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Al igual que la Cábala cristiana, la Alquimia también participó en el desarrollo y difusión del Hermetismo renacentista. Como es natural, ambas disciplinas eran y son inseparables, y de hecho la Gran Obra alquímica facilitaba a los cabalistas cristianos el conocimiento de la naturaleza concebida como una entidad mágica, mediante la cual se restablecía la realidad de los contactos con el plano ontológico y metafísico. Es decir, que la Alquimia representaba, en cierto modo, el método 'práctico' para conseguir la imprescindible transmutación interior que posibilitaba el ascenso por los grados de la scala philosophorum. Tal vez quien expuso más nítidamente las vinculaciones entre la Cábala cristiana, la Alquimia y la Magia natural, fue Cornelio Agripa (1485-1535), sobre todo en su famoso tratado Filosofía Oculta. Esta obra se divide en tres partes, correspondiéndose cada una de ellas con los tres mundos: el Elemental, el Celeste y el Intelectual, según definición dada por el propio Agripa. Teniendo siempre presentes las permanentes relaciones y la unidad entre los tres planos cosmogónicos, en la primera parte de su libro –titulada "La Magia Natural"– Agripa detalla cuidadosamente las virtudes y propiedades de los seres y las cosas que habitan en la esfera sublunar, o Corpus Mundi. Se dan toda clase de indicaciones y reglas para interpretar adecuadamente, "como enseñan los Magos y Filósofos", los reinos telúricos mineral, vegetal y animal a la luz de sus prototipos celestes. En la segunda parte –"La Magia Celeste"– se describe el Anima Mundi o Anima Vitae, gobernada por las potencias de las estrellas, los planetas y el zodíaco. Esta parte está casi toda ella consagrada al número y la geometría, pues para Agripa como para Giorgi, la geografía sutil de la maravillosa "máquina celeste" está regida y animada por las Ideas que manifiestan los números y las formas geométricas. Se evidencia, así, la influencia platónica y pitagórica. Y, por último, el tercer libro Agripa lo dedica a "La Magia Ceremonial", que es precisamente la magia invocatoria de los ángeles y nombres divinos, los que conforman el Spiritus Mundi dador de la palabra fecundante y luminosa que vivifica con su influjo sobrenatural el cosmos entero. Se recoge aquí lo esencial de la Cábala cristiana, pues además de ofrecer una exhaustiva interpretación de las emanaciones sefiróticas, se hacen constantes referencias al nombre de Jesús, "que tiene toda la virtud del nombre de cuatro letras, expande su poder y virtud, pues este padre Tetragramma le dio poder sobre todas las cosas". Igualmente se alude extensamente a los cuatro 'furores' divinos que el mago invoca en sus operaciones teúrgicas: el proveniente de las Musas, el de Dionisos, el de Apolo y el de Venus. Y como advirtiendo las dificultades y paradojas que presenta la vía hermética para todo aquel que se adentra en ella, Agripa concluye con estas palabras extraídas del texto bíblico: "Cuando busques al Señor tu Dios lo encontrarás si lo buscas de todo corazón y en toda la tribulación de tu alma". Infatigable viajero, Agripa lleva el mensaje por su Alemania natal, Italia, Francia, Inglaterra En todos esos países enseña, forma discípulos, crea escuelas, entrando en contacto con los más importantes núcleos herméticos y cabalistas. Es también perseguido y tachado de embaucador y hechicero por los sempiternos enemigos de la doctrina, contra los que se defiende argumentando que el mago "no es sinónimo de charlatán, de supersticioso o de demoníaco, sino que equivale a sabio, sacerdote o profeta", tan elevada era la concepción que tenía de su ministerio y función. Entre los que fueron influidos por su pensamiento, merece destacarse al grabador y pintor Alberto Durero, cuyas dos obras, "Melancolía I" y "San Jerónimo en su estudio", constituyen auténticos tratados hermético-alquímicos. Señalemos que Durero fue además maestro de una agrupación esotérica de tipo artesanal, al igual que su contemporáneo Leonardo Da Vinci, lo cual era bastante frecuente en una época que, como estamos