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EL SIMBOLO DEL CORAZON 
 

El órgano fisiológico del corazón no es, como se cree de ordinario, la sede del sentimentalismo y la sensiblería más pacata, sino que él ha sido tomado en todas las tradiciones como uno de los símbolos más patentes y claros de la idea de centro. En el cristianismo esto es obvio, pues cuando se habla del "Sagrado Corazón" de Cristo se está haciendo referencia a la parte más central de esa tradición, a la fuente misma de donde emana la esencia de su doctrina y sus más profundos misterios.

Su representación iconográfica en forma de triángulo invertido hace de él un recipiente donde descienden, y se depositan, los efluvios celestes que vivifican la totalidad del ser individual, haciendo posible que éste tome verdadera conciencia de su Ser Arquetípico. Por eso se habla del corazón como el lugar donde reside simbólicamente el Principio divino en el hombre, el Espíritu Universal que, con respecto a la manifestación, aparece como lo más pequeño, sutil e invisible, como bien señala la conocida parábola evangélica cuando habla del "Reino de los Cielos" asimilándolo al grano de mostaza, equivalente en la tradición hindú al "germen contenido en el grano de mijo", idénticos al éter o "quintaesencia", que es también el centro o corazón de la cruz elemental, tomada en este caso como un símbolo de todo el mundo manifestado.

Es de ese Principio de donde, en efecto, el hombre recibe el hálito vital, al mismo tiempo que la luz de la Inteligencia, o auténtica intuición intelectual que le permite conocer de manera directa, simultánea y sin reflejos (es decir no dual, racional o cerebral) a la Unidad en todas las cosas. En este sentido, recordaremos que en la Cábala la sefirah Tifereth (que en la simbólica constructiva corresponde al altar del templo) es llamada el corazón del Arbol de la Vida, pues al estar situada en el centro mismo del pilar del equilibrio hace posible que en ella se unifiquen y sinteticen las restantes sefiroth. Por eso esta sefirah también es llamada "Armonía", entendida como la auténtica expresión de la "concordia" universal, palabra que precisamente significa "unión de los corazones".

 
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MOISES
 

El nombre de Moisés evoca inmediatamente la idea del pueblo judío, al que él encarna y al mismo tiempo genera. En efecto, habiendo nacido en Egipto, es considerado como de la familia del Faraón, pues aparece como hijo de su hermana, y como tal se dice es iniciado por los sumos sacerdotes en los misterios más profundos de Isis y Osiris, donde sobresale por sus conocimientos. Desde joven siente un llamado cada vez más claro hacia algo que aún no se define, pero que no está relacionado ni con Egipto, ni con la posición envidiable que ostenta, la que por otra parte cada vez se le hace más difícil, por los celos, envidia y desconfianza de su tío Ramsés II, y de su primo, que le sucederá en el trono. La "casualidad" hace que Moisés, al defender a un esclavo judío injustamente tratado, mate al agresor y tenga que huir, pues para casos como el suyo (Moisés era ministro del culto de Osiris) la justicia del Faraón aplica las penas máximas. Se refugia donde otro personaje clave, Jetro, rey de Salem, gran sacerdote e iniciado y padre espiritual de numerosos pueblos nómadas que poblaban los desiertos y tierras entre las civilizaciones de Egipto, Caldea, Babilonia, etc., compuestos por semitas, árabes, etíopes, etc. Estos fueron los judíos, aquéllos que saliendo de su cautiverio en tierras extranjeras de Egipto, se levantan un día y emprenden una gigantesca emigración por el desierto, bajo la guía de un jefe que los sintetiza y encarna, y bajo cuya conducción, como intérprete directo de su dios Yahvé, han de constituirse definitivamente como pueblo elegido, y acceder a un destino que se da en el mismo Moisés, nombre cuya traducción es "El Salvado", y que él imprime a su entorno, al pueblo al que se le ha dado la misión de constituir y dirigir. Moisés es, pues, conjuntamente, un personaje histórico y un símbolo, como todos los protagonistas de la Historia Sagrada. Es también un ser humano, y al mismo tiempo el receptor de las energías y los mensajes de una entidad sobrehumana, Yahvé, al que adora y hace adorar, cuando no es el propio dios el que actúa directamente. Como ser humano padece por cuarenta años toda suerte de infortunios y necesidades, las más de ellas provocadas por la ignorancia y la bestialidad de los suyos. Como agente divino aviva y fija el monoteísmo e implanta a fuego su ley, a la que sella con mandamientos. Termina su peregrinaje, y en vista de la tierra prometida deja como herencia La Biblia, de la que escribe los cinco primeros libros, síntesis magistral que fundamenta la vida de un pueblo y de una religión, lo que posteriormente engendrará al cristianismo e islamismo. La energía asombrosa de Moisés, su diálogo constante con la deidad, la fuerza de sus poderes, transferidos y compartidos con setenta discípulos que conforman el núcleo interno de sacerdotes y sabios, iniciados e iniciadores, a los que entrega la Cábala, hacen posible su sucesión hasta el final de este ciclo. Se cumple pues el Destino que Moisés iniciara y que terminará con la gloriosa venida del Mesías, esperada también por los cristianos e islámicos, y anunciada en todos los textos y tradiciones orales de las culturas unánimes.

