas. La prolífica multitud de dioses que pueblan los panteones tradicionales no hacen sino revelar la infinita riqueza de matices y aspectos que posee lo Unico e Innombrable, y nada tiene que ver con la versión actual del politeísmo. El nombre completo y verdadero de Dios, dice la tradición cabalística, es impronunciable, tan sólo puede deletrearse (YHVH). Las indefinidas combinaciones a que se prestan sus letras (a las que contempla la ciencia cabalística de la Temurah) crean y producen asimismo todos sus nombres y aspectos posibles en tanto entran en relación con lo manifestado.

Realmente Dios no existe si por existencia entendemos cualquier modo condicionado del Ser; si en este sentido Dios existiera, no sólo ya no sería Infinito y Eterno (ni tampoco el Creador, el Sumo Artífice), sino una criatura, algo creado en suma. Melliza a su infinita trascendencia está su absoluta inmanencia; Dios es todo sin excepción ya que nada podría salir de la Unidad indivisible del Todo y ser un "otro" aparte. "No hay más divinidad (o realidad) que Allah", reza la sentencia islámica. Ciertamente las limitaciones del lenguaje humano y racional son las primeras en obstaculizar la expresión de nociones que están más allá del alcance de la definición y la dialéctica, pues toda definición es ya una limitación de la Realidad Ilimitada. Del núcleo a la periferia del Ser existen innumerables estados intermedios gráficamente representados por indefinidos círculos concéntricos alrededor de un solo punto.

Naturalmente el Centro o Dios en Sí Mismo no es la periferia, al igual que nuestro cuerpo no es nuestro verdadero ser, pero si todo es una única y misma realidad inseparable, Ser y No-Ser, anterior o posterior, principio y fin, son parámetros humanos de comprensión que se unifican en la Vía del Medio. Todos los seres son letras cuya reunión forma un discurso que prueba la existencia de Dios (o sea la presencia de Dios en todo), es decir la "Inteligencia" que pronuncia ese discurso; ya que no puede haber discurso sin verbo, ni nada escrito sin escritor.

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ESPIRITU-ALMA-CUERPO
 

En el acápite 50 de este Módulo, bajo el genérico de "Alimentación y salud", hemos advertido sobre ciertos errores y modos de ver literales que pueden constituirse en verdaderos obstáculos del Conocimiento. Se trataba allí de temas como el de la substitución de lo sobrenatural por lo natural y de equivocados conceptos sobre la salud-enfermedad (relacionados de modo simplificado con el bien y el mal) y asimismo con erróneos criterios acerca del "misticismo" y la "espiritualidad", emparentándolos con determinadas prácticas profilácticas e higiénicas y aun con algún tipo de moral (equivalente a meras sensiblerías y devociones) en substitución del auténtico camino, portador de los secretos de la Ciencia Sagrada. Estas equivocaciones poseen un factor denominador común: la pretensión de materializar lo espiritual (aun con buen ánimo, a saber: hacerlo más accesible, lo que de todas maneras es una imposibilidad), error que es propio de la sociedad actual, que cree exclusivamente en el materialismo, que quiere ser profana y desacralizada y que no hace otra cosa que negar al Espíritu, comulgando con lo que no es. A continuación nos referiremos a ciertas apreciaciones tocantes a espíritu-alma-cuerpo y también a lo que puede comprenderse por lo interno-externo; porque pensamos que alrededor de estos temas pueden producirse confusiones, algunas de ellas derivadas de problemas de terminología, las más de apreciaciones módicas, seguramente enraizadas en ideas limitadas, de aquellas que circulan hoy tan profusamente.