viendo, y a pesar de sus contradicciones y complejidad, reivindicó con fuerza los valores perennes del espíritu tradicional de Occidente. Por otro lado, muchos alquimistas del siglo XVI dejaron constancia de la cosmovisión hermética en pinturas y grabados de gran riqueza simbólica e iconográfica, continuando así una forma de expresión que se remontaba a la época alejandrina, y sobre todo medioeval. Digamos que la utilización de las artes plásticas y visuales como medios de transmitir la Gran Obra aún perduraría entre los adeptos de los siglos XVII y XVIII, a algunos de los cuales nos referiremos en posteriores acápites. |
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Continuando con los maestros alquimistas del XVI, debemos mencionar también al gran médico Paracelso (1493-1541). Como alquimista, su experiencia médica se centró en el estudio y observación de la naturaleza y más exactamente en la forma en que ésta urde sus operaciones ocultas e invisibles, pues, en definitiva es el espíritu, y por medio de éste el alma del mundo y del hombre, el único que puede sanar los cuerpos enfermos. Tomando como principio el postulado hermético de que "la magia es natural porque la naturaleza es mágica", la medicina de Paracelso se funda en las correspondencias y analogías entre el macrocosmos y el microcosmos, que conforman un sólo organismo "en el que las cosas se armonizan y simpatizan recíprocamente". Ambos "no son más que una constelación, una influencia, un soplo, una armonía, un tiempo, un metal, un fruto". Este íntimo lazo entre lo invisible y lo visible, que contribuye a edificar la arquitectura del cosmos y la vida, Paracelso lo resume de la siguiente manera: "Los astros no influyen directamente sobre los cuerpos, sino sobre la fuerza vital. Por eso los órganos no son en sí mismos sino representaciones (símbolos) corporales de energías invisibles que actúan en todo el organismo. En realidad, el verdadero hígado es una fuerza que circula en todas las partes del cuerpo, pero que tiene su sede en un órgano al que llamamos así." La enfermedad aparece en el momento en que se produce una disociación en el seno de esa unidad macro y microcósmica, pues cada órgano o parte del cuerpo está en correspondencia con un planeta o signo zodiacal, los cuales, a su vez, influyen en determinados minerales, metales, plantas y animales. De ahí que si resulta de una carencia un órgano enfermo se compense administrando –o anulando la influencia si por el contrario se trata de un exceso– el consiguiente producto natural con el que dicho órgano simpatice. Sin embargo, según Paracelso, la enfermedad no es únicamente exceso o carencia de algo (que serían sólo el efecto) sino que asimismo se trata de un 'ser' o de una entidad del plano anímico intermediario, vinculada, al igual que la vejez, al poder disolvente y corrosivo del tiempo, por lo que la medicina alquímica y tradicional persigue "extraer la 'quintaesencia' de las cosas, descubrir sus arcanos, preparando los elixires capaces de devolver al hombre la salud perdida"; y, lo que es más importante, reintegrarlo al estado primordial. La enfermedad sería, pues, no un mal en sí mismo, sino más bien un soporte como otro cualquiera para "remontarse hacia el plano divino", conciliando los opuestos que surgen de su acción. |
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Cuando Jacob huía de su hermano Esaú, deteniéndose para pasar la noche, tomó una piedra que puso de cabecera: "Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella" (Génesis XXVIII, 12-13). Por la escala simbólicamente suben y bajan las energías de la creación, pues ésta es como un puente vertical que comunica la tierra con el cielo, lo material con lo espiritual. Por ella las energías sutiles e invisibles descienden a los hombres, quienes a su vez tienen la posibilidad de subir por sus peldaños hacia la patria celeste. En el proceso iniciático este símbolo juega el doble papel tanto en el proceso de 'bajada' como de 'subida'. El descenso a los infiernos o visita al interior de la tierra que ha de producirse en la primera etapa de la