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ALQUIMIA
 

El Arte alquímico, al tratar de la transmutación de los metales, considera a éstos como los símbolos de los cambios psicológicos que en los primeros tiempos operan en el aprendiz, el cual estudiando con concentración y paciencia los textos sagrados y vivenciándolos en su Athanor interno, irá observando las transformaciones que produce una nueva visión. De esta manera advertirá cosas que se le escapaban, detalles en los que no reparaba, y que se le van presentando cargados de significación. El fascinante proceso de las transmutaciones metálicas genera en el aspirante una reverente discreción. Por eso la ciencia alquímica es un espejo en el que debe mirarse el aprendiz para ir comprendiendo la estructura del cosmos, su propia constitución. En este sentido la búsqueda y la investigación tradicional es especialmente importante.

Por otro lado, hemos relacionado el proceso alquímico con el proceso de iniciación, conocido y practicado desde siempre por la Tradición Unánime y la Antigüedad. Esta es la Alquimia espiritual, que no se contrapone, sino que muy por el contrario, se complementa con las operaciones materiales, psico-físicas. La transmutación interior se expresa en la psiquis como una revolución o regeneración de valores completa, que incluye la muerte del hombre viejo y el nacimiento del Hombre Nuevo. Esta gestación se compara con el nacimiento de un mundo, por lo que se corresponde con la cosmogonía. Por otra parte, el Camino o Vía Iniciática es también réplica del recorrido del alma post mortem e incluye la inmersión en el país de los difuntos. El alquimista, sujeto y objeto de esta ciencia, debe velar, forzarse a comprender, aunque paradójicamente sabe que los resultados de su arte sólo se obtienen con suma paciencia y cuidado, y que en ocasiones ha de redoblar esfuerzos. La Deidad es permanente asombro y no se deja conocer sin sacrificio, es decir sin un "acto o acción sagrada", que es lo que la palabra sacrificio (del latín sacrum facere) quiere decir exactamente. Asimismo, es sabido que los alquimistas de la Antigüedad, como los medioevales y renacentistas, usaban de la oración como un medio efectivo de transmutación y de comunicación con el espíritu y el alma del mundo, los que a través de sus efluvios templaban su carácter.

 
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ARITMOSOFIA Y GEOMETRIA 
 

Los símbolos geométricos tienen, como dijimos antes, una relación simbólica precisa con las cifras matemáticas. Como se verá, a cada número corresponde exactamente una o más figuras de la Geometría; podríamos decir que éstas son la representación espacial de las mismas energías que los números también expresan a su manera.

Como todos los números pueden ser reducidos a los nueve primeros (por ejemplo el número 8765 = 8 + 7 + 6 + 5 = 26 = 2 + 6 = 8, y de ese modo podríamos proceder con cualquier número mayor que nueve), nos limitaremos por ahora a describir sucintamente el simbolismo de los nueve primeros números más el cero.

1 El número uno, y su correspondiente el punto geométrico, representando aparentemente lo más pequeño, contiene en potencia, sin embargo, a todos los demás números y figuras. Sin él ningún otro podría tener existencia alguna. Todo número está constituido por el anterior más uno, así como toda figura geométrica nace a partir de un primer punto; o sea, que éste genera a todas las demás.

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El Uno simboliza el Origen y el Principio único del que derivan los principios universales, y también el Destino común al que todos los seres han de retornar. Es, según la máxima hermética, "el Todo que está en Todo", es decir, el Ser Total.

Aunque el punto y el uno son ya una primera afirmación (proveniente de una página en blanco, o del cero, o del No-Ser) normalmente se los describe más bien en términos negativos, ya que representan lo indivisible, lo inmutable, es decir el motor inmóvil, padre de todo movimiento y manifestación.

La meta primera de los trabajos iniciáticos es alcanzar la conciencia de Unidad. 

2  El número dos signa a la primera pareja, que dividiéndose de la Unidad opone sus dos términos entre sí, al mismo tiempo que los complementa. Se dice que constituye el primer movimiento del Uno, que consiste en el acto de conocerse a Sí Mismo, produciendo una aparente polarización: el sujeto que conoce (principio activo, masculino, positivo) y el objeto conocido (pasivo o receptivo, femenino y negativo). Desde la perspectiva de la Unidad esta polarización o dualidad no existe, pues lo activo y lo pasivo (yang y yin en el extremo Oriente) contienen una energía común (Tao) que los neutraliza, complementa, sintetiza y une (ya se vislumbra aquí el tres); pero desde el punto de vista del ser manifestado, esta dualidad está presente en toda la creación: noche y día, cielo y tierra, vida y muerte, luz y oscuridad, macho y hembra, bien y mal, se encuentran en el génesis mismo del acto creacional, y a partir de allí toda manifestación es necesariamente sexuada.

