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CABALA B
 

Al hablar del simbolismo de la letra Iod, hemos indicado que ella era la primera de las cuatro que componen el Tetragramatón, o Gran Nombre de Dios, YHVH, que recordamos es impronunciable, pues expresa un gran misterio. A continuación queremos proponer un tema de meditación que se refiere a la identidad de esas letras con las diez sefiroth, y que con toda seguridad ampliará nuestros conocimientos sobre el modelo del Arbol cabalístico. Según el Zohar, la Iod expresa la unión indivisible y ontológica de las dos primeras sefiroth, Kether (la Corona) y Hokhmah (la Sabiduría). La punta o vértice superior de la Iod representa a Kether, la "raíz suprema", que se sumerge y emana de En Sof, la Nada ilimitada y supraesencial, idéntica al No-Ser y al Deus Absconditus, del que extrae toda su realidad, pues recordaremos que Kether no es sino un punto afirmado en esa infinitud. De ese vértice, de Kether, emana Hokhmah, también llamado el "Padre", simbolizado por el resto de la Iod, que se prolonga levemente hacia abajo, representando al Ser mismo dando origen a la manifestación. Pero para que ello sea así es necesario que Binah (la Inteligencia), también llamada la "Madre Suprema", o principio pasivo de Kether, sea fecundada por Hokhmah, el principio activo, y esa fecundación es la que está expresando la segunda letra del Tetragramatón, la . La unión de ésta con la Iod (Hokhmah) genera la tercera letra, la Vav, a la que se denomina el "Hijo". La forma de esta letra, con su brazo inferior alargado hacia abajo sugiere perfectamente la idea de descenso de los principios superiores en el seno de la manifestación propiamente dicha, pues esa letra representa la síntesis de las seis sefiroth de construcción cósmica, Hesed, Gueburah, Tifereth, Netsah, Hod y Yesod, las cuales, como dice el Zohar, "transmiten la herencia a la Hija". Esta no es otra que la segunda , última letra del Tetragramatón, la cual simboliza a la sefirah Malkhuth, el "Reino", recipiente de todas las emanaciones sefiróticas, a las que distribuye en todo el orden creado. La Cábala denomina a estas cuatro letras la "familia divina", aclarando que toda ella conforma una unidad, como el mismo Arbol de la Vida, o la propia realidad del Cosmos, a la que aquél ciertamente simboliza.


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EL AMOR
 

La frase: "Dios es Amor", extraída del Evangelio de Juan, nos permite entrever la elevada naturaleza de esta energía, considerada por todas las tradiciones como uno de los principales nombres o atributos de la Unidad (de Kether), identificándose con ella, como lo atestigua el hecho de que en hebreo la palabra Unidad (Ehad) y Amor (Ahabah) tienen el mismo valor numérico, el 13. En este sentido, ya el Maestro Eckhart afirmaba: "Donde quiera que esté el alma es donde Dios opera su obra. Esta operación es tan grande que no es otra cosa que Amor, pero el Amor no es otra cosa que Dios. Dios se ama a Sí Mismo, ama su Naturaleza, su Esencia y su Deidad. Pero en el Amor con que Dios se ama a Sí Mismo, ama también a todas las criaturas, no en tanto que criaturas, sino en tanto que ellas son Dios. En el amor con que Dios se ama a Sí Mismo, ama al mundo entero".

Por ello, del amor se dice que es la fuerza de atracción de los contrarios u opuestos, el centro de unión donde se concilian las energías verticales y horizontales, activas y pasivas del cosmos y del hombre, haciendo posible el equilibrio y la verdadera concordia (o "unión de los corazones") universal, de ahí que los antiguos griegos vieran en él al hijo de Afrodita y Hermes, (al igual que su hermana la diosa Harmonía) de donde nace también el Hermafrodita, es decir el Rebis, el cual representa en el ser humano la unión perfecta y armoniosa de su naturaleza masculina y femenina, activa y pasiva, yang y yin. En efecto, es con el fuego del amor, y la sutil pasión que él genera, como se lleva a cabo la obra de la transmutación alquímica, porque ese fuego es el propio amor al Conocimiento y a la Sabiduría, y como decía Leonardo da Vinci: "El Amor es hijo del Conocimiento. El Amor es tanto más elevado cuanto el Conocimiento es más cierto". A este amor, expresión del amor divino, es al que cantaban los trovadores medioevales, y el que Dante ve personificado en la figura de Beatriz (que simboliza a la Sabiduría), y ciertamente es el que invoca Salomón en El Cantar de los Cantares, en donde se trata precisamente de las "bodas", "casamiento", o unión del alma humana con el Espíritu.