iniciación es a veces representado como una escala que conduce al subsuelo; por otra parte, los dioses, enviados o energías celestes que visitan la tierra, bajan por una escala misteriosa. Pero, en general, su significado es más bien ascendente, representando la elevación escalonada de la conciencia en el camino del conocimiento. Hay una similitud y complementariedad entre el simbolismo de la escala y el de la puerta, ya que ambas indican un 'pasaje' a otros estados, y la primera, en muchos casos, precede a la segunda. Tal es el caso del simbolismo del templo cristiano: primero se ven las gradas entre el atrio y la puerta exterior; luego, están de nuevo de previo a la llegada al altar; y finalmente, la más importante es la escala invisible que comunica el altar con la cúpula, en cuyo centro se halla la puerta estrecha a que ya nos referimos. Por otra parte también en el arte cristiano se ve a menudo la relación de la escala con el árbol y de ambos con la cruz, todos símbolos axiales cuya función consiste en enlazar lo de arriba y lo de abajo. La verdadera escala está plantada en el centro del mundo, y, como sabemos, cualquier espacio sagrado puede representar ese centro. Sin embargo, todas las ideas de centro nos deben conducir a nuestra propia interioridad, que es desde donde ha de salir la escala que nos permitirá acceder –cuando lleguemos a su cima– al mundo de los dioses. También se relaciona este símbolo con el de la espiral –lo que es notable en la escalera de 'caracol'– , pues ambos se refieren a las jerarquías de la existencia, los niveles del Conocimiento y los grados de lectura de la realidad. Cada uno de sus peldaños representa un distinto 'cielo', un estado del ser; y el escalarlos indica la ascensión gradual del alma que busca la fusión con el espíritu único. En el simbolismo constructivo la escala es por un lado un instrumento de trabajo (escalera) y por el otro forma parte integral de la construcción misma (gradas). La propia estructura de la pirámide, por ejemplo, nos habla del escalonado ascenso hacia el centro del ser; y es interesante también la relación de ésta con la montaña, que en determinados casos se escala ritualmente y cuyo ascenso tiene el mismo significado. El número de peldaños o gradas de la escala es importante y varía según lo que esté simbolizando. Las más comunes son las de tres y siete peldaños; aunque se las encuentra también a menudo en número de nueve, diez, doce, treinta y treinta y tres, etc. La de tres gradas se relaciona en general con los tres grados (de aprendiz, compañero y maestro) de la iniciación. La de siete también tiene ese sentido, cuando –como en el caso del simbolismo de los siete chakras – los grados son en ese número. Esta última es claramente visible en la escala musical, la cual a su vez se encuentra ligada con la de los planetas, los metales, los colores –el arco iris es a veces representado como una escala– y los siete días de la semana, símbolos todos que nos hablan del ascenso progresivo por los siete 'cielos' planetarios –que las siete artes liberales y las propias sefiroth ejemplifican– que hemos de visitar en nuestros recorridos iniciáticos y cuya realización siempre supondrá una expansión gradual de la conciencia. En el cuerpo humano, el simbolismo natural que más claramente se relaciona con la escala es el de las treinta y tres vértebras que componen la columna vertebral, eje axial que le da el punto de equilibrio; aunque también la división simple del cuerpo en cabeza, tronco y extremidades, tiene un sentido escalonado y jerárquico. En efecto, el símbolo de la escala nos enseña que la creación es jerarquizada, que esas jerarquías son en verdad internas, y que hemos de conocerlas, escalándolas dentro de nosotros mismos, para despertar y conocer nuestras verdaderas posibilidades espirituales. La palabra escala tiene una relación también con la idea de 'proporción', y en ese sentido puede verse al ser humano como creado 'a escala' del universo. En efecto, el hombre tiene límites pues sus sentidos únicamente le permiten percibir una determinada escala de la realidad (no ven nuestros ojos los colores infrarrojos ni los ultravioleta; ni percibimos a simple vista los planetas más alejados de Saturno; ni escuchan nuestros oídos las escalas musicales más bajas y más altas). Sin embargo, primero el reconocimiento de esos límites, y luego el ascenso escalonado por los grados del ser, nos permitirán llegar a lo ilimitado, donde la idea de jerarquía pierde realidad y sólo reina la igualdad pura de la esencia. |
