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Para todo pueblo existen entidades intermediarias, a veces son los dioses mismos, otras semidioses. Las Musas, habitantes del Olimpo, se cuentan entre los primeros. Hijas de Zeus y Mnemósyne, su quinta esposa, con la cual se unió bajo la apariencia de un pastor, fueron engendradas en nueve noches distintas, lejos de los demás inmortales, con objeto de que hubiera quien celebrara la victoria de los Olímpicos sobre los Titanes. Diosas de la Memoria (del cielo) y de la inspiración poética, se les atribuye el poder de dar los nombres convenientes a todos los seres. Guardianas del oráculo de Delfos, dicen "lo que es, lo que será y lo que ha sido". Aunque han nacido en el monte Pierio, y visitan el Olimpo, donde alegran las fiestas de los inmortales con sus cantos con los que hacen resplandecer el palacio de su padre, gustan de reunirse en la cima del monte Helicón, desde donde se acercan en la noche hasta la morada de los hombres, que pueden oir así, en la quietud, la melodía de sus voces. Ellas comunican también a los olímpicos los males y sufrimientos de éstos, el canto de cuya creación es una alegría para Zeus. Estas entidades femeninas, capaces de tomar indefinidas formas, y de no tomarlas, y de revelar a los hombres –si así ellas lo desean–, ya sea a través de la armonía de sus manifestaciones, o mediante el ritmo y el número, o directamente de su propia voz, los misterios de la generación de los dioses, del orden de la cosmogonía, de las hazañas de los héroes en busca del cielo y cosmizando la tierra, tienen el poder de transformar la realidad, pues la audición de sus cantos hace de lo sensible símbolo de la armonía del Alma del mundo, manifestación e imagen del dios polar, Apolo. Ellas unen al hombre con lo sagrado porque están directamente vinculadas con el secreto y la armonía de la Creación (Cosmogonía) a la que revelan en el alma humana, donde la reproducen (poiésis = creación), y a la que conducen así al pie del eje que une los mundos, simbolizado en la fuente, la piedra, la encina, que aparecen al comienzo del canto de Hesiodo, la Teogonía. Como en el Museo, donde se hallan los productos de aquella audición y por lo tanto de la Memoria, al abrir un libro inspirado se abre también su templo, o mansión. Aunque aparecen como vírgenes, algunas han tenido hijos con dioses u hombres; sin embargo los destinos de estos vástagos señalan como verdadero fin la generación espiritual, supracósmica; a veces en forma trágica, como es el caso de Lino, hijo de Urania y de un mortal, o bien de Apolo y Calíope –o Terpsícore–, a quien éste dió muerte al ser desafiado en el canto; otras, como exclusiva generación del amor, como el de Himeneo, nacido de la unión de Apolo y Calíope. Siendo al comienzo tres, cuando los tiempos arcaicos, su número ha quedado fijado en nueve, según la Teogonía de Hesíodo, a quien ellas mismas la revelaron, y sus propios nombres están unidos a su función: Clío: que preside la Historia, y que canta la "gloria" de los hombres y la "celebración" de los dioses, siendo sus atributos la trompeta heroica y la clepsidra. Eutherpe: "la que sabe agradar", y que preside la música de flauta y otros instrumentos de viento. Thalía: la comedia, "la que trae flores", o "la que florece", nombre también de una de las tres Gracias, representada con la máscara de la comedia y el bastón de pastor. Melpómene: la tragedia, la que canta "lo que merece ser cantado", representada con la máscara trágica y la maza de Hércules. Terpsícore: la música en general y la danza, la que "ama la danza", cuyo atributo es la cítara. Erato: la poesía lírica y los cantos sagrados, acompañada por la lira y el arco, cuyo nombre procede de Eros, el primer dios que apareció después de Gea nacida de Caos y generadora de los demás dioses. Polimnia: el arte mímico, la que inspira la unión de los "múltiples himnos", y se vinculan a ella la retórica, la elocuencia, la persuasión, representándosela con un dedo en los labios. Urania: la "celeste", la astronomía, la contemplación de la armonía del cielo, representada con un trípode junto a ella. Calíope: la poesía épica, la de voz "más bella" o "verdadera", la que reproduce la imagen del sonido primordial que se oye en el centro de todo ser, lugar que tan sólo después de determinado estadio del ciclo se encuentra simbólicamente en la cúspide de la Montaña (Helicón), la cual debe ascender quien realiza el camino de retorno, en tanto que el Olimpo es el lugar de los dioses inmortales (los estados supraindividuales del ser), montaña celeste a la que ellas mismas se dirigen desde la anterior, después de haber regalado a los hombres, mientras dejan oír tras de sí un "encantador sonido que surge de sus pasos". |