 
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   HERMES
 

Nos referiremos ahora a Hermes, deidad clave en la tradición egipcia, griega y romana. Thot, el Hermes egipcio, que en Alejandría es conocido como Hermes Trismegisto, es decir, el poseedor de las tres cuartas partes de la sabiduría universal, es identificado igualmente con el Hermes griego y con el Mercurio romano. Siempre se ha considerado a este dios como una imagen de la transmisión, y a ello se debe que los atributos con que se lo identifica, cascos y sandalias aladas, estén relacionados con el viento. Una de sus características es la rapidez de su desplazamiento, lo que en Alquimia puede observarse en forma análoga con el metal del mismo nombre al que conocemos asimismo como Mercurio en su versión latina.

Bien se ha dicho que Hermes es eterno, así sea este o aquel el nombre que le han dispensado los distintos pueblos. Unánimemente es transmisor de enseñanzas y secretos, así se lo llame Thot, Enoch, Elías o Mercurio, como ya dijimos. Su revelación por el bautismo de la inteligencia se produce en aquellos que han encarado sin prejuicios ni muletas el Conocimiento y se han afiliado intelectualmente a su patronazgo; su invocación, concentración y aplicación de los distintos métodos de su ciencia establece una comunicación directa con esta altísima entidad, que se manifiesta internamente a cualquier grado en las individualidades dispuestas a ello. Como se sabe esta deidad se ha expresado –y lo sigue haciendo– en la historia de Occidente por medio de la Tradición Hermética y las disciplinas que la conforman.

Espíritu protector de los viajeros, de los comerciantes y peregrinos, su influencia se hace sentir como la energía aquélla que nos transmite los mensajes más rápidos y ligeros en el camino iniciático. Su poder es tal, que sin él nada sería, ya que como iniciador en los misterios de la vida y el cosmos, sus vibraciones protectoras –y también disolventes– actúan como un catalizador a los efectos del viaje del Conocimiento. Mercurio es sutil y ligero, pero al mismo tiempo lleva en su mano la vara del caduceo, símbolo del eje y de las dos corrientes que se enroscan simultáneamente en él. Su misión es específica, y nos aguarda en todas las encrucijadas de nuestros caminos. Su pensamiento es sabio y revelador, como bien lo atestigua el Corpus Hermeticum, uno de los documentos más excelsos de la Antigüedad emanado de la Alejandría de los primeros tiempos del cristianismo, y del que queremos extraer este texto:

"Puesto que el Demiurgo ha creado el mundo entero no con las manos, sino por la palabra, concíbele pues como siempre presente y existente y habiendo hecho todo y siendo Uno Solo, y como habiendo formado, por su propia voluntad, a los seres. Porque verdaderamente es este su cuerpo, que no se puede tocar, ni ver, ni medir, que no posee dimensión alguna, que no se parece a ningún otro cuerpo. Ya que no es ni fuego, ni agua, ni aire, ni aliento, pero todas las cosas provienen de él. Ahora bien, como es bueno, no ha querido dedicarse esta ofrenda sólo a sí mismo ni adornar la tierra sólo para él, sino que ha enviado aquí abajo, como ornamento de este cuerpo divino, al hombre, viviente mortal, ornamento del viviente inmortal."

