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Cuando en las diversas tradiciones se habla de dioses, nombres divinos, arcángeles y ángeles, en realidad se está haciendo referencia a determinadas energías intermediarias que a modo de escala se sitúan entre la Unidad Suprema, verdaderamente inmanifestada, y la variedad indefinida de sus manifestaciones fenoménicas. En la Cábala estas energías, o atributos divinos como ya hemos visto, son las sefiroth, cuyo despliegue constituye lo que se ha dado en llamar la Doctrina de las Emanaciones. Como sabemos las sefiroth recorren el Arbol de la Vida de arriba a abajo, de lo más sutil a lo más denso y grosero, conformando la propia estructura del cosmos, dividida en cuatro planos o niveles jerarquizados, los que el hombre puede vivenciar en sí mismo a través de su realidad física, psicológica y espiritual. Estos cuatro planos comienzan con el más alto, Olam Ha Atsiluth, que significa Mundo de las Emanaciones, y a él pertenecen las sefiroth Kether (1), Hokhmah (2) y Binah (3). Esta triunidad de principios conforma las realidades ontológicas, referidas al conocimiento del Ser Universal, precediendo por tanto a la manifestación y progresiva solidificación de todas las cosas. Las energías más invisibles y profundas emanan de esta tríada suprema, que comienza a manifestarse a partir del Mundo de la Creación, Olam Ha Beriyah, constituido por las sefiroth Hesed (4), Gueburah (5) y Tifereth (6). Como su propio nombre indica en este Mundo se generan las primeras formas creacionales en su aspecto más sutil e informal, manifestadas a través del Mundo de las Formaciones, Olam Ha Yetsirah, constituido a su vez por las sefiroth Netsah (7), Hod (8) y Yesod (9). Ese proceso de emanación finaliza en el Mundo de la Concreción Material, Olam Ha Asiyah, constituido sólo por la sefirah Malkhuth (10), que de todo el Arbol es la única visible y perceptible a los sentidos, siendo a partir de ella que comienza nuestro proceso ascendente de retorno a la Unidad. A continuación va el Arbol Sefirótico dividido en los cuatro mundos cabalísticos, relacionados igualmente con los elementos alquímicos recientemente tratados:
Asimismo, hay que tener presente que en cada plano hay un Arbol Sefirótico completo: uno en el mundo de Asiyah, otro en el de Yetsirah, otro más en Beriyah, y finalmente otro en el de Atsiluth. Nuestra visión del Arbol cabalístico adquiere entonces tridimensionalidad, es decir que lo podemos visualizar (sin que por ello pierda su unidad esencial), a cuatro niveles de lectura, que están en todas las cosas, incluidos por supuesto nosotros mismos. También los textos sagrados y revelados de todas las tradiciones admiten ser leídos de esta manera. Dichos niveles son, pues, grados jerarquizados de conocimiento. Por ahora trabajaremos con el Arbol a nivel de Asiyah, es decir de la sefirah Malkhuth, el plano físico y de la concreción material, que es el del hombre condicionado por sus identificaciones egóticas y sus sentidos, y desde ahí, invocando a Kether, iremos ascendiendo gradualmente por distintos mundos, de lo más grosero a lo más sutil, de la cáscara al núcleo, lo que nos permitirá conocer otros estados de nuestra conciencia, que de esta manera se va universalizando hasta su plena identificación con el Ser, el Adam Kadmon o Adán Primordial. Nota: Es de rigor, y como ejercicio importante, el ir aprendiendo y memorizando estos nombres en hebreo y castellano, así como la disposición de las sefiroth que constituyen el Arbol. Dibuje este diagrama varias veces sobre el papel y trate de retener una imagen clara del mismo. |
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La Iniciación en los Misterios supone una completa transmutación que habrá de operarse gradualmente en el adepto, a diversos niveles, durante el camino hacia el conocimiento de sí mismo; es una vía escalonada en la cual se irán conociendo, poco a poco, los distintos estados del ser. El término "iniciación", derivado del latín initium, significa "comienzo" y también "entrada". Por un lado supone el inicio de un proceso de conocimiento de la realidad metafísica, y por otro el ingreso en un camino verdaderamente espiritual que habrá de conducir a una real "deificación" de aquél que pueda emprenderlo y continuar hasta el fin. El iniciado deberá morir al mundo profano e ilusorio y perder la falsa identidad con sus aspectos puramente individuales, pasajeros y mortales, y simultáneamente resucitará a un mundo sagrado y verdadero que le identificará más bien con lo real e inmutable, con aquella esencia pura e inmortal que constituye su verdadero Ser. Este recorrido supone un viaje interior, e irá acompañado del conocimiento de otros mundos que están aquí y ahora, pero que la