En primer lugar diremos que el binomio espíritu-cuerpo no es tal para la Doctrina Tradicional, la que reconoce un tercer elemento, el alma (el ánima o psiquis) entre ambas. En términos del código cabalístico en que nos estamos expresando y que nuestro lector conoce, diremos que la primera tríada, con Kether a la cabeza, o sea el plano de Atsiluth, podría ser equiparado al espíritu, mientras que el de Asiyah y el reino de Malkhuth se asimilarían al cuerpo. El alma (ánima o psiquis) sería lo que los cabalistas denominan las seis sefiroth de "construcción", o sea el gran plano intermedio, subdividido a su vez en dos mundos: el de Beriyah y el de Yetsirah, el psiquismo superior y el inferior, respectivamente. Como ya nuestro lector sabe, todos estos planos se complementan y conforman las emanaciones del "Uno sin par" en el seno de la manifestación. Sin embargo la cultura moderna, sobre todo después de Descartes, ha establecido una dualidad antinómica entre espíritu-cuerpo (excluyendo siempre a uno en beneficio del otro), por lo que se ha llegado al desconocimiento del verdadero Espíritu, el cual ha sido suplantado por el alma (lo anímico o psíquico) como una impostura de lo espiritual. Todo esto agravado por el hecho de que en los tiempos que corren este psiquismo se expresa mucho más en su grado inferior que en el superior. Sin embargo, –pese a este engaño del alma que se hace pasar por el espíritu, sobre el que luego volveremos– los términos contemporáneos de espíritu y cuerpo son lo suficientemente gráficos y claros para que podamos decir algo al respecto. Sobre todo cuando en la actualidad hay una serie de "escuelas" que han acuñado ciertas frases publicitarias como "ama tu cuerpo", las que son objeto de admiración y hasta de culto, al igual que el cuerpo físico al que se refieren y con el que pretenden ¡oh paradoja! pasar a otros "estados" (a los que ellos virtualmente niegan), por una especie de "creencia" que supone que por medio de la exaltación reiterada y mecánica de la materia se puede llegar a algún lado que no sea al propio culto a lo corporal, a lo relativo y limitado, lo que equivale a la exaltación de uno de nuestros egos, tan falaz como los otros. En este sentido debe decirse que espíritu y cuerpo están invertidos el uno con respecto al otro. Desde el punto de vista del espíritu, éste es lo primordial. Desde el ángulo de visión del cuerpo, él es el primero. Asimismo desde Kether, Atsiluth es el primer plano y Asiyah el último. Desde Malkhuth, Asiyah es principal y Atsiluth final.

Queremos aclarar que en ningún texto sagrado tradicional se habla de "ama a tu cuerpo", concepción imposible de encontrar en la Antigüedad, aunque no desconocida por ella. Hay ejemplos notorios de lo contrario; en el Evangelio cristiano, verbigracia, el primer gran mandamiento es el de amar al Señor (tu Dios) por sobre todas las cosas. Estas palabras tienen por otra parte una razón esencial de ser y son prevenciones que no hay que olvidar: la de la primacía del orden espiritual sobre el orden corporal-material-superficial, lo que siempre se debe recordar para no caer en la equivocación social que hoy nos ha tocado vivir. También queremos incidentalmente decir que lo que actualmente muchos entienden por "sentir", como garantía de certeza, es sumamente relativo. Ese "sentir" que es su garantía podría estar tan condicionado como el "pensar" o el "creer" en la sociedad de consumo o en cualquier otra nimiedad o asunto. El "sentir" puede ser sólo una exaltación desmedida del ego, y se llega a "sentir" –y a fomentar ese "sentimiento"– por casi cualquier cosa. Los sistemas totalitarios y las canchas de fútbol han dado buen ejemplo de ello.

Lo mismo sucede con lo interno y lo externo. Tal vez sea sencillo para algunos decir qué es lo externo, asociándolo a su corporalidad. Pero ¿qué es lo interno? Lo verdaderamente interno ¿sería el plano de Yetsirah, asociado a nuestro psiquismo inferior, o aun el de Beriyah ligado al superior? ¿O serían esos dos mundos sólo peldaños para arribar a nuestro auténtico Ser? ¿No sería lo más interno lo más auténtico y profundo y también lo más desconocido?

No es a través de lo "natural" que los pueblos y los hombres han conocido lo sobrenatural, sino al revés: de lo sobrenatural, es decir, de la comprensión de la Unidad Trascendente y Eterna, y aun del No-Ser metafísico, es que han derivado sus conductas y apreciaciones sobre ellos mismos, lo que equivale a entender su propia naturaleza y la del mundo que los rodea. Igualmente, no es por intermedio del "cuerpo" –y menos aún de lo que se entiende hoy día por lo corporal– que se llega al Espíritu, sino que por el contrario, una visión literal y fija de la corporalidad conforma un obstáculo definido para la percepción de lo auténticamente espiritual. Y mucho peor todavía es lo que ocurre cuando se separa netamente al cuerpo del espíritu, otorgándole a este último características que caen directamente en el plano de lo anímico, lo que equivale a confundir lo psicológico y sus complejos vericuetos con la verdadera espiritualidad.

 
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NOTA:
 

A esta altura de la Enseñanza pudiera ser que usted todavía no supiera o comprendiera con claridad qué es verdaderamente el contenido de este manual. No lo dé entonces por sabido como suele ser lo habitual y vuelva a estudiarlo releyendo en profundidad y con suma lentitud (retardando el tiempo) todo lo que en él se contiene. Es mucho más noble y productiva esta humildad, o mejor, esta franqueza para con uno mismo, que suponer lo que aún no se sabe o colocar una rápida etiqueta a aquello que se quiere despachar para salir otra vez del paso. Estas relecturas le brindarán más de una sorpresa y le ofrecerán numerosas perspectivas, con las que en este momento, acaso, usted no creía contar. Pensamos que es válida y nos está permitida la sugerencia anterior avalada por la experiencia en la realización de nuestro Programa.