Al dos se lo representa geométricamente con la línea recta:

Pero como dijimos, para que la dualidad se produzca ha de haber siempre un punto central del que nace la polarización: 
El tres se corresponde con el triángulo equilátero (símbolo de la triunidad de los principios) y representa a la Unidad en tanto que ella conjuga todo par de opuestos. Las tres columnas del Arbol, sus tríadas y los tres principios de la Alquimia de que hemos hablado así lo testimonian; y podemos también encontrar esta ley ternaria en los tres colores primarios (azul, amarillo y rojo) de cuya combinación nacen todos los demás; en las tres primeras personas de la gramática (yo, tú, él); en las tres caras del tiempo (pasado, presente y futuro); en las tres notas musicales que componen un acorde (do, mi, sol, por ej.); y en los tres reinos de la naturaleza (mineral, vegetal y animal), etc.:
En la dualidad cielo-tierra el tercer elemento es el hombre verdadero (el Hijo) que los une conjugando así lo material y lo espiritual.

4  Si el punto es indimensionado, la recta expresa una primera dimensión y el triángulo es de dos dimensiones (es la primera figura plana), el número cuatro es el símbolo de la manifestación tridimensional, según se ve en la geometría en el poliedro más simple (nacido del triángulo con un punto central), el tetraedro regular de cuatro caras triangulares: 

 
Se dice que los tres primeros números expresan lo inmanifestado e increado y que el cuatro es el número que signa toda la creación. En efecto, al espacio se lo divide en cuatro puntos cardinales que ordenan toda la medida de la tierra (geo = tierra, metría = medida), y a todo ciclo temporal se lo divide en cuatro fases o estaciones, como hemos visto. 

La representación estática del cuaternario es el cuadrado y su aspecto dinámico está expresado en el símbolo universal de la cruz:  

 
Queremos recordar aquí lo que hemos mencionado referido a los cuatro mundos del Arbol cabalístico y a los cuatro elementos alquímicos y apuntar que éstos se relacionan en la tradición judía con las cuatro letras del Tetragramatón o nombre divino (YHVH). 

También apuntar de paso que según la llamada ley de la tetraktys que estudiaban los pitagóricos, el cuatro, como la creación entera, se reduce finalmente en la unidad: 

 
4 = 1 + 2 + 3 + 4 = 10 = 1 + 0 = 1 
 
5  El cinco, que es el central en la serie de los nueve primeros números, en la geometría aparece cuando la unidad se hace patente en el centro del cuadrado y de la cruz:

Este punto medio representa lo que en Alquimia se denomina la quintaesencia, el éter, el quinto elemento que contiene y sintetiza a los otros cuatro y que simboliza el vacío, la realidad espiritual que penetra en cada ser uniendo todo dentro de sí. 

En el símbolo tan conocido de la pirámide de base cuadrada ese punto central se coloca en su vértice, mostrando así que esa unidad se encuentra en otro nivel al que confluye el cuaternario de la manifestación: 

Al número cinco –que se representa también geométricamente con el pentágono– se le relaciona con el hombre o microcosmos, ya que éste tiene cinco sentidos, cinco dedos en las manos y en los pies, y cinco extremidades (contando la cabeza), por lo que se lo puede ver inscripto en una estrella de cinco puntas:



fig. 3


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La tríada primordial se refleja en la creación como en un espejo, lo cual se representa con la Estrella de David o Sello Salomónico, y también con el hexágono.

Si vimos los tres colores primarios (azul, amarillo y rojo) en el primer triángulo, los tres secundarios que completan los seis del arco iris, nacidos de la combinación de aquéllos (verde, naranja y violeta) se colocan en el segundo triángulo invertido.

 

En la geometría espacial es el cubo el que representa al senario, ya que tiene seis caras –como se observa en el símbolo del dado, de origen sagrado–, de las cuales tres son visibles y tres invisibles. La esfera (como el círculo) simboliza al cielo, y el cubo (como el cuadrado) a la tierra

Por otra parte, si ponemos las caras del cubo en el plano, se produce el símbolo de la cruz cristiana, al que se relaciona también por ese motivo con el seis: 
Otro modo de representar geométricamente al seis es por medio de la cruz tridimensional, o de seis brazos, que marcan seis direcciones en el espacio: arriba y abajo, adelante y atrás, derecha e izquierda: 
7  El siete, como el cuatro, representa a la unidad en otro plano, ya que puede reducirse al uno de la misma forma: 
 
