16 |
|
|
En Occidente fue necesaria la llegada de Roma para que esta concepción sagrada del Imperio se hiciera una realidad histórica, difundiendo el ideal de civilización superior que encarnaba y al que estaba predestinada desde sus orígenes legendarios. Del Asia Menor y Oriente Próximo hasta Hispania, del Norte de Africa hasta los países germánicos, celtas y anglosajones, Roma implantó su cultura y su visión unitaria del mundo, y gracias a la Pax romana los pueblos que estuvieron bajo su órbita conocieron una época de gran esplendor y florecimiento cultural. Y si bien esa implantación se realizó muchas veces mediante el uso de las armas es porque para Roma (como para muchos otros pueblos tradicionales) la guerra tenía un sentido completamente distinto al que se tiene hoy en día, empezando porque se trataba de un rito o un acto sacralizado. Esa concepción trascendente de la guerra explicaría también por qué Roma respetaba las tradiciones y las costumbres ancestrales de los pueblos que conquistaba. En relación con esto último, un hecho importante a tener en cuenta es que antes de entrar en combate los romanos invocaban, mediante ritos apropiados, la presencia activa de sus dioses, con el fin de que fueran éstos quienes sometieran a los dioses respectivos de sus enemigos; es decir, que la guerra se producía primeramente en el plano invisible y espiritual, pues la conquista de un territorio, ciudad o país, implicaba antes el dominio sobre sus dioses, que pasaban a formar parte del panteón romano, contribuyendo por tanto al mantenimiento de la unidad del Imperio. Los antiguos romanos sabían perfectamente que para lograr esa unidad no bastaba sólo con invocar la energía guerrera y combativa de Marte, sino que por encima de ésta debía existir la energía integradora y benéfica de Júpiter, el padre de los dioses y legislador celeste de los hombres, cuyos distintivos son precisamente el águila imperial, el rayo (eje), la corona y el trono. El emperador encarnaba en su función y en su persona esas energías, que lo transfiguraban en un ser dotado de poderes sobrenaturales y en un intermediario entre el cielo y la tierra, asumiendo la responsabilidad de gobernar a su pueblo según los atributos de la Misericordia y la Justicia divinas. De ahí el título de Pontifex Maximus que ostentaba. Por eso mismo, cuando los emperadores pierden esa función intermediaria (los ejemplos de Nerón y Calígula son muy ilustrativos al respecto) puede decirse que Roma entra en su decadencia anunciando así el fin de su civilización. Debemos considerar también el importante papel jugado por Roma en el conjunto global de la historia sagrada, en el sentido de que supo tender un puente entre Occidente y Oriente, recogiendo en este sentido la herencia dejada por Alejandro Magno. Una divinidad romana, Jano, (ver Módulo II, 70) aludía también a esta vinculación entre Occidente y Oriente, o sea, a la complementación de opuestos. De los dos rostros que Jano poseía uno de ellos miraba a la izquierda (Occidente) y el otro a la derecha (Oriente), abarcando con su mirada los dos extremos del mundo, como proyección horizontal del eje vertical único. Jano era también el dios que presidía las iniciaciones artesanales, especialmente las que tenían lugar entre los collegia fabrorum, o corporaciones de constructores. Estos fueron sumamente importantes en el desarrollo de la civilización romana, que, como ya indicamos, asumió gran parte de la cultura griega, sobre todo en el terreno de la filosofía y de las artes, y de entre éstas particularmente la arquitectura. Precisamente el origen de los collegia fabrorum se remontaba a la época del rey Numa, a quien una leyenda hacía discípulo de Pitágoras, a pesar del anacronismo, dado que en su tumba aparecieron manuscritos de contenido pitagórico. De hecho estos collegia reciben del pitagorismo las ciencias sagradas del número y la geometría, que ellos plasmaron en los templos, basílicas y edificaciones de todo tipo, y que constituyen el legado de una cosmogonía (basada en el simbolismo constructivo) que permaneció viva en la cultura occidental gracias a que fue transmitido a los constructores medievales y renacentistas, de los que derivaría, junto al aporte decisivo de la Tradición Hermética, la Masonería que ha llegado hasta nuestros días. |