 
54
ALQUIMIA
 

Hay momentos en el proceso del conocimiento que la Alquimia denomina putrefacción y nigredo. Estas son etapas y estados disolventes en donde el adepto visita las entrañas de la tierra y deambula por los corredores de las tinieblas interiores. Este deambular es análogo al que se describe en el Bardo Todol o Libro de los Muertos Tibetano (y también de manera similar en el Libro Egipcio de los Muertos, llamado por otra parte El Libro de la Salida del Alma a la Luz del Día). Se trata del viaje de ultratumba que se equipara al recorrido iniciático y al camino que vivencia en los pueblos "primitivos" el Chamán en sus éxtasis. Recorrido que tanto en las grandes civilizaciones como en las tradiciones arcaicas se describe como una aventura llena de peligros y luchas, en la que se libran batallas y se producen dificultades (como el tener que cruzar ríos) y se refiere tanto al recorrido del alma post-mortem como a la muerte de esa alma en esta vida.



fig. 14

 
Este viaje entre ráfagas de sombras y luces está representado en la iconografía alquímica de distintas maneras, ya que esta ciencia relata, vivenciándolo, el proceso de Iniciación (apertura de la Conciencia y Conocimiento), por intermedio de las oscuridades de uno mismo, con las que no debemos identificarnos; menos aún, negarlas.

Esto está en relación igualmente con la idea de Karma, o sea con la de acción-reacción, y la de purgar por los propios errores (pecados) y la responsabilidad que nos cabe en ellos. Lo que podría ser obtenido gracias a la purificación que producen estos ritos catárticos, o en términos del Arte Regia al calcinar estas humedades pútreas, o como dicen algunos de los estudiantes de hoy día, "alquimizarlas", valga la expresión.



fig. 15

 
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EL NACIMIENTO DE LA HISTORIA I
 

La Historia, entendida como consignación escrita de los hechos y acontecimientos más relevantes que ocurren en una determinada época es relativamente reciente, y más si tenemos en cuenta la duración real que corresponde al ciclo completo de la humanidad. Debemos retrotraernos hasta aproximadamente el siglo VI antes de nuestra era para encontrar los primeros testimonios escritos propiamente históricos. Es interesante señalar que según los datos tradicionales, el siglo VI a. C. supuso un momento crítico en el desarrollo del ciclo humano, un período de grandes cambios que afectaron a casi todos los pueblos y civilizaciones de la antigüedad. En términos generales se vive una readaptación de la doctrina tradicional, aunque existieron casos en que esa readaptación se hizo como consecuencia de una pérdida de una parte significativa de esa misma doctrina, como fue el caso del pueblo judío, que conoció el cautiverio de Babilonia tras la primera destrucción del Templo de Jerusalén. En este sentido no debemos olvidar que en esa época se dio un paso más en el proceso de solidificación que desde los tiempos primordiales ha venido sucediendo en todos los ámbitos de la vida social y espiritual del ser humano. Y para que el recuerdo de muchas cosas no desapareciera para siempre fue necesario resguardarlo en los libros históricos y sagrados.

Por poner algunos ejemplos hay que decir que en dicha época se configura la civilización de Roma tras el período de los reyes legendarios; en Grecia aparece el pitagorismo que en su núcleo esencial hereda los antiguos misterios órficos, asistiéndose al surgimiento de la época clásica; en China se produce la quiebra de su Tradición milenaria, surgiendo el Taoísmo y el Confucianismo, representando el primero la doctrina metafísica y cosmológica, y el segundo el aspecto más externo como puedan ser las leyes y ritos sustentadores del cuerpo social.

Esta barrera en el tiempo, que sin duda representa el siglo VI a. C. es uno de los motivos por los que, en sus estudios, la mayoría de los investigadores encuentran una verdadera dificultad cuando intentan clasificar cronológicamente –y por supuesto conocer con alguna veracidad– lo que aconteció en los períodos precedentes a ese siglo. Y esta dificultad se ve acrecentada por el hecho de que casi todo lo que nos han legado los autores clásicos está expresado en un lenguaje donde la realidad concreta de las cosas se entreteje armoniosamente con la poética del mito, la leyenda y el símbolo; un lenguaje que ciertamente no pueden comprender los historiadores "oficiales", saturados como están de un racionalismo a todas luces caduco e insuficiente.