Asimismo, los humanistas y maestros herméticos del Renacimiento, que recogieron las enseñanzas de Platón y la mitología órfica y greco-romana, hablaban de los misterios del Amor identificándolos con los misterios de la Muerte, que son, al fin y al cabo, los misterios de la iniciación, y explicaban que morir era ser amado por un dios, y viceversa, que amar era morir o ser muerto por un dios. En realidad se trata de un sacrificio (de un "acto sagrado"), pues no hay nacimiento a la realidad del Espíritu, es decir al Conocimiento, sin que esto suponga una muerte o superación de las limitaciones propias de lo humano. Los amantes de la Sabiduría saben que no se pueden desposar con ella si no abandonan o no dejan de sentirse condicionados por la Venus Pandemos, es decir por sus deseos y amores terrenales, a los que consideran como un reflejo invertido de los amores celestes procurados por la Venus Urania. Pico de la Mirándola ponía el ejemplo del "desollamiento" sacrificial de Marsias como el modelo a seguir por esos amantes: "Si te juntas con cantantes y arpistas, puedes confiar en tus oídos, pero cuando te acerques a los filósofos, debes apartarte de los sentidos, debes volverte sobre ti mismo, debes penetrar en las profundidades de tu alma y en los recovecos de tu mente, debes adquirir los oídos de Tineo (se refiere a Apolonio de Tiana, filósofo pitagórico), con los que, al no estar ya en su cuerpo, no escuchó al Marsias terrenal sino al celeste Apolo, quien con su divina lira y con inefables modos, entonó las melodías de la esferas".

 
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METAFISICA
 

El estudio de los textos de nuestro Programa –y todos los símbolos que utiliza– tiende a conducirnos hacia el conocimiento y la realización de las posibilidades superiores del ser, a las que hemos definido como de orden metafísico. Y conviene aquí hacer algunas observaciones acerca de lo que entendemos por metafísica, aunque debemos advertir sobre las dificultades de expresar algo referente a un dominio que ha sido siempre considerado como inexpresable, y la imposibilidad de definir aquello que esencialmente es indefinible.

Le hemos dado a la palabra "metafísica" la connotación etimológica de "más allá de la física" y creemos que es la más clara, si entendemos, como los antiguos, que la física es la ciencia que estudia los fenómenos de la naturaleza, en toda la extensión de este término, y que lo que concierne al conocimiento metafísico es sobrenatural, y a la vez supra-humano y supra-cósmico, pues traspasa lo sensible y trasciende el mundo de la manifestación.

Para alcanzar lo metafísico no podemos utilizar los métodos de la filosofía y las ciencias profanas, que son racionales, discursivos e indirectos, y totalmente insuficientes, sino que hemos de apelar a un conocimiento directo y suprarracional, al que sólo se llega por la intuición más pura. Los símbolos y las palabras que utilizamos son soportes mágicos en los que bien podemos apoyarnos para elevar nuestro pensamiento a las esferas más sutiles del ser; pero lo metafísico –nos dice la doctrina– se encuentra más allá de todas las formas y contingencias, y aun más allá del Ser, pues pertenece al dominio del No Ser.

Mientras el intelecto individual, limitado por los sentidos, lo corpóreo y lo transitorio, se halla encerrado en sus propios límites, el intelecto trascendente y universal conoce directamente los principios inmutables y eternos. El hombre puede alcanzar este dominio de lo metafísico, pero no en tanto ser individual y transitorio, sino en cuanto que participa de esta inteligencia superior y está ligado a ella por una toma de conciencia de sus verdaderas posibilidades espirituales, que son más que humanas. Nuestra realidad individual es apenas una manifestación momentánea del ser verdadero, uno de sus múltiples estados, y el conocimiento metafísico trasciende al hombre mismo, y aun al cosmos, pues es absolutamente ilimitado. Es obvio que no nos estamos refiriendo a un conocimiento ordinario y profano sino a una experiencia de otro orden que trasciende todo lo que pudiera ser imaginado. Mientras los estados particulares del ser tienen una manifestación espacio-temporal, el ser mismo, en su principio metafísico, es eterno, y desde la eternidad todos esos estados son ahora, en la simultaneidad.