 

fig. 5

 

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PITAGORAS
 

En la Antigüedad existía una leyenda según la cual Pitágoras fue engendrado en el seno materno gracias a una intervención directa del dios Apolo, también padre de las Musas y heredero de la lira de Hermes. Se destacaba así el origen celeste y divino de su doctrina, máxime teniendo en cuenta que Apolo (númen de la Luz inteligible, la Armonía y la Belleza) era considerado una deidad de origen hiperbóreo, lo que la ponía en relación con la Tradición Primordial. El mismo nombre de Pitágoras procede de la Pitia del templo de Delfos (dedicado a Apolo) que profetizó su nacimiento como un bien donado a los hombres, nacimiento que aconteció aproximadamente el año 570 a. C. en la isla griega de Samos. Habiendo recibido los misterios órficos propios de la antigua tradición griega, Pitágoras abandona su patria natal para realizar una serie de viajes que lo llevarán por todo el mundo antiguo, especialmente Fenicia, Babilonia y Egipto, país en donde residió durante un largo periodo de tiempo, siendo iniciado por los sacerdotes egipcios, guardianes de la sabiduría de Hermes-Thot. Madurado su pensamiento, y tras realizar la síntesis de todo el saber recibido, Pitágoras regresó a Samos treinta y cuatro años después, preparado para cumplir con el alto destino predicho en su nacimiento, y que no era otro que el de crear las bases sobre las que se asentaría la cultura griega, y posteriormente la civilización occidental.

En Samos fundó su primera escuela, que sería el germen de las que más tarde se establecieron por toda la cuenca mediterránea, especialmente en la Magna Grecia (Sicilia), en cuya ciudad de Crotona estuvo el centro más importante en vida de Pitágoras. Sus enseñanzas (cosmogónicas, esotéricas y metafísicas) se articulaban en torno al Número, donde residía el origen de la Armonía Universal, pues a través de él se revelan las medidas y proporciones de todas las cosas, celestes y terrestres, idea que Platón recoge en el Timeo, su libro pitagórico por excelencia. Para Pitágoras "todo está dispuesto conforme al Número" encontrando en la tetraktys o Década el número perfecto y la expresión misma de esa Armonía, pues "sirve de medida para el todo como una escuadra y una cuerda en manos del Ordenador". Armonía manifestada fundamentalmente también por medio de la música y las formas geométricas, como atestiguan sus famosos teoremas y la estrella pentagramática o pentalfa, distintivo de la propia fraternidad pitagórica, la que continuó perviviendo durante largo tiempo, al menos hasta la Alejandría de los siglos II y III d. C., donde acabó integrándose en la Tradición Hermética, llegando así hasta nuestros días a través de las diversas artes y ciencias que tienden a la transmutación del ser humano mediante la Sabiduría, la Inteligencia, el Amor y la Belleza.

 
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EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO 
 