7 = 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1 

En la geometría el septenario puede representarse con el heptágono y la estrella de siete puntas, pero sobre todo se lo ve cuando se agrega a las figuras que simbolizan el seis su punto central o unidad primordial (obsérvese que las dos caras opuestas de un dado siempre suman siete):

Son variadísimas las manifestaciones del número siete en el simbolismo esotérico. Mencionaremos de paso las más conocidas: son siete los días de la creación (seis más el de descanso) en correspondencia con los días de la semana, los planetas y los metales como ya hemos visto. Este número representa una escala de siete peldaños –relacionada con las siete notas de la escala musical y con los siete chakras del Kundalinî yoga–, así como con los siete arcángeles y los siete cielos en correspondencia con siete estados de la conciencia:
Se dice que este número se produce por la suma de los tres principios más los cuatro elementos, a los que podemos vincular también con las siete artes liberales de la Tradición Hermética, constituidas por la suma del trivium (gramática, lógica y retórica) y el quadrivium (matemática, geometría, música y astronomía).

8  Si en la geometría plana, como hemos apuntado, el círculo es símbolo del cielo y el cuadrado de la tierra, el octógono viene a ser la figura intermedia entre uno y otro a través de la cual se logra la misteriosa circulatura del cuadrado y cuadratura del círculo que nos habla de la unión indisoluble del espíritu y la materia. 

El ocho, se dice, es símbolo de la muerte iniciática y del pasaje de un mundo a otro. Por eso lo encontramos en el simbolismo cristiano tanto en las pilas bautismales (en el paso entre el mundo profano y la realidad sacra) y en la división octogonal de la cúpula (que separa simbólicamente la manifestación y lo inmanifestado) así como en el símbolo de la rosa de los vientos, idéntico al timón de las embarcaciones:

9 Al nueve se lo considera como un número circular, ya que es el único que tiene la particularidad de que todos sus múltiplos se reducen finalmente a él mismo (ej.: 473 x 9 = 4257 = 4 + 2 + 5 + 7 = 18 = 1 + 8 = 9).

Este número (que es el cuadrado de tres) se representa en geometría con la circunferencia, a la que se asignan 360 grados (3 + 6 + 0 = 9) y que se subdivide en dos partes de 180 (1 + 8 + 0 = 9), en cuatro de 90 (9 + 0 = 9) y en 8 de 45 (4 + 5 = 9).

Sin embargo la circunferencia no podría tener existencia alguna si no fuera por el punto central del cual sus indefinidos puntos periféricos no son sino los múltiples reflejos ilusorios a que ese punto da lugar.

Si añadimos a la circunferencia su centro ya obtenemos el círculo (9 + 1 = 10) con el que se cierra el ciclo de los números naturales.

 

 
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LA RUEDA Y LA CRUZ
 

El símbolo de la rueda (la esfera en la tridimensionalidad) está estrechamente asociado con el del círculo, del que ya hemos hablado. Como a éste, también se lo encuentra en todos los pueblos tradicionales, lo que nos habla de su primordialidad, atestiguando así su importancia como vehículo para la comprensión de los misterios de la cosmogonía, considerada como un soporte vivo que nos permite acceder al conocimiento de la metafísica y las verdades eternas. De hecho ambos símbolos se refieren a las mismas ideas, pues responden a idéntica estructura: un punto central y la circunferencia a que éste da lugar por su irradiación. 

Recordaremos que el punto central simboliza la Unidad, el Principio Supremo, y la circunferencia la manifestación universal, el mundo o cosmos entendido en su totalidad, que una vez manifestado gracias a la emanación del Principio, retorna nuevamente a él, cumpliendo así un doble movimiento de expansión y concentración, centrífugo y centrípeto -solve et coagula de la Alquimia-, que encontramos presente en el propio ritmo cardíaco y en el expir y aspir respiratorio. 

Queremos destacar también las vinculaciones de la rueda con otros símbolos, como el de la cruz, que precisamente conforma su división cuaternaria fundamental, como ya se ha dicho, y que constituye su estructura interna, la cual permite conectar el punto central con la circunferencia, o lo que es lo mismo, la Unidad con la manifestación universal, caracterizada por el movimiento incesante, el que es promovido justamente por la rotación de la cruz en torno al centro, que sin embargo permanece totalmente inmóvil, simbolizando de esta manera la inmutabilidad del Principio. 

Ese movimiento creacional genera también el espacio y el tiempo (y con ellos la posibilidad de la vida en todas sus expresiones), ordenados por los radios de la cruz, como muy bien expresan las cuatro direcciones y las cuatro estaciones, las que por cierto están señaladas por las respectivas posiciones del sol, cuyo símbolo astrológico, y también alquímico, no es otro que el punto y la circunferencia. 