No ocurre lo mismo con la mayoría de los historiadores antiguos, que en su oficio fueron auténticos intérpretes y conocedores a la perfección de la doctrina tradicional, por lo que el estudio de sus obras es de una ayuda inestimable para comprender la historia real, la sagrada, de los pueblos y civilizaciones. En este sentido, en la historia que relatan estos autores puede verse una expresión más del alma de los hombres (análoga al alma del mundo); del genio y del espíritu que preside el nacimiento y la permanente regeneración de una cultura y una civilización.

Y si en estos relatos aparece el mito como una parte constitutiva de los mismos es porque éste es la conexión vertical con lo atemporal y simultáneo, y por tanto la posibilidad siempre presente de establecer un lazo salvífico con los principios divinos y celestes de los que dependen todas las cosas, incluida, naturalmente, la Historia misma, que en definitiva no deja de ser un símbolo de otra cosa, y en este caso un símbolo o receptáculo donde se almacena, por así decir, la memoria del mundo. Por eso en algunos documentos medioevales y renacentistas pertenecientes a determinadas organizaciones iniciáticas, el conocimiento de la Historia era tan imprescindible como el de las Ciencias Naturales, las Matemáticas y la Geometría.

 
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EL NACIMIENTO DE LA HISTORIA II
 

En Occidente es en Grecia donde la Historia comienza a contarse escriturariamente. Y en primer lugar hay que mencionar a Herodoto (siglo V), al que se conoce como el "Padre de la Historia", que con su libro llamado precisamente Historia, recoge no sólo los episodios históricos de los griegos, sino igualmente de los egipcios, persas y otras culturas, pues viajó por casi la totalidad del mundo conocido. El libro consta de nueve volúmenes (recordemos que el nueve es el número circular por excelencia), siendo bastante significativo el que cada uno de ellos estuviera dedicado a una Musa, como si hubieran sido inspirados directamente por ellas. Hemos de señalar, a este respecto y como un dato sumamente revelador, que la Musa Clío, que preside la Historia, es nacida del matrimonio de Zeus-Júpiter con Mnemósyne, la Memoria.

Siglos más tarde hallamos a Plinio el Viejo, que escribió Historia Natural, un estudio de los seres de la naturaleza (incluidos los fabulosos) en sus tres reinos, animal, vegetal y mineral; tenemos también a su casi contemporáneo Josefo, que nos legó Antigüedades Judaicas y Guerra de los Judíos; asimismo debemos recordar a Tito Livio, que escribió una monumental Historia de Roma, y a Julio César, que nos legó Guerra de las Galias; también a Plutarco, con Isis y Osiris y Vidas Ejemplares. Más cercano a nosotros se encuentra Alfonso X el Sabio, autor, entre otras cosas, de una inacabada Historia de España y de una más extensa Historia General, que en realidad, y tomando como fuente de consultas a la Biblia y todas las crónicas antiguas que pudo reunir, resume la Historia Sagrada del género humano desde sus comienzos hasta el siglo XIII, época en que reinó.

Por todo lo expuesto puede decirse que cualquier intento por reconstruir el pasado histórico que se emprenda en la actualidad, debe pasar necesariamente por un conocimiento de la doctrina tradicional de los ciclos, que incluye también una comprensión de los símbolos y de los mitos que invariablemente se han ido repitiendo por doquier.


fig.16


Nota
: Ya se han comentado las relaciones entre Historia y Geografía en el transcurrir de este Programa. Queremos insistir en la interrelación entre Tiempo (Historia) y Espacio (Geografía) porque entre ambas coordenadas alguna vinculación ha de existir para que la existencia cósmica sea posible.

En la figura anterior puede apreciarse el mapa del mundo dividido en 4 partes emanadas de un centro virtual, perfectamente equiparable con las 4 grandes edades temporales y su división válida para cualquier subciclo proyectadas desde una quinta edad mítica. La existencia de este tiempo mítico y este espacio virtual, coexistiendo perennemente en sus orígenes, es lo que permite y justifica cualquier intento de establecer analogías entre lo que hoy llamamos Geografía e Historia, sin lo cual ellas carecerían de sentido.

Para los antiguos esto era así; y respondiendo estas ciencias, de modo manifiesto, a sus concepciones de Tiempo y Espacio, cualquier otra ciencia moderna que buscase las relaciones entre estas dos coordenadas, debiera, en su derecho, prestar atención a esta interrelación y a esas concepciones, conocidas por todas las culturas desde siempre, y no considerar al Tiempo y al Espacio como asuntos diferentes.

 

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