mente ordinaria ni siquiera puede imaginar. Para que la Iniciación ocurra será necesario que el adepto permita que los símbolos y ritos sagrados que proporciona la doctrina de la Tradición Unánime penetren en su interior y operen esa transformación integral que habrá de producirse cuando estos instrumentos despertadores de la conciencia ordenen la inteligencia y toquen las fibras más sutiles e imperceptibles que conectan con las verdades eternas. Ella comporta un despliegue de potencialidades ocultas y misteriosas que yacen en nuestra propia interioridad y un desarrollo de las posibilidades verdaderamente espirituales que en el estado ordinario se encuentran adormecidas. El estudio de los códigos simbólicos tradicionales –como los que proporciona nuestro Programa–, así como la meditación y la concentración –y la práctica de los rituales iniciáticos–, serán vehículos adecuados para que esta transmutación y despertar de la conciencia se produzcan y se sustituyan progresivamente los apegos y las falsas identificaciones por aquello que se denomina la Suprema Identidad. Este proceso, simbolizado claramente por la transmutación de los metales que propone la Alquimia, así como por las diversas etapas contempladas en el simbolismo constructivo, supone dos fases: la primera de ellas es llamada iniciación virtual y va desde el comienzo de la Obra hasta la consecución del estado de "hombre verdadero", pasando por diversos grados que supondrán la superación de pruebas que habrán de determinar si el candidato está cualificado; la segunda –llamada Iniciación real o efectiva– supone el conocimiento y la experimentación de estados suprahumanos y el alcanzar el estado de "hombre trascendente". El candidato a la Iniciación es como una semilla que conteniendo todas las posibilidades de desarrollo y procreación no podrá plasmarlas hasta tanto penetre el interior de la tierra –la caverna iniciática–, descendiendo a los infiernos, y muera, para nacer de nuevo. Es por eso que al recién iniciado se le llama "neófito", o nueva planta (neo = nueva; fito = planta), pues ya ha vencido la primera muerte y está listo para emprender su desarrollo vertical y ascendente. Esta muerte comporta una completa disolución de los estados anteriores que habrá de repetirse cíclica y gradualmente –a diversos niveles cada vez más sutiles y elevados– durante el transcurso del proceso iniciático, hasta que renazca el hombre nuevo, el hombre verdadero, totalmente regenerado, que habrá desplegado ya el abanico de sus posibilidades humanas y estará listo para trascender a los estados supraindividuales y a recobrar su verdadero Ser. Habrá así retornado al estado virginal de los orígenes, a la patria celeste. No queremos terminar sin decir algo muy importante a tener en cuenta en el proceso iniciático o de conocimiento: el de no confundir el plano psicológico con el espiritual, error que es muy frecuente hoy en día. Esto se debe a que lo espiritual ha sido negado, al hacerse una diferencia tajante entre alma y cuerpo, otorgándosele entonces a todo lo que no es material, o corporal, una categoría espiritual, o pseudo espiritual. |
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El Sello Salomónico. La realidad, siendo una y universal, se presenta sin embargo a nuestros ojos como múltiple y fragmentaria, particular, efímera y limitada. Esta visión de "superficie" implica de hecho una dualidad que conviene resolver, ya que como tal no podría realmente subsistir, estando en sí misma dividida. Las analogías y correspondencias simbólicas son los lazos que permiten articular, dentro de una misma esfera inteligible, dos realidades, estados o mundos aparentemente dispares e inconexos. La conocida figura del Sello Salomónico o Estrella de David sintetiza esotéricamente esta realidad, el despliegue integral del cosmos a través de la cópula indisoluble de los dos aspectos polarizados y complementarios de una misma entidad Universal. La proyección triangular de los principios universales del Ser (triángulo superior) en el "espejo de las aguas" o substancia universal (triángulo inferior) produce la "reflexión cósmica" de todas sus posibilidades existenciales, el mundo en su indefinida variedad y continuidad. Las interrelaciones de los símbolos entre sí, promueven procesos mentales, en los que se generan códigos para la comunicación, vale decir para la recepción y transmisión de mensajes, dando lugar al discurso del mundo y el hombre. Señalaremos también que el Sello Salomónico lo encontramos presente en tradiciones tanto de Oriente como de Occidente, y en la Tradición Hermética es uno de los símbolos que mejor grafican la conocida sentencia de la Tabla de Esmeralda, fundamento de las leyes de la analogía y las correspondencias: "lo que está arriba es como lo que está abajo, lo que está abajo es como lo que está arriba". Aunque habría que tener en cuenta una preeminencia jerárquica de lo de arriba (el Cielo) con respecto a lo de abajo (la Tierra), pues como hemos dicho el triángulo inferior (invertido) es un reflejo del triángulo superior (recto). Cabalísticamente el valor numérico de este símbolo es 6 (3 + 3), lo cual lo pone en relación con la sefirah Tifereth, que como sabemos constituye el corazón y el centro del Arbol de la Vida, pues en ella confluyen, se entrelazan y equilibran las energías de las restantes sefiroth. Por ello, también se lo considera un símbolo de la armonía y de la síntesis, que se hacen presentes en nuestro interior cuando nos abrimos a las verdades eternas y nos dejamos fecundar por ellas. Recordaremos, en este sentido, que el triángulo invertido de este "Sello" es precisamente uno de los símbolos del corazón y de la copa, recipiendarios de los efluvios celestes. |
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Ya hemos dicho que toda la transmutación alquímica, ya sea material, psicológica o espiritual, es producida por el fuego. Quien aspira al Conocimiento ha de saber que su fuego interior, que no es otro que la pasión por la Verdad y su amor a ella, ha de ser constante y continuo, es decir que no se encienda tanto que por su causa arda y se pierda nuestro ánimo, y al contrario, que tampoco disminuya al punto de apagarse. Es el delicado juego de los equilibrios de que hablaban los alquimistas medioevales y renacentistas, los cuales también aconsejaban que en todas las operaciones debían prevalecer las virtudes de la paciencia y la perseverancia. En el mantenimiento de ese fuego y en el control natural de su potencia, radican los principios fundamentales de la Alquimia. No obstante, para armonizar esas energías es imprescindible conocerlas y experimentarlas, sin negarlas ni darlas por supuestas. Muy poco sabe el hombre ordinario del conocimiento de otras realidades y de sí mismo, aun en lo más elemental. Considera que su "personalidad" (es decir sus egos, fobias y manías) es su verdadera identidad, sin percatarse que ha extraído esos condicionamientos del medio, de modo imitativo y carente de significado y trascendencia. La Ciencia Sagrada representa una guía y un camino que ha de encauzar nuestro proceso hacia el Conocimiento. El aprendiz alquimista ha de comprender que la mente condicionada no puede consigo misma, y que es necesario reconocer nuestra ignorancia, que muchas veces no es sino apego a descripciones de la realidad puramente ilusorias, por medio de las cuales hemos organizado nuestra existencia. La Doctrina Tradicional constituye una garantía en este sentido, pues facilita y concentra el mantenimiento de ese fuego interno a través de la comprensión gradual que en nuestro aprendizaje vamos obteniendo de sus enseñanzas. |
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Queremos aquí insistir sobre el mandala del Arbol Sefirótico con el que trabajamos. Se sugiere efectuar ritualmente la construcción de un nuevo árbol por su mano y cargar en él todos los elementos que se han ido dando hasta ahora. Igualmente ha de tratar de retener los nombres, su traducción, las equivalencias entre distintas disciplinas, y ejercitarse en ellas. Tome lápiz y papel y concéntrese en este trabajo. Puede también llevarlo a la tridimensión. Los nombres hebreos de las sefiroth tienen un sentido mágico y teúrgico que excede su simple traducción a la lengua profana. Estos nombres de poder deben ser memorizados correctamente e invocados en alta voz, ya sea de manera metódica, o cuando se juzgue oportuno en relación a hechos y momentos cotidianos. Asimismo el ir ubicando determinados acontecimientos externos, y sobre todo realidades internas a distintos niveles de uno mismo, son actividades sumamente convenientes. Cada plano, mundo o nivel de conciencia corresponde a una realidad íntima que va de lo más periférico, concreto y conocido (Asiyah), a lo más sutil, invisible y desconocido (Atsiluth). Estas divisiones del diagrama plano son también mundos o niveles que los hombres portamos dentro de nosotros. De lo conocido y grosero a lo profundo y desconocido. Para finalizar ofrecemos una división tradicional de los planos del Arbol de la Vida en tríadas. El lector ha de observar atentamente el modelo y grabarlo dentro de sí, sin pretender extraer conclusiones racionales. Los efectos de este aprendizaje se viven de modo secreto, y la Alquimia cabalística se efectúa en el jardín químico de la mente, y sobre todo en lo más íntimo del corazón. No se puede pretender con los conocimientos que actualmente poseemos tener una idea clara del proceso en el que se está involucrado.
