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A esta altura de nuestro Programa se hace casi imprescindible publicar el texto del más importante documento Hermético. Se trata de la Tabla de Esmeralda, legado del mítico y arquetípico Hermes Trismegisto directamente vinculado con la Tradición Egipcia:
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NOTA
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La Kundalinî es una energía que asciende de la tierra hacia el cielo, extremos para los que el hombre ubicado en el centro o eje del mundo es un lugar de encuentro y fusión, energía que el iniciado debe conducir conjugando los opuestos para obtener a través de ese ascenso escalonado la Unión (Yoga) con el Origen inmanifestado del universo gracias al conocimiento paulatino, por grados –o estados del ser– del Todo universal. Dicha operación es la labor de la unión de los complementarios y la solución de las oposiciones, la cual se realiza gracias a la comprensión de los principios y la aprehensión y contemplación de la realidad por intermedio de los símbolos o vehículos revelados, capaces de despertar en nosotros las distintas lecturas del Misterio que la conforma: de lo manifestado a lo inmanifestado según enseña la Tabla de Esmeralda hermética: "Separa la Tierra del Fuego, y lo sutil de lo grueso, suavemente y con todo cuidado. Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de las cosas de arriba y de las de abajo." Tanto la Tradición extremo-oriental (incluyendo su aplicación en el Tai-chi) como la Masonería, son unánimes a través de su simbolismo constructivo: de una plomada inmóvil que pende desde un punto inmanifestado, desciende un eje que atraviesa el centro de todos los movimientos, corporales, anímicos e intelectuales; equilibrio y jerarquía a los que el ser se adecua por medio del rito que conduce a lo que aquélla denomina la "endogenia del Inmortal", cuyo pleno desarrollo será idéntico a la coronación de la Obra u obtención de la Piedra Filosofal. Gracias al mismo eje se conjuga la fuerza de la gravedad que señala lo más bajo, con la vía de ascenso que se orienta a lo más alto: la cúspide del Cielo o Polo celeste (de ahí que la "forma" del Tai-chi, la sucesión armónica de sus movimientos según distintas escuelas, reproduzca sintéticamente, entre otros, los gestos de determinados animales tomados como símbolo de los movimientos anímicos). Se trata en ello de la forma cósmica: los tres mundos –o cuatro si se divide el plano intermedio, el del alma, en superior e inferior– unidos por un eje invisible (el centro está virtualmente presente pero pertenece tal como es en sí mismo a otro plano que sus manifestaciones), que, partiendo de su Origen da lugar a todas las cosas por medio de la polarización de dos principios inmanifestados: el Cielo y la Tierra, constituyendo al mismo tiempo el camino de retorno. "El Tao del Hombre sigue el Tao de la Tierra, el Tao de la Tierra sigue el Tao del Cielo, el Tao del Cielo sigue el Tao de Taos". Para el Tantra, la Shakti de Brahma, su potencia creadora y transformadora, se encuentra simbólicamente, en estado pasivo y potencial, en el interior del hombre, en la base de su columna vertebral (llamada Mêru-danda: el "eje o cetro del monte Meru" en su correspondencia microcósmica), o eje central de su cuerpo, y se la describe como una serpiente enroscada sobre sí misma, cuyo ascenso y despliegue (Kundalinî-yoga) por el interior de aquélla (a lo largo del sushumnâ, el rayo solar análogo en el interior del ser humano al sutrâtmâ o "hilo de Âtmâ" que une el "collar" de los mundos) va despertando, vivificando y expandiendo los diferentes chakras ("ruedas") que se encuentran a distinto nivel de la médula espinal, hasta llegar por medio del encéfalo al extremo superior de la bóveda craneal y abrirse por sobre ella en el chakra Sahasrâra (el "Loto de los Mil pétalos"); apertura paulatina y sucesiva que equivale iniciáticamente a la toma de conciencia efectiva de los estados superiores. En torno al sushumnâ se hallan los otros dos nâdîs ("canales") sutiles principales, idâ (femenino, lunar, descendente) y pingalâ (masculino, solar, ascendente) que en forma helicoidal se entrecruzan seis veces alrededor del primero, justo al nivel de los chakras correspondientes, y cuya figura global evoca así inmediatamente la del caduceo hermético; éstos se relacionan fisiológicamente, de abajo a arriba, con las regiones coxígea, sacra, lumbar, dorsal-cordial, cervical, encefálica-pineal, y el último con la coronilla y lo que se halla por encima de ella. La verdadera ubicación de estos "centros" es en efecto sutil y extracorporal, lo que no impide la posibilidad de una correspondencia e interacción mutuas y precisas entre ambos órdenes, tal como ocurre como hemos visto entre los planetas y los metales que les corresponden. Asimismo se los representa simbólicamente para la meditación mediante formas geométricas (yantras) que a su vez contienen mantras, todo