El templo reúne dentro de sí al espacio y al tiempo sagrados. Apenas traspasamos su puerta, se hace evidente la diferencia entre el mundo exterior y profano donde el tiempo transcurre linealmente y en forma indefinida y amorfa, y el recinto sacro, donde se percibe un tiempo mítico y significativo: el "tiempo" de los orígenes del ser humano, la eternidad y la simultaneidad, conocidas y comprendidas en la interioridad del hombre que establece esta comunicación ritual desde lo profundo del templo. Por otra parte, constituye un modelo del Universo al que imita en sus formas y "proporciones", y como él, tiene por objeto albergar y ser el medio de la realización total y efectiva del ser humano. En las tribus más primitivas, encontramos la cabaña ritual (o la casa familiar) como lugar de intermediación entre lo alto y lo bajo. Efectivamente, en ella el techo simboliza al cielo y el piso la tierra; los cuatro postes donde se asienta son las columnas donde se apoya el macrocosmos. Es muy importante señalar, que siempre en esas construcciones hay un punto cenital que está abierto a otro espacio. Ejemplo: la piedra caput o cimera, que no se colocaba en la construcción de las catedrales, o el orificio de salida de la choza ceremonial (en la casa familiar esta salida es simbolizada por la chimenea, el hogar). Esta construcción, imagen y modelo del cosmos, tiene pues una puerta de entrada que se abre al recorrido horizontal del templo (transposición de la puerta, paso por las aguas del baptisterio, pérdida en el laberinto cuya salida desemboca en el altar, corazón del templo), y posteriormente un orificio de salida sobre el eje vertical, esta vez ubicado en la sumidad, simbolizando la Coronación de la Obra y el ingreso a otro espacio, o mundo, enteramente diferente, que está "más allá" del cosmos, al que el templo simboliza. Es también el templo una imagen viva del microcosmos y representa el cuerpo del hombre, creado a imagen y semejanza de su creador; inversamente, el cuerpo del hombre es su templo. El centro de comunicación vertical es el corazón, y allí, en ese lugar, se enciende el fuego sagrado capaz de generar la Aventura Real de la Transmutación, después de las pruebas y experiencias de Conocimiento que llevan hasta ese lugar. En nuestro diagrama Sefirótico, la puerta horizontal se abre de Malkhuth a Yesod, mientras que la vertical de Tifereth a Kether. Es decir, que todo el trabajo previo, encaminado al Conocimiento, ha de tener por objetivo inmediato la llegada al corazón del templo, el fuego perenne del altar sobre el cual se asienta el tabernáculo, espacio vacío construido con las reglas y proporciones armónicas del templo mismo, del que es su síntesis. Habrá entonces terminado con la primera parte de los Misterios Menores (misterios de la tierra) y comenzará su ascenso simultáneo por la segunda parte (los misterios del cielo), quedando para más allá del templo, es decir para lo supracósmico, los Misterios Mayores, que por ser inefables no pueden tener aquí cabida ni comentario. En realidad este proceso es prototípico y válido para cualquier cambio de plano o estado, en donde se manifiesta a su manera.

 
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EL SIMBOLO DEL LABERINTO
 

El símbolo del Laberinto ejemplifica perfectamente el proceso del Conocimiento, al menos en sus primeras etapas, aquellas en las que el ser ha de enfrentarse con la densidad de su propio psiquismo (reflejo del medio profano en que ha nacido y vive), esto es, con sus estados inferiores, separando alquímicamente lo espeso de lo sutil, que el alma experimenta como sucesivas muertes y nacimientos –solve et coagula–, sorteando al mismo tiempo numerosas pruebas y peligros que no hacen sino traducir el propio conflicto o psico-drama interior. Ese desasosiego es propio de aquel que habiendo abandonado sus seguridades e identificaciones egóticas descubre ante sí un mundo completamente nuevo, y por tanto desconocido, pero hacia el que se siente atraído porque en verdad intuye que atravesándolo es que podrá reencontrarse con su verdadera patria y destino. Esa impresión indeleble de estar totalmente perdidos ha de llevarnos imperiosamente a encontrar la salida, ayudados siempre por la Tradición (y sus mensajeros los símbolos), que en este caso nos llega por medio de este Programa Agartha, que a modo de guía o eje ha de conducirnos (siempre y cuando nuestra actitud sea recta y sincera) a un estado de virginidad, a un espacio vacío imprescindible apto para la fecundación del Espíritu, lo cual se vive en lo más interno y secreto del corazón.