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Hablaremos de la palabra magia y sus posibles equívocos. La vida entera, que se está manifestando en todos los órdenes en este mismo momento, es asimismo una función permanente de magia, o sea, que la realidad en la que vivimos es mágica. En ese mismo sentido nuestra actuación en ella también lo es, de modo natural, y la participación del hombre en este proceso es parte integrante del proceso mismo. La vida y nuestra existencia se están haciendo permanentemente y nosotros podemos participar o influir en ella de acuerdo a determinadas pautas, relacionadas con ciertos ritos especiales. Pues en el caso del rito sucede lo mismo que con el símbolo: si bien toda manifestación es simbólica e igualmente la vida un perpetuo rito, sin embargo existen ciertos símbolos y ritos particulares que en forma mágica actúan sobre nosotros, siempre que el sujeto que los practique se encuentre en el estado adecuado para realizarlos y sean cuerdas y sanas sus intenciones. La Tradición Hermética trabaja constantemente con símbolos y también utiliza determinadas "operaciones", para vivificar esos símbolos trayéndolos así al plano de la acción. Determinados "métodos", gestos o formas de trabajo, capaces de promover en nosotros y en nuestro entorno determinadas situaciones y energías aptas para ser moldeadas por una voluntad lúcida y rectamente ordenada en la triunidad Verdad-Belleza-Bien. |
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Sin duda el lector que nos sigue atentamente ha de haber encontrado a lo largo de este curso varias y diversas dificultades. Eso es propio de cualquier aprendizaje, y se agrava en uno de este tipo, donde en algunas ocasiones se va contra muchas de las formas de ver propias del ser humano contemporáneo y de la sociedad que éste ha conformado (y en la que nos hemos criado), que no cree en la realidad del Espíritu, ni en la de otras posibilidades de la creación y el hombre, salvo aquellas estrictamente ligadas con la comprobación estadística, el análisis empírico, y la manifestación exclusivamente visible y fenoménica. En este sentido, nuestro interés por temas ocultos y espirituales puede crearnos algunas dificultades con respecto al medio, que no siempre comprenderá nuestra vocación, o nos creerá engañados y hasta faltos de razón. Esto viene a agregarse a nuestros propios tropiezos internos y a la aparición de dudas, incapacidades, pasiones latentes y desconocidas que surgen, vacilaciones, fobias, manías, etc., que yacen en el fondo de uno mismo y que comienzan a despertar –en la sabia economía del Universo– al par que nos iluminan otras tantas áreas con la luz que presta el conocimiento. Los símbolos revelan y velan a la vez. |
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Desde la más remota antigüedad, y de manera unánime en todos los pueblos, aparece la danza como expresión del sentir del ser humano, y como un acto natural en él. Unida siempre a la música y al canto, como una trilogía rítmica indisoluble, ella constituye un gesto espontáneo que se articula con el ritmo universal. Este ponerse "a ritmo", este "ritmar" con el cosmos, es la esencia y el origen de la danza, cuyas coreografías y movimientos circulares se inspiran en el orden de los planetas y sus efectos y correspondencias en la manifestación. El hombre, el danzante, es el intermediario entre cielo y tierra, y sus pasos repiten y representan la cosmogonía primordial a la que inmediatamente asigna un carácter repetitivo y ritual. Gracias a estos gestos y figuras ideales, o "patrones" simbólicos, y a la total entrega a la danza, el ser humano se ve transportado a otro mundo, a otro espacio mental, donde su participación activa en el presente, a través del movimiento, hace que conecte con una sola y única onda, o vibración, compartida por la creación entera. Cuando esto es así, es que se ha comprendido el sentido mágico de la vida, de la que se forma parte. |