Es importante señalar que con esto no estamos negando lo físico, ni las posibilidades individuales del ser. Sólo queremos recalcar que lo metafísico es de orden superior, y que lo físico se encuentra incluido en él.

La verdad metafísica es eterna y única, y siempre ha habido seres que la conocen, pues participan plenamente de ese estado de Liberación y Unión.

 
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GEOGRAFIA SAGRADA
 

Para la Tradición, la geografía, al igual que la historia, está considerada como una ciencia sagrada, en contraposición a lo que bajo este mismo nombre estudia la ciencia contemporánea, que ignora que la Tierra es un ser vivo que respira y siente, y que posee, además de un cuerpo, un alma y un espíritu. A este respecto, recordaremos lo que nos enseña la Alquimia cuando habla de la generación y transmutación de los metales y piedras en el interior de la Tierra, interior que es considerado como la matriz de la Mater Genitrix, receptáculo de las energías verticales y numinosas expresadas a través de los ritmos y ciclos cósmicos. De ahí que la geografía se complemente con la cosmografía, rama anexa a la ciencia astrológica, y por la que es posible conocer con exactitud el aspecto que el Cielo presenta en cada momento, así como las revoluciones de los planetas y las constelaciones estelares y zodiacales. Muchas veces la propia toponimia revela las analogías y correspondencias que existen entre el orden terrestre y el celeste. Tal es el caso, por ejemplo, de la ciudad de Santiago de Compostela, palabra ésta que precisamente quiere decir "campo de estrellas". El trazado mismo del Camino de Santiago se considera como una proyección terrestre de la Vía Láctea, queriéndose indicar así el origen celeste de ese camino. Igualmente la forma en que están dispuestos algunos accidentes topográficos –como ríos, montañas, piedras, cavernas, valles, incluso países e islas– describen en su configuración, y gracias a las armonías sutiles, ciertas constelaciones y hasta el zodíaco entero, como el que se encuentra diseñado sobre el paisaje de Glastonbury, en la comarca inglesa de Somerset.

Por otro lado, los grandes cambios cíclicos del universo inciden profundamente en la forma que ha ido presentando en sucesivas etapas la superficie terrestre, que no siempre ha tenido la misma configuración. En cierto sentido, las llamadas eras geológicas se corresponden, en el espacio, a lo que son las eras cósmicas en el tiempo, es decir a las divisiones cíclicas (la más importante de las cuales es la precesión de los equinoccios, o su mitad) de que se compone una era completa del mundo y de la humanidad, lo que en la tradición hindú se denomina un Manvántara. El desplazamiento o inclinación del eje terrestre (que en la época primordial era el mismo que el del cielo) supuso el paso de un período cíclico a otro, siendo éste el origen de grandes cambios geológicos, así como de la aparición de las estaciones. Obedeciendo a esas leyes, continentes enteros han desaparecido (como es el caso famoso de la Atlántida, del que Platón habla en el Critias), surgiendo otros. Asimismo, los antiguos mapas cartográficos no describían, como los actuales, sólo el aspecto físico de la Tierra, que desde el punto de vista tradicional es secundario, sino que, ante todo, estaban expresando una visión simbólica y mítica de la geografía, y por consiguiente representaban una fuente de enseñanza tradicional.

En este sentido, el estudio y conocimiento de la Geomancia (que los antiguos chinos conocieron bajo el nombre de feng shui, "agua-aire", pues se consideraban a estos dos agentes naturales como los principales modificadores del paisaje) nos da la clave para comprender la verdadera naturaleza, a la vez mágica y metafísica, del espacio terrestre. Existen lugares que son mágicos porque en ellos, misteriosamente, se manifiesta el eje invisible del mundo que comunica lo sensible a lo suprasensible, conjugando en un todo armonioso las potencias telúricas y cósmicas. Estos lugares se convertían en espacios sagrados o "tierras santas", donde se emplazaban las ciudades y se erigían los altares y los templos, orientados según determinados puntos cardinales, especialmente el Este y el Norte. Añadiremos que los puntos cardinales son regiones simbólicas donde residen entidades y atributos divinos que consagran con sus influencias la totalidad del mundo terrestre.