||
17 |
|
|
Cuando en el año 332 a. C. Alejandro Magno llega a Egipto en su expedición conquistadora hacia Oriente, funda en el delta del Nilo, y tras visitar en el oasis de Siwa el oráculo del dios Amón (asimilado a Zeus-Júpiter), la ciudad que lleva su nombre: Alejandría. Esta aparece como el último gran centro de la cultura clásica, lo cual determinará su destino como ciudad-puente que hará posible la comunicación de la antigua sabiduría al nuevo período histórico que se abriría en Occidente tras la desaparición definitiva del Imperio Romano. Por otro lado, su famoso faro ha quedado en la memoria como un símbolo de lo que Alejandría representó para su tiempo: un foco de luz intelectual que irradió su fuerza civilizadora hacia todos los confines del mundo mediterráneo. De ahí que su influencia se dejara sentir en quienes no viviendo en Alejandría no obstante sí estaban vinculados a ella como "faro" de su época, tal el caso de Séneca, Cicerón, Virgilio, Ovidio, Moderato de Cádiz, entre tantos otros. Sin duda al esplendor cultural de Alejandría contribuyeron de manera decisiva la creación de la Biblioteca y el Museo (Museion: "Templo de las Musas"), que ya desde su fundación en el siglo III a. C. atrajeron a sabios, filósofos, magos y teúrgos venidos de todos los lugares, llegándose a conformar en un momento dado la escuela matemática de Alejandría, donde el pensamiento científico y filosófico de la tradición pitagórico-platónica se conjugó con el antiguo saber egipcio y caldeo. Allí se enseñaban las artes liberales y cosmogónicas como la aritmética, la geometría, la música y la astronomía, de donde surgieron obras tan importantes como los Elementos de Euclides, los que han dado su fundamento a la geometría occidental. A esa escuela pertenecieron igualmente el físico Arquímedes, los astrónomos y geógrafos Apolonio de Pérgamo (llamado por sus contemporáneos el "gran geómetra"), Eratóstenes, Aristarco de Samos, Hiparco de Rodas (descubridor para Occidente de la precesión de los equinoccios, importantísima para el conocimiento de las leyes cíclicas), Claudio Tolomeo (a quien se debe el Almagesto o Composición Matemática), Demetrio de Falera y Nicómaco de Gerasa, autor de una Introducción a la Aritmética y de un Manual de la Armonía (exposición de la teoría musical pitagórica), que tanta influencia ejercerían sobre Boecio, y a través de éste en toda la Edad Media y el Renacimiento. Alejandría brilla con especial intensidad en los primeros siglos de nuestra era, pues allí se acaba de constituir la Tradición Hermética gracias a la síntesis de las enseñanzas del mítico Thot-Hermes Trismegisto con el neoplatonismo, que surge en el s. II con Numenio de Apamea (Siria), siendo introducido en Alejandría gracias a Ammonio Saccas en el siglo III (concretamente el año 232). En esa constitución no debemos olvidar la presencia importante de elementos procedentes de las doctrinas orientales y de las gnosis judía y cristiana. Podemos decir que a partir de ese momento el hermetismo y el neoplatonismo conformarán las dos referencias fundamentales del esoterismo occidental, y ningún movimiento o individualidad que haya sustentado y transmitido la Ciencia Sagrada a lo largo de los últimos dos mil años ha sido ajeno a las ideas del Dios Hermes, de Pitágoras y Platón, conciliadas en el "crisol alejandrino". Entre los muchos que encarnaron esas ideas debemos destacar en el siglo I a Filón de Alejandría (que hizo una síntesis entre el judaísmo y el neoplatonismo, anticipándose en ello a muchos cabalistas medievales) y Apolonio de Tiana (que viajó por Oriente y la India, y autor también de una vida de Pitágoras); en el siglo II a Teón de Esmirna, Máximo