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La nave, por su estructura, aparece como una imagen simbólica del cosmos. Su mástil central figura el Eje del mundo que va del cénit al nadir, y la cofa, que en muchas ocasiones lo rodea circularmente por arriba, equivale al "ojo del domo" de las catedrales y de todo edificio construido siguiendo el mismo modelo cósmico. Advirtamos que el espacio interior del templo cristiano también se denomina nave, siendo ésta precisamente uno de los emblemas de los pontífices católicos, también llamados "pastor y nauta". Asimismo la nave está orientada según los cuatro puntos cardinales: la dirección proa-popa señala el eje vertical norte-sur, y la dirección estribor-babor el eje horizontal este-oeste. Es también una imagen del Arca flotando sobre la superficie de las Aguas Inferiores, conteniendo los gérmenes de un nuevo ciclo, por lo que también se la relaciona con la copa, la matriz, y por extensión con el corazón y la caverna. Recordaremos que el antiguo lema de los marineros: "Vivir no es necesario, navegar es necesario", nos ilustra perfectamente acerca del sentido profundo de la navegación, del peregrinar por las Aguas Inferiores a la búsqueda del Centro, simbolizado por la isla o continente mítico de los orígenes. En efecto, la vida no tiene ningún sentido, ninguna 'orientación', si ella no está concebida como una aventura en pos del Conocimiento, para lo cual es necesario, como se dice en el I-Ching, atravesar las "Grandes Aguas", o el "Mar de las pasiones" inherentes a la individualidad humana, como se afirma en el hinduismo, y en general en todas las tradiciones. |
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Las columnas son evidentemente símbolos del eje. Están expresando la idea de ascensión vertical que une la Tierra y el Cielo. Cuando se trata de dos columnas rematadas en su parte superior por un arco o cimbra, éste último simboliza al Cielo, en tanto que el rectángulo que ellas forman simboliza a la Tierra. La puerta es también una esquematización de la estructura completa del templo, especialmente visible en los pórticos de las catedrales y monasterios cristianos. Ese semicírculo del arco simbolizando el Cielo se encuentra en el coro del altar o ábside, que es la proyección sobre el plano de base horizontal de la cúpula o bóveda. Y el resto del templo, de la puerta al altar, representa a la Tierra. La puerta (enmarcada por las dos columnas), con su doble función de separar y comunicar dos espacios (el espacio profano del espacio sagrado), está en relación con los ritos de "tránsito" o de "pasaje", ligados a su vez con los misterios de la Iniciación, que constituyen los misterios de la vida y la muerte. Se trata de un simbolismo primordial que se encuentra, bajo distintas formas, en todas las tradiciones. Las dos columnas son un símbolo de la doble corriente de energía cósmica, activa-pasiva, masculina-femenina, rigor y gracia, que articula el proceso de la creación universal en todas sus manifestaciones. Traspasar el umbral del Templo-Cosmos es ser penetrado por esta doble energía que convenientemente armonizada nos conducirá, a través de un viaje regenerativo y por etapas, a la salida del mismo por otra puerta, esta vez pequeña (la "puerta estrecha" del Evangelio, u "ojo de la aguja" como se dice en la tradición hindú), situada en la "clave de bóveda", y por tanto en la sumidad de la cúpula. "Yo soy la Puerta", dice Jesucristo, "y quien por mí pasa va al Padre". La puerta de entrada al templo, y la que está simbólicamente en la sumidad de la cúpula, son respectivamente, y utilizando la simbología de la antigüedad greco-latina, la "puerta de los hombres" y la "puerta de los dioses", las dos puertas zodiacales de Cáncer y Capricornio. Por la "puerta de los hombres" se nace o entra en el cosmos; por la "puerta de los dioses" se sale de él, accediendo a la realidad supracósmica, más allá del Ser, no condicionada por ninguna ley espacio-temporal, y de la cual nada puede decirse. Por su relación con la caverna iniciática, el templo puede asimilarse al cuerpo de la Gran Madre, bajo su doble aspecto telúrico y cósmico. Las dos columnas son también las dos piernas de la Madre parturienta, en cuya matriz el neófito, que viene del mundo de las "tinieblas profanas", muere a su condición anterior, renaciendo a la verdadera Vida. Se trata naturalmente de un alumbramiento en la esfera del alma, del nacimiento del Hombre Nuevo que habita en cada uno de nosotros. Por la Iniciación, el cosmos, con todos sus mundos y planos, aparece como la auténtica casa o morada del ser humano, en la cual ya no se siente extraño o ajeno, pues ha muerto al hombre viejo, y se ha reintegrado al latir del ritmo universal, del que forma parte. |
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Anteriormente hemos dado la idea del simbolismo de las columnas y la puerta. A continuación queremos transponer este simbolismo a nuestro diagrama del Arbol Sefirótico, o Arbol de Vida cabalístico:
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Todos los pueblos, desde la más remota antigüedad, han conservado la realidad del mito como un componente esencial de su concepción del mundo, de su cosmogonía y teogonía. Por muy lejos que nos remontemos en la historia de las civilizaciones tradicionales, siempre encontramos en ellas una rica profusión de relatos y leyendas relacionados con seres míticos que sirven de comunicación entre la Tierra y el Cielo, entre lo de abajo y lo de arriba. La tradición cabalística también conserva un gran número de gestas míticas vinculadas con el descenso a la Tierra de las energías celestes, angélicas o espirituales. Así, en la Cábala se halla con frecuencia el nombre de Metatron, al que se identifica con el Arcángel Miguel, también llamado el "Príncipe de las Milicias Celestes". La Cábala considera a Metatron como el principio activo y espiritual de Kether, la Unidad, que con las tropas divinas bajo su mando (las sefiroth de construcción cósmica) emprenden la lucha contra las potencias del mal y de las tinieblas (que constituyen su propio reflejo oscuro e invertido, las "cortezas", "escorias" o kelifoth) disipando la duda y la ignorancia en el corazón del hombre, fecundándolo simultáneamente a esa misma acción con la influencia espiritual que transmiten. En algunas representaciones de la iconografía cristiana y hermética puede verse este combate mítico en las figuras del Arcángel Miguel y las huestes angélicas, luchando contra los demonios y Satán, el "príncipe de este mundo", según la conocida expresión evangélica. Con el mismo significado, pero a nivel humano, encontramos al caballero San Jorge combatiendo contra el Dragón terrestre, símbolo de las pasiones inferiores y del "caos". Precisamente, la lanza o espada (símbolos del eje) de San Jorge atravesando el cuerpo del monstruo, sugiere la "penetración" de las ideas celestes, verticales y ordenadoras, en dicho "caos". Esta variante del mito es análoga a la lucha que el hombre acomete en la búsqueda del Conocimiento, lo cual le da la posibilidad de vivir un proceso mítico idéntico al de esas mismas energías cósmicas y telúricas, celestes e infernales, en permanente lucha y conciliación. Relacionado en cierto modo con los orígenes de la Tradición Hermética, e íntimamente vinculado con lo que venimos diciendo, se encuentra el mito de los "ángeles caídos", que igualmente es relatado en el Génesis bíblico. Considerado desde el punto de vista de la Ciencia Esotérica –que tiende a resolver los opuestos, y por lo tanto excluye, por insuficientes, lo simplemente moral y sentimental, así como las lecturas demasiado literales de las cosas, que sí están incluidas en el punto de vista simplemente religioso y exotérico– la "caída de los ángeles" representa, ante todo, un símbolo del descenso de las influencias espirituales en el seno mismo de la vida y de la naturaleza humana. Ciertos ángeles cayeron encendidos por el amor que profesaban a las hijas de los hombres, a las que, se dice, "encontraron hermosas y bellas". De su apareamiento nacieron seres semi-divinos (los antepasados míticos), que revelaron a los hombres las ciencias y las artes teúrgicas, mágicas y naturales, es decir, todas aquellas disciplinas que, como ya sabemos, integran los textos sagrados de los Hermetica y el Corpus Hermeticum. |
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La montaña, junto con la piedra (forma reducida de ésta) y el árbol, con el que se encuentra asociada, es un símbolo natural del "Eje del Mundo". Por ser en realidad una elevación o protuberancia de la tierra, la estructura imaginal del hombre sagrado ve en la montaña un símbolo de su propia naturaleza que aspira verticalmente hacia lo superior o celeste. En general todas las montañas tienen ese significado, pero existen algunas que, debido a ciertas correspondencias espaciales relacionadas con la topografía sagrada están "cargadas" de influjos espirituales. Estas son las denominadas "Montañas Santas" o "Sagradas", morada de entidades espirituales. De ahí que muchos templos y santuarios (como es el caso, por ejemplo, del Partenón griego) se construyeran en las cimas de determinadas montañas, es decir allí donde la Tierra parece tocar el Cielo. Asimismo la montaña, en cuanto a su estructura, es un arquetipo del templo, lo cual es especialmente visible en las pirámides egipcias y precolombinas y en los zigurats babilónicos. En relación con esto es significativo el hecho de que Dante, en la Divina Comedia, sitúe al Paraíso Terrenal, o Jardín del Edén (del que todo templo es una imagen simbólica), en la cima de una montaña, que es la "Montaña Polar", "Celeste" o "Mítica", común a muchos pueblos tradicionales, como es el caso del monte Meru entre los hindúes, el Alborj entre los antiguos persas, el Sinaí y Moriah entre los hebreos, la montaña Qaf entre los árabes, o el monte Urulu (o "Ayers Rock") entre los aborígenes australianos, etc. La vinculación de la montaña con el Paraíso nos sugiere su carácter primordial, pues aquél, o su equivalente en cualquier tradición, se considera como el comienzo u origen mítico de la humanidad (la "Edad de Oro"), cuando todos los hombres sin excepción participaban del Conocimiento y la Verdad. El Paraíso era también la residencia de la Gran Tradición Universal, conservadora de la doctrina y de la sabiduría perenne, y toda montaña sagrada, como el Edén, es el símbolo del Centro del Mundo. Pero a partir de cierta época, y debido a las condiciones cíclicas adversas, el Conocimiento dejó de pertenecer a la totalidad de los hombres, quedando en posesión tan solo de unas minorías, las que para salvaguardarlo y mantenerlo a través de los tiempos, crearon las culturas tradicionales, conformadas por los ritos y símbolos sagrados. El Conocimiento se replegó en el interior de sí mismo, en el corazón de la montaña, es decir, en la caverna, un lugar que por su situación está oculto y protegido. Por tal motivo el mundo "supra-terrestre" devino, en cierto modo, el "mundo subterráneo". Se hizo invisible. Se ocultó, pero no desapareció. La oquedad oscura de la caverna sustituyó a la luminosidad de la cúspide de la montaña. La Verdad, que en los primeros tiempos era manifestada a los cuatro vientos y estaba en boca de todos, se convirtió en un secreto sólo percibido en lo más interno. La caverna (como el huevo) es también un símbolo del cosmos, un "Centro del Mundo" al igual que la montaña. Pero así como en ésta se manifiesta en todo su desarrollo y amplitud, a la vista de todos, en la caverna el Centro se mantiene invisible, virtual y potencial. El templo es igualmente una caverna, aunque ésta se encuentra mejor representada por la cripta, situada en muchas catedrales debajo del Altar, es decir, sobre el mismo eje perpendicular que parte de la "clave de bóveda", o sea de la sumidad. En la caverna sagrada se producen las hierofanías y se celebran los misterios de la Iniciación, lo mismo que las "revelaciones" y "apariciones" de la divinidad. Recordemos que Jesucristo nace en un establo, equivalente de la caverna. Por otro lado, el mismo esquema simbólico tradicional para representar a la caverna, es idéntico al del corazón y al de la copa, es decir un triángulo equilátero con el vértice hacia abajo, dando la imagen de un recipiente que recoge los efluvios espirituales. El símbolo geométrico de la montaña es a su vez un triángulo, pero con el vértice hacia arriba. Existe aquí una aplicación de este símbolo que completa lo que se ha dicho hasta ahora, y es que como la caverna está en el interior de la montaña, podemos ver que la reunión de ambos conforma el símbolo ya conocido del "Sello de Salomón" o "Estrella de David". Este es, como ya sabemos, el símbolo de la analogía, que hace que lo de abajo sea complementario con lo de arriba, y viceversa. Por lo tanto el triángulo invertido es un reflejo del otro, exactamente igual que el microcosmos es un reflejo del macrocosmos, o que la realidad relativa de lo manifestado es un reflejo de la Realidad Absoluta de lo Inmanifestado. |
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Entre los materiales de construcción, el más importante es naturalmente la piedra. Pero ésta, como todo lo que forma parte del Templo, tenía para los constructores de las civilizaciones tradicionales que utilizaron ese material (pues se sabe que con anterioridad a él se edificaba con madera), un sentido simbólico bien preciso, que es el que le da toda su importancia desde el punto de vista sagrado. La piedra expresa dos aspectos bien distintos. Por un lado, y debido a su tosquedad y aristas, simboliza la naturaleza grosera e imperfecta del hombre profano. Por otro, gracias a su solidez y estabilidad, refleja, más que ninguna otra cosa, la presencia inmutable de Dios en el seno de la Creación. Y esto es precisamente lo que hace que una determinada piedra sea venerada como sagrada. Es el caso de los betilos-oráculos, que eran generalmente aerolitos, o piedras "descendidas del cielo", y asociados por tanto con el rayo y la luz. Añadiremos que "betilo" procede de Beith-El (que significa "Casa de Dios"), nombre dado al lugar donde Jacob reposó su cabeza y tuvo el sueño en el que veía descender y ascender ángeles por una escalera que unía el Cielo y la Tierra. (Esa misma palabra, Beith-El, se convirtió posteriormente en Beith-Lehem, o Belén, la "Casa del Pan", y designó la ciudad en la que debía nacer Cristo, el Verbo descendido en el seno de la substancia terrestre). De ahí que existieran épocas y culturas donde estaba terminantemente prohibido tallar las piedras destinadas a un culto especial, pues éstas eran consideradas como la expresión misma de la substancia indiferenciada (la materia prima) y virginal de la naturaleza divina. Pero éste no es el caso de los templos que, como las catedrales, necesitan para su solidez piedras completamente talladas a escuadra y pulidas y trabajadas con el martillo y el cincel. La piedra ya no expresará esa virginidad indiferenciada, sino más bien el caos amorfo de lo profano, que necesita ser ordenado por las reglas y métodos del Arte. |