Hemos de recordar que de acuerdo a las leyes de la analogía y la naturaleza de los símbolos, lo que es derecho desde un punto de vista puede ser izquierdo desde otro. Por lo tanto, puede también verse al Arbol de manera invertida a como se indicó, correspondiendo en ese caso a la columna del amor lo derecho y a la del rigor lo izquierdo, o sea la imagen de un hombre paradigmático vista de frente o de modo posterior. Puede el lector ejercitarse en tratar de visualizar estas sefiroth en correspondencia con centros sutiles de su cuerpo. Si lo logra es interesante pensar en próximas prácticas, incluidas las de inversión de polaridades de energía. |
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La Astrología (Astronomía judiciaria) en la Antigüedad era la misma ciencia que la Astronomía, sólo que su interés se centraba en la observación de los ciclos y sus reiteraciones, con propósitos esencialmente predictivos. Así, la Astrología leía los destinos particulares en base a los ritmos cósmicos y las coordenadas celestes. En todo caso, Astronomía y Astrología tienen como punto básico común a la rueda zodiacal, compuesta de 12 signos o estadios que el Sol en su recorrido anual toca. En realidad el zodíaco es imaginario, pues se trata de la partición en 12 segmentos de la bóveda celeste y constituye un plano ideal paralelo a la eclíptica, es decir tangencial al eje del mundo. Si la bóveda celeste está representada por los 360 grados de la circunferencia, cada una de estas 12 partes o símbolos, casi todos animales, contará con 30 grados, y éstas se sucederán regularmente a lo largo del ciclo anual. El zodíaco es, pues, fundamentalmente, una medida del tiempo (mientras los astros se refieren más especialmente al espacio) y como tal debe tomárselo. Por otra parte, recordaremos que zodíaco significa "rueda de la vida" y es obvia la vinculación con el movimiento.
La sucesión de los signos es la siguiente: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Los 12 signos zodiacales a su vez admiten una división tradicional cuaternaria en correspondencia con los elementos de la Filosofía, la Ciencia de la antigüedad y la Alquimia. A saber:
Obsérvese que la sucesión de los elementos es constante: fuego, tierra, aire, agua. Al terminar la serie, se vuelven a reciclar en el mismo orden. A lo largo de los 360 grados de la circunferencia, los 3 signos referidos al mismo elemento se encuentran en distintas porciones del círculo, formando un trígono. (Ver figura más arriba compuesta de 4 trígonos). |
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El término Filosofía, de origen griego, significa amor (Philo) a la sabiduría (Sophia), es decir, una filiación, o identidad, con el Conocimiento. Sophia es para los gnósticos una entidad, un principio, una deidad. El hombre puede aspirar a ella vivenciándola como un estado de su conciencia. No olvidemos que para la Cábala esta esfera es Hokhmah, Sabiduría, uno de los principios ontológicos del Ser, el que conjuntamente con su paredro femenino, Binah, la Inteligencia, conforma la base de la primera tríada del Arbol de la Vida, y es atributo, o nombre, de la divinidad. La auténtica sabiduría, es decir la Filosofía de la Antigüedad, no sólo es una Ontología, y también una Cosmogonía, sino que toda su estructura tiende a la Metafísica. En verdad podría decirse que esta Filosofía es una Teosofía. Utilizaremos el término "Teoría" en su acepción etimológica, o sea, el Conocimiento de la Deidad, o el atributo de su sabiduría, como estado vivido en la propia conciencia; y el de "Metafísica" (mencionado más atrás) como aquello que está más allá de la física, incluido no sólo el mundo material, sino el psicológico, y aun el de los principios del Ser (Ontología), y que se halla desde luego muy lejos de lo percibido por los sentidos, y de lo expresado por los fenómenos, según la apreciación corriente que solemos tener de los mismos. Este amor a la Sabiduría, atributo del Ser Universal, lleva a la identificación con ese principio, que se Conoce y que se advierte en el interior de la conciencia. Lo mismo es válido para la compenetración con la Inteligencia Universal. Desgraciadamente, con el oscurecimiento gradual de los tiempos que vivimos, la Filosofía ha ido perdiendo su luz primigenia y ha terminado por convertirse en un mero juego dialéctico, o en un ejercicio retórico y racional que no puede evadir su propia sistematización. |