de Tiro, Apuleyo (que escribió La Metamorfosis), al ya mencionado Numenio de Apamea y a Plutarco de Queronea, autor de Isis y Osiris y Vidas Paralelas; y en el siglo III tenemos al también mencionado Ammonio Saccas, fundador de la escuela neoplatónica de Alejandría. A dicha escuela pertenecieron nada menos que Plotino, Porfirio, Hermias y Jámblico (quien en sus Misterios de Egipto afirma que fue en los libros herméticos donde descubrió la liberación del alma de todos los lazos del destino), Edesio de Capadocia y Plutarco de Atenas. Ellos, y otros muchos, extendieron la doctrina por todo el mundo greco-latino: Roma, Sicilia, Pérgamo, Efeso, Sardes, por citar las más conocidas. En la Academia de Atenas, y entre los siglos IV y V, sobresalen las figuras del recién mencionado Plutarco, de Sinesio y de Proclo, iniciado en los misterios teúrgicos por Asclepigenia, hija del primero. Proclo es autor de una ingente obra entre la que destaca sus Comentarios a los libros de Platón y la Teología Platónica, en cuyo prefacio dice que este tratado es "un elogio no sólo de Platón, sino también de aquellos que lo han sucedido en la tradición filosófica". Proclo aparece así como el que da testimonio de esa tradición, realizando una síntesis del pensamiento de todos los que fueron sus transmisores a lo largo del tiempo, y que tanto influyeron en los primeros representantes del esoterismo cristiano, como Clemente de Alejandría, Orígenes, Lactancio, Dionisio Areopagita y Máximo el Confesor, todos ellos impregnados de las ideas platónicas y herméticas. Pero es importante subrayar que la escuela de Alejandría, y las que se crearon bajo su influencia, se tomarán como el modelo de las que surgieron en Bizancio, la Edad Media (Toledo, Chartres y Oxford especialmente) y el Renacimiento, comenzando por la Academia Platónica de Florencia, donde bajo la dirección de Marsilio Ficino se tradujo del griego al latín todo el Corpus Hermeticum, a Platón, Proclo, Jámblico y a prácticamente todos los filósofos alejandrinos, hecho este fundamental para que la "cadena áurea" continuara viva en la cultura de Occidente, prolongándose hasta nuestros días. |
||
18 |
|
|
Como hemos dicho en el acápite anterior, fue en la ciudad egipcia de Alejandría donde la Tradición Hermética acabó de constituirse en un cuerpo de doctrinas. Y no es casual, sino debido a razones histórico-geográficas y simbólicas, que fuera en Egipto, y no en otro lugar, donde esta tradición comenzaría a irradiar su influencia a todo Occidente. Como señala Plutarco en su Isis y Osiris, en tiempos de los faraones este país recibía también el nombre de Kemi, que significa "tierra negra" como ya sabemos, de donde proviene –con el añadido del artículo árabe al– la palabra Alquimia, la ciencia hermética que contiene los sagrados misterios de los sacerdotes egipcios, los cuales en realidad conformaban una entidad intelectual cuya autoridad espiritual emanaba directamente del dios Thot, el mensajero del Conocimiento, deidad esencialmente civilizadora (dona a los hombres la escritura junto a las ciencias y las artes de la Cosmogonía), que entre los griegos tomó el nombre de Hermes y el de Mercurio entre los romanos. Asimismo, existe otro dato tradicional de origen árabe que viene a confirmar lo que decimos; se trata de la expresión "La Tumba de Hermes", que es como se designaba antiguamente a la mayor de las pirámides de Egipto, expresión que también puede extenderse a las dos restantes que están a su lado. En este sentido, esa misma fuente tradicional asegura que en dicha pirámide se encierra la Ciencia Sagrada transmitida por Hermes (identificado con el profeta Idris o Henoch) desde los tiempos antediluvianos, en clara alusión a la civilización Atlante, remontándose a través de ésta hasta la propia Tradición Primordial. Se afirma también que la referida pirámide guarda esa Ciencia no en forma de documentos o inscripciones jeroglíficas, sino "fijada" en su propia estructura exterior e interior, pues en