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La Arquitectura, ligada al arte de la construcción, nace simultáneamente como una necesidad material y una necesidad espiritual. Como necesidad material, fue imperioso, en un determinado momento de la historia, ponerse a cubierto y al abrigo de las intemperies meteorológicas y de toda clase de peligros y condiciones adversas. Y como necesidad espiritual, porque toda edificación, cualesquiera fuesen los materiales y los modelos arquitectónicos utilizados, tenía y tiene una significación unida al culto religioso y sagrado. Un ejemplo de esto último es el propio Templo o Santuario, del que ya hemos hablado, aunque también estaba, y está presente allí donde todavía se conserva una cultura tradicional, en la propia vivienda, en la que destaca el hogar o fuego central análogo al Altar. En ambos casos el arte de la construcción se basa en la contemplación de un gesto divino primordial: la Creación del Mundo. El cosmos físico, creación del divino Arquitecto, proporcionaba al arquitecto humano el modelo de su propia morada. Cielo y Tierra constituyen la parte superior e inferior del edificio. En este sentido, siendo la realidad concreta del cosmos una manifestación de los mundos invisibles, la construcción de la casa familiar y cultual debe cumplir una función similar, es decir servir de recipiente y soporte a las energías creadoras del Universo, plasmándolas en la configuración de su trazado y en cada una de sus partes y elementos. Y ya hemos visto que esas energías se expresan simbólicamente por medio de módulos numéricos y geométricos, estrecha y armónicamente vinculados entre sí. Catedrales y monasterios, por ejemplo, son verdaderos compendios de la vida universal, donde están representados en la piedra los diversos reinos de la naturaleza, del mundo intermediario, y del mundo espiritual o angélico, en suma, el "Libro del Universo". De ahí que los maestros arquitectos y los obreros a sus órdenes, divididos en diversos grados, tuvieran un conocimiento perfecto de la metafísica, la ontología, la cosmología y las ciencias naturales. Las propias herramientas y elementos utilizados para la edificación, son simbólicos, además de prácticos, y entre ellos merecen destacarse el compás, la escuadra, el nivel, la plomada, la regla, la paleta, el martillo y el cincel. |
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Uno de los errores más grandes del hombre actual, hijo de la sociedad contemporánea, es acreditar en una supuesta igualdad totalmente ausente en la vida y la naturaleza mismas, puesto que todos los "reinos" y especies se encuentran perfectamente jerarquizados. Por este expediente igualitario se niega toda posibilidad de superación ya que se atribuye a los demás la pequeña mediocridad del medio que se vive y encarna, y las personales densidades y pesadillas que constituyen la existencia individual de los que integran una sociedad desacralizada. Se proyecta así una imagen de la propia chatura sin tener en cuenta ni por un momento la experiencia, la sabiduría, la edad, los estudios y los viajes de otros con los que se pretende equipararse en una comparación absurda que se produce por el hecho de "creer" en una "igualdad" que es tomada como un auténtico "bien" en sí mismo, y aun como un progreso cívico y democrático. Es común ver en pueblos y provincias que a las personas que por algún motivo se destacan se les trata de "mover el piso" o "serruchar el piso". Esta última imagen es muy plástica: hay que hacer "bajar el piso" del otro cuando no se puede o no se quiere ascender a su nivel. No hay mayor igualdad que aquélla que tenemos los hombres, la de albergar la deidad en el interior de cada ser, posibilidad que llevamos los seres humanos sin excepción y que constituye lo que verdaderamente une. O sea la igualdad ante y en el Ser Universal de la que todos los seres de alguna manera somos partícipes, y la libertad de lograr la fusión en ese Ser Universal que dio al ser particular un Origen y un Destino común.
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