Debemos señalar que muchos laberintos representados en el arte de todos los pueblos son auténticos mandalas o esquemas del cosmos, es decir de la vida misma, con sus luces y sombras, lo que nos permitirá comprender que ese proceso laberíntico es en realidad un viaje arquetípico, una gesta, en suma, que todos los héroes mitológicos y hombres de conocimiento han realizado, y que nos servirá de modelo ejemplar a imitar, tal y como estamos viendo en la serie "Biografías". En verdad el viaje por el laberinto es un peregrinaje ligado a la búsqueda del centro, y en este sentido es importante destacar que en muchas iglesias medioevales figuraba un laberinto (como en Chartres, en medio del cual aparecía antiguamente el combate entre Teseo y el Minotauro) que recorrían de forma ritual todos aquellos que, por una u otra razón, no podían cumplir su peregrinaje al centro sagrado de su tradición (por ejemplo Santiago de Compostela, o Jerusalén), el que era considerado un sustituto o reflejo de la verdadera "Tierra Santa", donde los conflictos y luchas han finalizado, posibilitando así el ascenso por los estados superiores hasta lograr la salida definitiva de la Rueda del Mundo.


fig. 6


Como hemos dicho anteriormente hablando de la simbólica del Templo, esos laberintos se encontraban justo después de la pila bautismal (Yesod), y antes de llegar al altar (Tifereth, el corazón), es decir entre el bautismo de agua –relacionado con la regeneración psicológica y los viajes terrestres– y el bautismo de fuego, vinculado a su vez con el sacrificio por el espíritu y los viajes celestes, horizontales unos y verticales los otros. En el Arbol Sefirótico, el laberinto corresponde, pues, a Yetsirah, el plano de las formaciones, o de las "Aguas inferiores", las que el aprendiz ha de atravesar en su viaje por los estados y mundos del Arbol de la Vida.

Añadiremos, para finalizar, que en el Adam Kadmon microcósmico, o sea el hombre, este laberinto ha de ser ubicado en la zona ventral, área que se destaca tanto por sus combustiones y revoluciones, como por la analogía que presentan sus órganos internos con la representación general del laberinto.

 
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PLATON
 

Como en el caso de Pitágoras, Platón es heredero de la Antigua Tradición Orfica y de los misterios iniciáticos de Eleusis. Platón sintetiza, da a luz, revela, este pensamiento, recibido por boca de Sócrates y adquirido a través de viajes y estudios de toda índole, a lo largo de años. La influencia de Platón es decisiva para la Filosofía, que a partir de él y de uno de sus discípulos, Aristóteles, se genera. Ni qué decir que la Filosofía promueve la historia del pensamiento, y que de su aplicación práctica a diversos niveles (que van desde los acontecimientos cívicos, económicos y sociales, a los usos y costumbres, la moral y la religión, para acabar determinando las modas, las ciencias, las técnicas y las artes), surge el mundo en que los occidentales vivimos, querámoslo o no. No en vano se ha llamado "divino" a Platón. En la Antigüedad no se tomaba este apelativo como alegórico, sino que se acreditaba en la divinidad de Platón, al que también se ha considerado una entidad, porque en sus diálogos (que ocurren entre varios personajes de la Grecia clásica, los cuales exponen sus ideas, mientras Sócrates las ordena y las rebate) no aparece jamás. Los errores denunciados directamente por Sócrates, y los mostrados por Platón a través de los distintos interlocutores, y de la fina trama del diálogo, son, curiosamente, los que desarrollándose desde entonces, en progresión geométrica, han desembocado en la crisis del mundo moderno. En las obras de Platón está perfectamente explicada la Cosmogonía Tradicional y su pensamiento Filosófico y Esotérico está tan vivo hoy en día como en el momento en que el Maestro escribió. Basta acercarnos a sus ideas, para ir penetrando, cuando se lo lee con suma concentración y sin prejuicios culturales y formales, en un mundo de imágenes y signos que vamos recorriendo llevados de su mano.