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A finales del siglo XV y en el XVI los europeos 'descubrieron' América. Sin embargo, la Tradición Precolombina existía desde siempre y era conocida esa existencia por la antigüedad según testimonio de Platón, el cual, hablando de la Atlántida, continente-isla desaparecido por una catástrofe, nos dice que sus colonias se hallaban esparcidas por occidente en pequeñas islas, archipiélagos y tierra firme. Asimismo, otras de las colonias de este continente se hallaban en Africa y Europa y de ellas son herederas nada menos que Egipto (y por su intermedio Grecia y todo Occidente), Caldea (de injerencia fundamental en los pueblos de medio-oriente y mediterráneos) y los celtas (de particular influencia en España, Irlanda, Inglaterra y Francia). Sin embargo, durante siglos fue tabú el cruzar las columnas de Hércules y penetrar el océano Atlántico (la raíz Atl, se encuentra aún hoy muy difundida entre los pueblos Nahuatl) lo que finalmente por imperativos cíclicos e históricos fue llevado a cabo por España, seguida de Portugal y posteriormente de Inglaterra, Francia, Holanda, etc. Fue así como se 'descubrió' América y a partir de ese momento ella se convirtió en el objetivo económico de toda Europa, encandilada exclusivamente por el oro y las riquezas de esas tierras, a tal punto que no supieron prestar ninguna atención a la cultura de ese inmenso continente, a su tradición y sus hombres, los cuales fueron exterminados físicamente, y menospreciados sus ritos, mitos, símbolos, usos y costumbres, expresiones vivas de su concepción cosmogónica y teogónica. Esta última situación se ha prolongado hasta nuestros días, y sólo una minoría de estudiosos (en particular desde mediados del siglo XIX y en el transcurso del XX) se ha dedicado a rescatar los valores tradicionales precolombinos, los cuales se encuentran en número indefinido y por doquier, en los cientos de pueblos (y lenguas) distintos que se hallan esparcidos desde Alaska a la Tierra del Fuego. Sin embargo, todas estas naciones, que incluían tanto a pueblos nómades o seminómades como a medianas o grandes civilizaciones, tienen un obvio origen común, a pesar de sus diferencias culturales, muchas de ellas surgidas como adaptaciones geográficas e históricas diversas, e incluso por posibles contactos con otras sociedades. El estudio de la Tradición Precolombina es importantísimo tanto para aquéllos que por una u otra razón han tenido contacto con América, como para los investigadores de las tradiciones, religiones y filosofías comparadas. Particularmente de los símbolos, ritos y mitos, pues se podrá comprobar, con sorpresa, cómo esta cosmogonía y teogonía se identifican con las mediterráneas (a tal punto que los sacerdotes cronistas de la conquista no dejan de destacar las estrechas relaciones con el judaísmo y el cristianismo) y aun con las de la India y China, para dar sólo un par de ejemplos, demostrándose la identidad esencial de todas las tradiciones, vivas o muertas, como es este último el caso de la Precolombina, cuyos símbolos esperan ser revivificados para transformarse en energías actuantes en el desquiciado y crepuscular mundo moderno. Debe, sin embargo, el lector actuar con suma prudencia y no dejarse tentar por falsos indicios o entusiastas aspiraciones. Tal vez podría tomar la reconstrucción de este inmenso rompecabezas que plantean las antiguas culturas indígenas, u otras igualmente poco conocidas, como auxiliares en la propia Iniciación; sobre todo si se pudiera comprender la simbólica de esta Tradición como arquetípica, y por lo tanto capaz de manifestarse y actuar en nuestra psiquis, en nuestra