ello en el interior de lotos cuyos pétalos son letras del alfabeto sánscrito y que además son considerados morada de las correspondientes deidades y sus shaktis o potencias; la naturaleza de Kundalinî, sonora y luminosa, se difunde por medio de los nâdîs principales y secundarios junto con el prâna (el espíritu vital, análogo al chi de la tradición extremo-oriental) en la totalidad del ser individual. En nuestro caso, es doblemente importante señalar que esta estructura de la anatomía sutil del ser humano se encuentra igualmente presente en el esquema del Arbol de la Vida cabalístico, en el cual el sushumnâ será su canal o pilar central, y el idâ y el pingalâ respectivamente las columnas laterales del rigor y de la gracia; es natural que ello sea así pues se trata de un simbolismo fundamental que los vehículos sagrados de las distintas tradiciones no pueden dejar de testimoniar, aún con diferencias de detalle debidas a sus propias perspectivas. Igualmente, para el esoterismo hebreo, el núcleo de inmortalidad, descrito como una luminosa almendra indestructible (Luz), se halla situado simbólicamente en la base de la columna vertebral. Si contamos los puntos señalados a lo largo del Pilar central en el diagrama sefirótico que incluye los senderos (ver siguiente diagrama así como el del Módulo II, acápite 25), veremos que es en siete niveles del mismo, indicados por las sefiroth del Pilar del Equilibrio y los puntos medios entre las que conforman los Pilares de la Gracia y el Rigor, donde se encuentra la analogía con los chakras de la tradición hindú. Se trata de los vértices y del punto medio de las bases de los triángulos constituidos por las tres tríadas del Arbol más la sefirah del último plano (ver Módulo I, diagrama del Nº 25). Siguiendo las correspondencias de este modelo con el cuerpo humano establecidas por la Cábala (ver la Nota que sigue al diagrama recién citado), y en este Módulo III, el Nº 41) vemos que la primera sefirah, Kether, la corona, se corresponde en efecto con el chakra Sahasrâra, situado por sobre la coronilla de la cabeza y que constituye según el yoga la puerta o pasaje de la manifestación cósmica a lo supra-cósmico o inmanifestado. De la unión o equilibrio entre Hokhmah y Binah, sabiduría e inteligencia (el ojo derecho y el izquierdo y los respectivos hemisferios cerebrales) nace según la Cábala, la no-sefirah, Daath, el conocimiento, situado pues entre ambos como el "tercer ojo" u "ojo del Conocimiento", el chakra âjnâ, cuya visión destruye –o conjuga– los opuestos en la simultaneidad del "eterno presente". Asimismo, y desde otro punto de vista, Hokhmah y Binah son para la Cábala el "Sol de soles" y la "Luna de lunas", y en diversas tradiciones, además de la hindú, el ojo derecho y el ojo izquierdo del Hombre universal (el Adam Kadmon de la Cábala) son igualmente el Sol y la Luna. Hesed y Gueburah, la gracia y el rigor, relacionados con ambos hombros, se unen en el cuerpo al nivel de la zona cervical, la misma del chakra vishuddha situado en la garganta. Tifereth, la belleza, y el chakra anâhata, corresponden ambos al corazón. Netsah y Hod, las caderas y piernas, al chakra manipûra, situado en la zona umbilical. Con respecto a Yesod y Malkhuth, los genitales y la base o planta de los pies, se da una variación en la posición sefirótica: el primero se corresponde, por su significado, con el chakra mûlâdhâra ("raíz, soporte, fundamento"), cuya ubicación es en la base de la columna vertebral, y el segundo, el "reino", o morada de la Shekhinah, con el chakra swâdhishthâna (la "residencia propia" de la Shakti). |
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Siendo el cuadrado representación de la tierra y el círculo una imagen del cielo, al octógono se lo considera como una figura capaz de unir a ambos y por lo tanto como un símbolo del mundo intermediario que comunica lo inferior con lo superior. De ahí que se le relacione con la idea del misterio de la 'cuadratura del círculo' y de la 'circulatura del cuadrado' (ver Módulo II: "El Compás y la Escuadra", Nº 21) que ha servido para expresar el hecho de la espiritualización del cuerpo y la 'incorporación' del espíritu –o sea, de la unión indisoluble de lo espiritual y lo material–, y que a la vez se le utilice para representar el 'pasaje' por ese mundo intermediario. El número ocho es a menudo relacionado con la muerte, y en particular con la muerte iniciática. La carta trece del Tarot en efecto es colocada en la sefirah número ocho (Hod), y en la Astrología la casa octava es la casa de la muerte. Esto nos indica que ese 'pasaje' habrá de implicar la muerte a los estados profanos y la resurrección a los mundos superiores, y en ese sentido el octógono simboliza una verdadera regeneración espiritual que supone una transmutación y un nuevo nacimiento. En relación con el simbolismo de atravesar las aguas es interesante el hecho de que la rueda del timón con el que se conduce la nave tenga forma octogonal o posea ocho