La rueda con la cruz en su interior es igualmente la imagen de todo ciclo, que se divide según el modelo cuaternario: las cuatro fases de la luna, del día y del año, las cuatro edades de la vida del hombre, las cuatro grandes divisiones del ciclo cósmico (llamado Manvántara por la tradición hindú), que comprenden la manifestación entera del mundo y de la humanidad, etc. 

Naturalmente el círculo admite también otras divisiones, que se agregan a su simbólica y la enriquecen, como es el caso de la partición en seis, ocho y doce radios. En este último caso tenemos el del zodíaco, que además de "rueda de la vida", en otras tradiciones también significa "rueda de los signos" y "rueda de los números".

 
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CONSTRUCCION DEL ARBOL DE LA VIDA
 

 

Primer paso: trace el pilar central o eje vertical. 
 
Segundo paso: trace cuatro círculos según el modelo, utilizando el eje vertical y los puntos de intersección con éste de los círculos precedentes, como punto central de los siguientes. 
 
Tercer paso: trace las sefiroth utilizando las intersecciones exteriores de los círculos como puntos centrales, tal y como aparece en el gráfico.

 
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EL SIMBOLO DE LA HORIZONTAL Y LA VERTICAL
 

Entre los símbolos geométricos que revelan la estructura del cosmos encontramos el de la horizontalidad y el de la verticalidad. Aunque se trate de una sola línea recta, ésta, al adoptar dos posiciones distintas, nos permite comprender otras tantas lecturas de la realidad, que sin embargo se complementan, tal cual podemos observar en otros símbolos fundamentales, como es el caso de la cruz y la escuadra, que se forman por la unión en un punto de la línea horizontal y la vertical.

En primer término la horizontal simboliza a la tierra y la materia, al tiempo sucesivo que progrede indefinidamente en un plano o nivel de realidad sin posibilidad aparente de salir de él. Se refiere, en suma, a la lectura literal y puramente fenoménica que el hombre tiene de sí y del mundo. Sin embargo, gracias al doble sentido que posee todo símbolo, también simboliza la sumisión a la ley que regula la rectitud en nuestro comportamiento. Esotéricamente representa un estado de pasividad y quietud interior que hace posible la receptividad de las influencias espirituales.

Son precisamente esas influencias las que simboliza la vertical. Y si la horizontal se refiere al tiempo sucesivo, la vertical en cambio representa al tiempo simultáneo y siempre presente, que al ser percibido en la conciencia nos libera de los condicionamientos y limitaciones terrestres. En el hombre ese eje vertical, esencialmente activo, incide directamente sobre su corazón, el centro de su ser, y a partir de aquí es que comienza a ascender y conocer otros estados cada vez más sutiles de sí mismo, del Universo y del Ser.

Todo esto está perfectamente representado en el simbolismo constructivo (del que más adelante trataremos), en donde la horizontal equivale al nivel y la vertical a la plomada. Así, la horizontal (la tierra) es el plano de base del templo, que el hombre recorre en sucesivas etapas hasta alcanzar el altar o centro de ese plano, en el que se encuentra el punto de conexión con el eje vertical, el cual lo comunica directamente con la clave de bóveda de la cúpula (el cielo), que representa el centro del Ser total, más allá de la cual se encuentran sus estados supraindividuales y supracósmicos, en donde hallará su auténtica Liberación y Suprema Identidad.

 
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LOS TRES GUNAS 
 

Si bien la Tradición Hermética constituye una vía de Occidente para el Conocimiento, ello no significa que no guarde estrechas analogías con otras tradiciones que también manifiestan lo mismo. Tal es el caso de la tradición hindú, su teogonía y cosmogonía. De ella queremos destacar a los tres gunas, que representan energías o principios presentes en todas las cosas. La primera es sattwa, asimilada a la energía sutil y celeste, a la que se opone tamas, identificada con la atracción gravitacional de lo denso de la Tierra. La fuerza de la una es invertida con respecto a la otra. Pero ambas en un punto se unen, complementándose. Sattwa y tamas se encuentran sobre un mismo eje vertical a distintos niveles. Y la distancia media entre ellas es el lugar en que se conjugan. Esta identificación y neutralización da lugar a una tercera energía, generada por la expansión de la potencia de las otras dos, gestando un plano de irradiación horizontal, rajas, que es la proyección de las energías opuestas del plano vertical, la que junto con ellas, y como principios presentes en todas las cosas, en el cosmos entero, dará lugar al Mundo.

 

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