propia vida. Cerramos con un fragmento del Peri Agalmaton de Porfirio, apropiado para la idea de la vivificación de una Tradición prácticamente muerta. "Desvelo nociones de una sabiduría teológica; es Dios y las potencias de Dios lo que los hombres han revelado mediante estas nociones. Lo han hecho a través de imágenes apropiadas a los sentidos, imprimiendo las cosas invisibles en las obras visibles, para aquéllos que han aprendido a descifrar en las representaciones lo que se encuentra grabado referente a los dioses, de la misma manera que se haría en los libros. Además, nada hay de extraño en que los más desprovistos de instrucción tomen a las estatuas por bloques de piedra o de madera, exactamente como aquéllos que no saben leer no ven en las estelas, las tablas o los libros, más que piedras, maderas o papiro encuadernado". |
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Hacia mediados del siglo XVI se produjo un cierto declinar del movimiento hermético que con tanta fuerza emergió cien años antes en Italia. En este hecho tuvieron mucho que ver las acciones llevadas a cabo por la Contrarreforma, que, en su pretendido afán por conservar y defender lo que ella entendía por la 'pureza' de la religión católica, perseguía todas aquellas ideas que no correspondían a sus limitados criterios. Sólo en las naciones donde los respectivos estados abrazaron la Reforma persistía la tolerancia religiosa, tal el caso de Alemania, Bohemia e Inglaterra. Pero las particulares circunstancias geográficas de este último país hicieron posible que allí se diera, más que en ningún otro, un nuevo resurgimiento tradicional, propiciando lo que con razón se ha dado en llamar el Renacimiento isabelino, en el que también participó el hermetista y neoplatónico italiano Giordano Bruno, gran impulsor del Arte de la Memoria, el cual se basa en el poder mnemotécnico de los símbolos visuales, siendo ampliamente utilizado durante el Renacimiento. Bruno residió durante varios años en Inglaterra, y a él se deben obras tan importantes como De umbris idearum, De la causa, principio y uno, De los heroicos furores, De innumerabilibus, immenso et infigurabili, Del infinito, el universo y los mundos, Expulsión de la bestia triunfante, La cena de las cenizas, etc. En efecto, bajo el reinado de Isabel I, que va del 1558 al 1603, la antigua Albión conoció su mayor época de esplendor en el terreno cultural, período en el que ciertamente ejercieron una notable influencia las concepciones herméticas. Asimismo, se debe considerar que en la Inglaterra de aquella época pervivían algunas corrientes del cristianismo templario y caballeresco que seguían manteniendo vivo el antiguo ideal medioeval del Imperio cristiano, encarnado allí en la figura mítica del rey Arturo y sus doce caballeros de la "Tabla Redonda", cuya leyenda está basada también en las antiguas tradiciones celtas. Así, las favorables condiciones que por aquel entonces vivía Inglaterra y su decidida oposición al poder casi exclusivamente temporal en que había caído la Iglesia Católica, fueron factores decisivos para que esa idea de la monarquía imperial renaciera con fuerza. El soporte doctrinal en el que se apoyaría dicha monarquía no sería otro que el Hermetismo y la Cábala cristiana. Por otro lado, y desde el punto de vista en que aquí nos situamos, poco importa que la tan esperada reforma universal no llegara a cumplirse totalmente, tal y como deseaban sus promotores. Lejos de haber sido en vano, ese intento generó toda una pléyade de escritores, poetas, artistas y científicos profundamente interesados en la Ciencia Sagrada. Baste recordar a Shakespeare, cuyas obras teatrales traslucían una visión del mundo fundada en la cosmogonía hermética y cabalista cristiana, especialmente en La Tempestad y otras. Sin olvidar tampoco a Edmund Spenser y su poema épico La Reina Hada, intensamente saturado de neoplatonismo hermético y claramente alusivo a la función reformadora de la monarquía Tudor. Pero el personaje clave del Renacimiento isabelino es sin duda John Dee, hasta tal punto que resulta imposible comprender dicho