Símbolo de los atenienses y de la cultura griega, Platón nació en 429 a. C. Al igual que Pitágoras, describió un mundo de Ideas, o Arquetipos (los "números" pitagóricos, las "letras" de la Cábala) que generaban todas las cosas y en las cuales las cosas se sintetizaban. Como su Maestro Sócrates sufrió, si no la muerte por veneno, la amargura del exilio, la desgracia y el cautiverio.

 
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ARTES Y ARTESANIAS
 

Para una sociedad arcaica, tradicional, arte es todo aquello que el hombre crea con sus manos partiendo del modelo arquetípico que contiene en su interior, y que puede observar en las leyes sutiles que rigen las producciones de la naturaleza, manifestación ella misma de la armonía y el orden universal. Ese modelo no es otra cosa que la idea de Belleza, considerada como la más alta expresión del propio Arte del Creador, de quien se ha dicho que todo lo hizo "en número, peso y medida". De ahí que todo acto creativo, cuando es conforme a ese modelo, imita el rito original de la creación del mundo a partir de la substancia amorfa y caótica, ya se trate esa actividad de la arquitectura, las artes visuales (escultura y pintura), las artesanías en madera u otros materiales, la orfebrería, la cerámica, la cestería y el tejido, la ebanistería, la sastrería, el tapizado, etc.

Algunas de estas artesanías se conservan todavía vivas en bastantes lugares, y en ellas se mantienen sus secretos de oficio, los que son transmitidos por medio de una iniciación, tomándose por tanto como soportes de la realización interior, pues es a ésta, en definitiva, a la que esos secretos se refieren, ya que son los propios de la cosmogonía en su permanente recreación en el alma humana. Este es el sentido profundo de los símbolos y los ritos propios de cada oficio, y que hacen de ellos una actividad sagrada. En realidad, todo hombre es un artista, y es su vida misma la que constituye aquella substancia amorfa, o piedra bruta, la que ha de ser "trabajada" pacientemente mediante la permanente actualización de las enseñanzas recibidas por la Tradición, ejerciendo el rito de la memoria y la concentración, hasta acabar integrado plenamente en la armonía de la Gran Obra Universal.

En las antiguas corporaciones de constructores medioevales el conocimiento del oficio se dividía normalmente en tres etapas o grados de iniciación, que correspondían al aprendiz, al compañero (oficial) y al maestro, dando así una idea del desarrollo escalonado de dicho conocimiento. Hay que decir que aquellas corporaciones (estrechamente ligadas a la Tradición Hermética) dieron lugar, durante el transcurso del tiempo, a la actual Masonería, que continúa conservando la misma estructura iniciática de sus lejanos predecesores.

 
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ISIS
 

A continuación queremos reproducir una oración a la diosa egipcia Isis, esposa de Osiris, asociada a la primera iniciación, lunar, mientras su paredro se encuentra vinculado con la segunda iniciación, solar, y ambos se hallan conjugados en la tercera y última iniciación, la polar, que hace posible la realización de lo supra-cósmico, de lo no humano. Apuleyo la incluye en su obra La Metamorfosis (o El Asno de Oro, siglo II d. C.) donde nos da noticias de que este antiguo mito egipcio sobrevivía incólume en la Roma de su tiempo. Esta invocación es pronunciada una vez que se efectúa el descenso a los infiernos, donde se percibe directamente y de modo potencial todo lo que seguirá, de lo cual este descenso es sólo una prueba. Recordemos por último la vinculación de la diosa Isis con el arcano del Tarot llamado La Papisa o La Sacerdotisa.