verdad se trata de un auténtico modelo simbólico del Cosmos, al cual refleja en todas sus proporciones y medidas. Por consiguiente, es al conocimiento de lo que ese modelo expresa al que en realidad alude "La Tumba de Hermes", expresión que también sugiere el carácter secreto y velado que dicho conocimiento tomó a partir de un momento dado en el devenir de la historia humana. Por todo ello, no debe resultar extraño que ese resurgir del Arte y la Ciencia de Hermes acaecido en los primeros siglos de nuestra era se diera precisamente en Alejandría, es decir en tierra de Egipto, y al que contribuyó notablemente la influencia griega, sobre todo a través de la filosofía platónica y pitagórica, en gran parte heredera de los misterios órficos. A esto habría que añadir el aporte recibido de otras corrientes tradicionales, como el judaísmo, el recién nacido cristianismo, el gnosticismo no dualista y la cosmología astral de los sacerdotes caldeos, que llegaron a Alejandría, junto a otros sabios orientales (sobre todo hindúes y budistas), a través de las grandes rutas trazadas varios siglos antes por Alejandro Magno. Pero la Tradición Hermética, bajo la forma que adoptó a partir de entonces y tal y como ha llegado hasta nuestros días, es fundamentalmente de origen greco-egipcio, lo que le permitiría propagarse con rapidez por todos los países donde estaba implantada desde antiguo la cultura griega, o mejor greco-latina: prácticamente por toda la cuenca mediterránea, el Asia Menor y el Próximo Oriente. De ahí las constantes referencias a Hermes y a la doctrina hermética entre los filósofos, magos y teúrgos de los más diversos países y regiones, lo cual dio lugar a una comunidad de pensamiento, ligada con la "cadena áurea" inmemorial, que bajo el influjo espiritual-intelectual del Mensajero de los dioses nutrirá y estará presente en todas las corrientes esotéricas y sapienciales forjadoras de la identidad cultural de Occidente. Todo ese cúmulo de sabiduría y conocimiento los maestros herméticos alejandrinos lo vertieron a través de una serie de libros que han llegado hasta nosotros bajo el nombre de los Hermetica, entre los que se cuenta el Corpus Hermeticum, integrado a su vez por escritos que, como el Poimandrés, el Asclepio y la Koré Kosmou, perteneciente a los Extractos de Estobeo, describen el conjunto de la Revelación de Hermes, cuyo fin último es lograr que con el aprendizaje y conocimiento de la Cosmogonía, de la génesis del mundo y del alma humana, es decir del Plano Intermediario, el adepto vaya despertando en sí mismo el Nous (el Espíritu universal), y la posibilidad con ello de contemplar la realidad de lo que está más allá del cosmos, al Uno y Solo, en el que reside el verdadero Bien. Dentro de los Hermetica hemos de considerar igualmente a los Oráculos Caldeos, de Juliano el Teúrgo, y por supuesto a todos aquellos libros y tratados de carácter astrológico, alquímico y mágico que hablan de las correspondencias y analogías entre el hombre, los distintos reinos de la naturaleza (mineral, vegetal y animal) y el mundo celeste: los planetas, el zodíaco y las constelaciones estelares, configurando todo ello una visión del cosmos considerado como un todo donde las partes que lo integran responden a estímulos semejantes, manifestando de esta manera la Unidad que los liga entre sí y de la cual proceden, pues como dicen los textos "el conocimiento (la gnosis) es la culminación de la ciencia". Hablamos, por ejemplo, del Libro de Hermes Trismegisto, El Trance de Salomón, El Libro Sagrado de Hermes a Asclepio, El Libro de las virtudes de las hierbas, las Kyranides, etc. Destacar asimismo la Hieroglyphica, cuyo autor, Horapolo (nombre integrado por Horus y Apolo, las dos divinidades solares de Egipto y Grecia) nos habla ya de la serpiente o dragón Uroboros, ideograma alquímico que fue considerado posteriormente por los hermetistas medievales y renacentistas como uno de los símbolos de la Gran Obra. Dejar constancia también de la figura de Bolos de Mendes, que vivió en el siglo II a. C. y es autor del Libro de las Simpatías y de Física y Mística, donde se describen las correspondencias entre la ciencia de la naturaleza y la ciencia divina. Y desde luego no debemos olvidarnos del alquimista Zósimo de Panópolis y de dos de sus principales obras: Cuenta Final y Cuestiones Alquímicas, en las que dejó escrito que "la raza de los filósofos está por encima de la fatalidad", evocando al mismo tiempo al "tres veces grande Platón y al infinitamente grande Hermes". |