período de la historia esotérica de Occidente sin tener en cuenta a este sabio inglés, de quien se dice poseía una enorme biblioteca que abarcaba todas las ramas del saber hermético. Renombrado matemático, Dee desarrolló su concepción del cosmos basándose enteramente en las proporciones armónicas de los números y la geometría, en total acuerdo con lo expuesto por Reuchlin, Giorgi, Agripa e incluso Durero, del que extrajo Dee su teoría sobre dichas proporciones en el cuerpo humano. Lo esencial de su pensamiento lo vertió en la que aparece como su obra fundamental, la Monas Hieroglyphica, es decir, la figura, grabado o símbolo sagrado (jeroglífico) representativo de la Mónada o Suprema Unidad. Básicamente, la Monas Hieroglyphica explica cómo el Ser se despliega, y es inmanente, en los tres mundos, los que a su vez, y tomados en su conjunto, conforman una imagen "matemática, mágica, cabalística y anagógica", por la que es posible remontarse hacia la contemplación de la Unidad misma, de su trascendencia. En efecto, es por medio de la matemática pitagórica, la magia, la cábala y la anagogía (búsqueda e interpretación del sentido metafísico encerrado en las Santas Escrituras) que el misterio fecundo de la existencia se revela en toda su plenitud y majestad. Para Dee, en el mundo elemental las leyes divinas se expresan a través de la ciencia matemática entendida como tecnología aplicada; en el intermediario, dichas leyes regulan los ciclos astrológicos y astrales; y en el espiritual se manifiestan como energías angélicas. Dee tampoco fue ajeno a la Alquimia, especialmente a la legada por Agripa, que como sabemos está unida a la Cábala cristiana. En Dee Alquimia y Cábala devienen un sistema mágico-teúrgico, cuyo principal objetivo consiste en la comunicación directa con los ángeles, mediante el poder de la invocación y la oración. En este sentido, Dee desarrolla una Cábala de tipo 'práctico', que es en realidad una forma cristianizada de la magia angélica fundamentada en el conocimiento de los nombres divinos y en los principios de la cosmología hermética y la metafísica, por lo que no tiene nada que ver con la 'cábala práctica' ni tampoco con la 'magia ceremonial' en uso entre los ocultistas de los siglos XIX y XX, nacida de una grosera confusión entre lo psíquico y lo espiritual. Dentro del período isabelino, Dee llegó a ser uno de los principales inspiradores del movimiento político-hermético que debería conducir al nuevo orden imperial, al frente del cual estaría la propia reina Isabel I. En esta perspectiva deben verse la serie de viajes que Dee lleva a cabo por diversas cortes de centro Europa, donde, al mismo tiempo que difunde el mensaje de la monarquía cristiana, realiza fecundos contactos con los núcleos hermético-cabalistas por allí existentes. Por ejemplo, reside algún tiempo en la corte del emperador Rodolfo II de Bohemia, que se rodeó siempre de sabios cabalistas y herméticos, y a cuyo servicio precisamente estuvo el médico alquimista Michael Maier. Significativamente, durante los años en que Dee permaneció en el continente (de 1583 a 1590) se estaba gestando el movimiento hermético rosacruz, que tan destacada importancia tendría en la primera mitad del siglo XVII. |
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NOTA: ¿DOCTA IGNORANCIA O IGNORANCIA
DOCTA?
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Como bien se ha dicho, existe una gran diferencia entre la 'docta ignorancia', llamada así por Nicolás de Cusa al querer explicar aquellos estados que tan bien describe la 'teología negativa'; y otra, por cierto la simple ignorancia general, que por ser tal se presta a la complicidad con el éxito, o la hipócrita bendición oficial, o lo que exige la moda y el mercado. Ambas están invertidas, en los extremos de la polaridad, y los seres que encarnan estas realidades son opuestos; los primeros experimentan el no saber, los segundos, los 'doctores' ignorantes, no saben del saber y por lo tanto creen que los demás tampoco saben, y eso los hace capaces de fingir saber. |
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