"Tú, en verdad santa, perpetua protectora del género humano, siempre generosa en favorecer a los mortales, tú tienes por las tribulaciones de los desdichados un dulce afecto de madre. No hay un día, una noche, ni siquiera un pequeño instante que pase, sin que hayas prodigado tus beneficios, sin que hayas protegido a los hombres en la tierra y en el mar, sin haber alargado tu salvadora mano, después de alejar los embates de la vida. Y con esa mano deshaces la inextricable y retorcida urdimbre de la Fatalidad, aplacas las tempestades de la Fortuna y neutralizas la influencia funesta de los astros. Te veneran las divinidades del cielo, te respetan las del infierno; tú das el movimiento de rotación al mundo; al Sol, su luz; al mundo, sus leyes, con tus pies hollas el Tártaro. A ti responden los astros; por ti vuelven las estaciones, se alegran los dioses, se muestran dóciles los elementos. A una indicación tuya soplan los vientos, se hinchan las nubes, germinan las simientes, crecen los gérmenes. Temen a tu majestad los pájaros que cruzan los cielos, los animales salvajes que van errantes por los montes, las serpientes que se ocultan bajo tierra, los monstruos del océano. Pero yo poseo un pobre ingenio para cantar tus alabanzas, y un reducido patrimonio para ofrecerte dignos sacrificios; no poseo la facundia necesaria para expresar los sentimientos que me inspira tu majestad; no poseo ni mil bocas, otras tantas lenguas, ni un inagotable manantial de infatigables palabras, pero tendré siempre delante de mi imaginación, guardándolos en lo más recóndito de mi corazón, tu rostro divino y tu santísimo numen."

Isis es asociada al principio femenino (y por lo tanto vinculada a la Tierra y la Luna), presente en todas las cosas, y se manifiesta con los ropajes de la energía pasiva, inmanente y potencial. Nos dice Plutarco en uno de los títulos de su Ethika:

"Isis es, pues, la naturaleza considerada como mujer y apta para recibir toda generación. Este es el sentido en que Platón la llama 'Nodriza' y 'Aquella que todo lo contiene'. La mayor parte la llaman 'Diosa de infinitos nombres', porque la divina Razón la conduce a recibir toda especie de formas y apariencias. Siente amor innato por el primer principio, por el principio que ejerce sobre todo supremo poder, y que es idéntico al principio del bien; lo desea, lo persigue, huyendo y rechazando toda participación con el principio del mal. Aunque sea tanto para el uno como para el otro materia y habitáculo, se inclina siempre voluntariamente hacia el mejor principio; a él se ofrece para que la fecunde, para que siembre en su seno lo que de él emana y lo semejante a él. Se regocija al recibir estos gérmenes y tiembla de alegría cuando se siente encinta y llena de gérmenes productores. En efecto, toda generación es imagen en la materia de la substancia fecundante, y la criatura se produce a imitación del ser que le dio la vida."

 
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BIOGRAFIAS
 

Hemos estado ofreciendo una serie de escuetas "biografías" (Heracles-Hércules, Moisés, Hermes, Pitágoras, Platón, Isis) de "personas", seres o entidades que han encarnado estados espirituales y necesariamente los han volcado sobre el medio, según era su destino y su función. No nos interesan de estas historias arquetípicas los rasgos humanos y anecdóticos ni las valoraciones a que esos enfoques se prestan. Creemos que son importantes al ser simbólicas, es decir como reveladoras de determinadas pautas esotéricas, perfectamente asimilables –en cuanto son ejemplares– al hombre en general, por ser universales y no sujetas por eso al espacio y al tiempo sino de modo secundario. Tienen también otra función: la de ir preparando el camino para el conocimiento y la comprensión de otra historia, secreta para los que no son capaces de profundizar y establecer relaciones entre símbolos y se sienten satisfechos con las cómodas e inverosímiles historias oficiales. La verdadera historia es otra cosa. Y los occidentales podemos leer en la nuestra como en una simbólica de ritmos y ciclos, una danza de cadencias y entrelazamientos, no casuales por cierto, y donde todos y cada uno de los hechos adquieren un significado en la armonía del conjunto, que se contempla bajo una lectura diferente, bañada por una nueva luz. Además, y es lo importante, esto es especialmente válido para ser aplicado a nuestra propia vida, a las anécdotas, aconteceres e historias relativas de nuestra existencia. Las cuales han de ser consideradas bajo un enfoque simbólico y nunca como un conjunto de posesiones personalizadas y exclusivas con las que nos identificamos.

 

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