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En nuestro último diagrama hemos visto la división en tríadas de las sefiroth del Arbol de la Vida. Allí se puede advertir que aquellas se corresponden con los tres mundos cabalísticos más elevados, quedando la última numeración (Malkhuth) como receptáculo de las emanaciones sefiróticas, que por esta división en tríadas incluyen en su forma los tres principios: activo, pasivo y neutro que caracterizan a las columnas o pilares de nuestro modelo cabalístico. Recordaremos que la primera tríada, conformada por las "numeraciones" más elevadas (1, 2, 3), o Principios Universales, está compuesta por Kether (Corona), Hokhmah (Sabiduría) y Binah (Inteligencia), conformando el mundo de Atsiluth, o de las Emanaciones, signado también por los tres primeros números de la escala decimal. Kether es la Unidad y como tal la primera determinación; a Hokhmah se lo suele llamar el Padre y a Binah la Madre, como generadores del despliegue cósmico. Aunque tres en apariencia desde el punto de vista manifestado, estos Principios conforman en sí mismos la Unidad del Ser, la Ontología suprema, a la que precisamente ellos simbolizan. Como hemos dicho, Kether es el Conocimiento, o el Bien, mientras Hokhmah es el sujeto activo y Binah el objeto pasivo (receptivo) de ese Bien o Conocimiento esencial. La segunda tríada (4, 5, 6) está compuesta por las sefiroth Hesed (Gracia, Amor, Misericordia), Gueburah (Rigor), también llamada Din (Juicio), y Tifereth (Belleza o Esplendor). Ellas conforman el Mundo prototípico de Beriyah, o de la Creación, reflejo directo del mundo Arquetípico de Atsiluth, como bien lo expresa el triángulo invertido, que simboliza el descenso de las energías divinas en el seno de la manifestación. Hesed es el principio constructor, mientras que Gueburah representa el principio destructor, aunque ambos surgen simultáneamente de la tríada superior como dos energías necesarias, las que se neutralizan y equilibran en Tifereth. Si del seno de Hesed surgen todas las criaturas y seres que han de manifestarse (los que él signa con su Amor y Misericordia inagotables), de Gueburah emana el Rigor imprescindible que pone límites a la energía expansiva de Hesed, discriminando así todo lo que es superfluo e innecesario en el proceso creativo. Tifereth, la Belleza divina, aparece entonces como el Centro donde esos opuestos aparentes se concilian, manifestando la Unidad y el Ser en todas las cosas. La tercer tríada (7, 8, 9) del Arbol de la Vida está compuesta por las sefiroth Netsah (Victoria), Hod (Gloria) y Yesod (Fundamento). Ellas constituyen el Mundo de Yetsirah, o plano de las Formaciones, así llamado porque es en él donde las ideas informales del plano de Beriyah toman forma sutil, constituyendo propiamente el dominio psíquico de la manifestación. Se corresponde entonces con las "Aguas inferiores", reflejo invertido (y en cierto modo ilusorio) de las "Aguas superiores" de Beriyah. Netsah y Hod emanan directamente de Tifereth, aunque, como podemos comprobar, por su ubicación en los pilares laterales del Arbol, están relacionadas con Hesed y Gueburah, respectivamente. De ahí que Netsah sea una energía activa y expansiva, donde esos mismos principios informales (que son todos los seres antes de manifestarse) se refractan en una multiplicidad indefinida, adquiriendo forma sutil gracias a la intervención de la energía pasiva y contractiva de Hod (la que sin embargo también les da la muerte, o la transformación, necesaria en su camino de retorno al Origen). Desde el punto de vista del hombre, Netsah es el Arte verdadero, que nos conduce a los arquetipos y al Espíritu, y Hod es el Rito con el que sacralizamos el tiempo y el espacio y vivificamos a los seres míticos, identificándonos con ellos. La permanente y mutua interrelación entre Netsah y Hod genera a la sefirah Yesod, que aparece así, justamente, como el fundamento necesario gracias al cual esas formas descienden al plano físico y material, que es propiamente Asiyah. En este último plano, o Mundo de la Concreción Material, sólo se encuentra la sefirah Malkhuth (10), llamada el "Reino". Ella es la Tierra o Madre inferior, la que se considera como el recipiente substancial de todas las energías invisibles que descienden del Arbol, y en donde éstas adquieren realidad sensorial. En la Cábala se la considera como la Esposa del Rey (que es Kether), manifestando de esta manera la presencia de la Unidad en la corriente siempre cambiante de las formas perecederas. |
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