||
19 |
|
|
El universo ha sido creado por una vibración sonora primordial emitida en el principio, es decir ahora mismo (pues la revelación es coetánea con el tiempo), por la Palabra, Verbo o Logos spermatikós, que es también el Mediador a través del cual el Ser Supremo, el Padre, concibe el modelo del mundo. Este Mediador o Intermediario entre la Unidad primigenia y el mundo hílico (material) recibe el nombre de Nous Demiurgo o Espíritu de la Construcción Universal. A su vez el Nous Demiurgo gobierna sobre las divinidades astrales que rigen a cada una de las esferas planetarias, las que organizan, junto a las divinidades zodiacales, la Rueda del Destino, en la cual se proyecta la existencia de los seres y las cosas. Este es el plano en el que actúa directamente el Anima Mundi, o segundo 'Demiurgo' (el Adam Protoplastos), que conjugando las energías contrarias y duales implícitas ya en esas divinidades, genera el fluir perenne y armonioso de los ciclos y los ritmos cósmicos. Finalmente, esas energías celestes descienden al plano hílico o Corpus Mundi, al que insuflan vida y orden a partir de las cualidades respectivas de los cuatro elementos en sus variadas combinaciones. La naturaleza deviene entonces un recipiente donde se reflejan los diversos niveles de la existencia universal. Y es por los signos reveladores que se expresan en ella (como si de un oráculo se tratara) que el hombre puede remontarse hacia su origen, ascendiendo por los peldaños de la Escala Filosófica pues conserva en su interior la semilla del alma inmortal. Pero ese ascenso se hace efectivo mediante la ciencia teúrgica, que pone al hombre en comunicación con los dioses y las entidades angélicas, las cuales, mediante el rito y la invocación, transmiten su inteligencia y sabiduría al corazón del adepto. Tenemos así, muy resumido, el contenido cosmogónico del Corpus Hermeticum, y que el estudiante de nuestro manual conoce ya por las estrechas vinculaciones que tiene con el Arbol de la Vida cabalístico. |
||
20 |
|
|
El calificativo de "edad oscura" que hoy en día se atribuye al Medioevo, es una prueba más del espeso velo que cubre a la excesivamente materializada mentalidad actual, que en su desconocimiento todo lo confunde e invierte. Sin embargo desde hace ya años, y desde diversos campos de la investigación, se ha vuelto a poner en el lugar que corresponde a este ciclo histórico, cuya característica más notoria fue el esplendor y la presencia de lo sobrenatural y sagrado en todas las expresiones de su cultura. Para entender la Edad Media, como asimismo cualquier época histórica, hay que saber visualizarla dentro del conjunto del ciclo al que pertenece. El Medioevo europeo corresponde al ciclo particular de la tradición cristiana, y representa un segmento o parte de ese mismo ciclo, exactamente su mitad, de ahí la denominación de Edad Media. Con ella se alcanza –entre los siglos VIII y XIV– el punto álgido, la culminación de la idea de civilización específicamente cristiana, que no obstante se había ido gestando durante el transcurso de los siglos anteriores (que no deben de ninguna manera desconocerse), y concretamente desde el momento en que, después de la muerte de Cristo, los apóstoles y sus discípulos comenzaron a difundir el mensaje por todo Occidente, llegando hasta Inglaterra. Este fue el caso de José de Arimatea y de Nicodemo, de quienes se dice eran portadores de la copa del Grial, que sirvió en la Ultima Cena y contuvo posteriormente