 
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LA ASTROLOGIA Y LAS DEIDADES
 

Para la Ciencia Sagrada los planetas son los aspectos visibles y los símbolos de las entidades numinosas o dioses, los que con su hálito vital les animan y dan movimiento. Precisamente en el esoterismo judeo-cristiano e islámico se menciona a los ángeles como los verdaderos regentes de las esferas planetarias. Recordemos que los dioses planetarios son ciclos cósmicos que engloban a otros más reducidos como los del hombre, a los que sellan con sus influencias. Así, lo que los relatos mitológicos, leyendas y teogonías expresan como luchas, oposiciones, coincidencias y amores entre las distintas fuerzas divinas, no son sino el alternarse de unos ciclos en otros, que cuando se relacionan con los ritmos zodiacales inciden de manera notoria en el plano horizontal del mundo terrestre, desplegándose en el espectáculo multiforme de la vida. Igualmente, y desde el punto de vista de la Ciencia Sagrada, estas vinculaciones entre las deidades configuran un misterio (recordemos que la palabra "misterio" tiene la misma raíz que la palabra "mito"), es decir, revelan un modo de ser arquetípico y una determinada cualidad del alma universal, e igualmente de la humana.

De la unión o conjugación de las energías de Venus, diosa del amor y la feminidad trascendente, y de Marte, dios de la guerra y la virilidad espiritual, nace una hija que es llamada Armonía, pues al decir de los filósofos antiguos cuando los opuestos se unen con la exacta y debida proporción surge de ellos una maravillosa consonancia que mantiene en un tenso equilibrio el orden de los seres y las cosas. O como dice Platón, la Armonía trata de atar y tejer juntos a los que por naturaleza son opuestos y contrarios. Del matrimonio de Zeus-Júpiter, dios del rayo iluminador y omnipotente padre de los dioses, con Maya, que personifica la substancia plástica y generadora del cosmos, nace Hermes-Mercurio, que como sabemos representa el numen que comunica lo celeste a lo terrestre, lo divino a lo humano, y viceversa. A su vez Hermes-Mercurio, al "copular" con Venus, procrea y genera al Hermafrodita o Rebis alquímico, que como su propio nombre indica reúne la Sabiduría y el Conocimiento teúrgico de Hermes con la Belleza y el Amor de la hija del cielo, Afrodita, la Venus Urania. Es esta una unión que promueve ese amor al Conocimiento tan necesario para la realización espiritual.

Cuando Saturno-Cronos, el Rey de la Edad de Oro y Antiguo Primordial, con la sabia y profunda madurez que lo caracteriza, se relaciona con el ímpetu y la rapidez de inteligencia del joven Mercurio, se origina una de las combinaciones más alabadas por los maestros herméticos del Renacimiento, que se sintetizó en una frase célebre: "Haz lentamente lo urgente", aludiendo con ello a la prudencia que ha de regir en todos los actos y pensamientos del alquimista, del que también se ha dicho que es un puer senex, es decir un "niño-viejo".

Las ideas, llegadas a su punto máximo de maduración, son liberadas gracias a la intervención del mistagogo e iniciador Mercurio, pues a través de su conducto se expresan al exterior. El dios Zeus, tiene una directa influencia sobre sus hijas las Musas (nacidas de su unión con Mnemósyne, la Memoria) relacionándose frecuentemente con las demás deidades y con los hombres por intermedio de ellas. Cada dios posee su Musa y cada Musa inspira al hombre el conocimiento de una ciencia y un arte sagrados. Dios del fuego y la luz sobrenatural, Apolo, que dirige su coro, preside el rito fundamental del sacrificio del alma humana, que es irresistiblemente arrebatada a su morada celeste cuando "escucha" los maravillosos acordes y armonías que extrae de su divina lira, regalo de Hermes, liberándose así de los lazos que la mantienen unida a su condición terrestre. 



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