la sangre y el agua (el espíritu y el alma) que manaron de la herida de Cristo en la cruz. El viaje legendario de José de Arimatea y Nicodemo a las islas británicas constituye sin duda una de las claves más importantes para comprender el auténtico espíritu que animó a la cristiandad medioeval, pues con toda seguridad se produjo una asimilación de la antigua tradición celta –y muy especialmente del aspecto más interior (esotérico) e iniciático de ésta, cuyo conocimiento estaba en posesión de los sacerdotes druidas–, con el cristianismo. La conocida e importante leyenda del Grial, que circuló por todo el Medioevo (y en la que se relatan las gestas heroicas e iniciáticas del Rey Arturo y los Doce Caballeros de la Tabla Redonda) no hubiera sido posible sin la herencia celta. Asimismo muchos otros elementos procedentes de otras tradiciones confluyeron en la Edad Media. Tenemos el importante aporte de la civilización romana, sobre todo en lo que se refiere a la organización social y jurídica, en la arquitectura y el arte (el románico, por ejemplo), en la constitución de las corporaciones de constructores, similares a los collegia fabrorum, y también en la idea del Imperio y del Emperador. En la Edad Media cristiana este último detentaba el poder temporal, es decir que su función estribaba fundamentalmente en hacer de su Imperio un reflejo del orden celeste en la tierra, y en este sentido recordaremos que la creación del Sacro Imperio Romano (auspiciada por el emperador Carlomagno, y con el que da comienzo propiamente el Medioevo) tenía precisamente ese objetivo. En el ámbito puramente doctrinal que sentó las bases para el desarrollo de la filosofía medioeval hay que mencionar, entre los siglos IV y V, a los llamados Padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría, San Agustín, Orígenes y Máximo el Confesor, conocedores todos ellos de las doctrinas herméticas, platónicas y gnósticas, y a sus sucesores Dionisio Areopagita (De los Nombres Divinos, De la Jerarquía Celeste) y Juan Escoto Erígena. Recordar también a Boecio, quien fuera discípulo de la escuela de Atenas en su última etapa, y por tanto receptor del pensamiento platónico y pitagórico, el cual vierte en su obra, de la que destacamos Consolación de la Filosofía, Sobre la Música y Sobre la Aritmética. Pero la Edad Media no podría comprenderse en su totalidad si no tuviéramos en cuenta igualmente a las otras dos tradiciones abrahámicas: la judía y la árabe. En cuanto a la primera es evidente que el cristianismo, por sus orígenes, procede directamente del Antiguo Testamento, y la expresión judeo-cristianismo convenía perfectamente a ciertas organizaciones del esoterismo cristiano, a las que no eran desconocidas las enseñanzas de la Cábala, cuyo mayor apogeo se dio también durante este período, sobre todo en Francia y España. En lo que respecta a la tradición islámica, es notoria la influencia que ejerció entre las artes y las ciencias, y se conoce la importancia que tuvo en la propagación de los textos alquímicos y herméticos. Asimismo a los árabes se debe en gran medida la difusión en Europa de la antigua filosofía griega, especialmente Aristóteles, el cual tanto influyó entre los escolásticos, cuyos máximos representantes fueron Alberto Magno y Tomás de Aquino, interesados también por la Ciencia Hermética. A este respecto hay que señalar el importante papel jugado por la península Ibérica en la transmisión de todo ese saber, facilitando, gracias a su situación geográfica, el contacto entre la civilización islámica y Occidente. Por otro lado tenemos los intercambios que mantuvieron los iniciados musulmanes y cristianos durante la época de las Cruzadas, hecho que propiciaría una comunicación de orden doctrinal entre Oriente y Occidente que perduraría más allá de la Edad Media, llegando hasta el Renacimiento, tras el cual se impondrían definitivamente las filosofías y ciencias racionalistas inspiradoras de la era moderna, sin duda la auténtica "edad oscura". |
||
|