radios. Por otra parte, en el recorrido a través de las aguas son necesarios ciertos puntos de referencia y orientación, y es justamente el símbolo de la rosa de los vientos –que se relaciona también con el de las 'ocho puertas'– el que se utiliza para designar las ocho direcciones del espacio (los cuatro puntos cardinales y otros cuatro intermedios) que servirán de guía durante el viaje iniciático. Muchas veces las representaciones de la rueda aparecen con ocho rayos, y en ciertos casos con ellos se combinan los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) con los cuatro estados intermedios de la materia (lo seco, lo húmedo, lo frío y lo caliente). En la tradición extremo oriental al octógono se le concedió siempre una importancia simbólica fundamental, y es la estructura básica del libro de las mutaciones o I Ching. También entre los chinos son comunes los templos de base cuadrada (tierra) coronados con una cúpula semiesférica (cielo) la cual aparece sostenida por ocho pilares o columnas (mundo intermediario - hombre). En el simbolismo constructivo cristiano vemos cómo los baptisterios antiguos eran octogonales, como lo son también –aun ahora– las pilas bautismales. El bautismo de agua genera un pasaje real a otros estados y un nuevo nacimiento, preparándonos para el de fuego que se ha de producir en el ara o corazón del templo. A partir de allí el viaje es vertical y ascendente y no se detiene hasta que se traspase la 'sumidad' del edificio, lo cual ocurre simbólicamente cuando se atraviesa el punto central del octógono que divide su cúpula, gracias a lo cual se transita de lo cósmico a lo supracósmico, de lo humano a lo suprahumano o divino. Insistiremos en estos conceptos cuando desarrollemos otros simbolismos de 'pasaje' íntimamente relacionados con éste y complementarios entre sí.
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Juan Pico de la Mirándola, Conde de la Concordia (1463-1494) fue, al igual que Marsilio Ficino, uno de los filósofos herméticos más importantes de los primeros años del Renacimiento. De él se cuenta que, al nacer, una bola de fuego apareció de súbito en la alcoba de su madre, lo cual, más que como un hecho anecdótico puede verse como un presagio de la función y el destino espiritual que le tocaría cumplir. A pesar de lo breve de su vida, Pico de la Mirándola dejó una obra que sería decisiva para la definitiva consolidación del Hermetismo renacentista, aunque sus escritos no reflejen hoy con exactitud lo trascendente de su labor. Continuando con lo emprendido por Ficino, Pico de la Mirándola amplía aún más la síntesis llevada a cabo por el maestro florentino al incluir en su obra elementos doctrinales procedentes de diversas filosofías y tradiciones de Oriente y Occidente, y especialmente de la Cábala. Este espíritu de concordia quedará plasmado en las Novecientas Tesis con las que Pico probará la esencial coincidencia que aparece en el núcleo interior (esotérico) de todas las tradiciones, muy por encima de las diferencias formales y de las pretendidas 'ortodoxias' dogmáticas y excluyentes. Con ello, quien recibió los apelativos de 'Fénix de su tiempo' y 'príncipe encantador del Renacimiento', se convirtió para su época en un fiel exponente de la Filosofía Perenne. Las Novecientas Tesis (algunas de las cuales le acarrearon serios enfrentamientos con la curia vaticana) se abren, a modo de prólogo, con una "Oración sobre la dignidad del hombre", donde con verbo inflamado Pico expuso la posición central que el hombre ocupa en el cosmos. Como ya se ha dicho, Pico hereda el pensamiento del cardenal Nicolás de Cusa, el cual, bebiendo en las fuentes de la metafísica platónica y del hermetismo, desarrolló la idea de que los opuestos que los límites de la razón no pueden superar, encuentran su equilibrio conciliador en la Unidad, en la que igualmente se funden todas las doctrinas y religiones. Se trata de una afirmación que corresponde a la concepción renacentista del hombre considerado como un teúrgo capaz de operar en los distintos planos del universo gracias al conocimiento de un saber totalizador, cuya clave estaba en el arte y la ciencia herméticas. Puede comprobarse aquí hasta qué punto distaba esta concepción del simple 'humanismo' con que de forma unilateral se ha pretendido membretar todo el Renacimiento sin considerar las diversas corrientes de pensamiento tradicional que en él existieron. La 'dignidad' del hombre le viene dada por saberse un colaborador consciente en la obra de la creación, por cuyo eje puede ascender y descender pues su naturaleza participa por igual de lo inferior y lo superior, "y, si no satisfecho con ninguna clase de criaturas (terrestres y celestes), se recogiere en el centro de su unidad, hecho un espíritu con Dios, introducido en la misteriosa soledad del Padre, el que fue colocado sobre todas las cosas, las aventajará a todas. ¿Quién podría no admirar a este camaleón?" Pero, sin duda, la más importante empresa llevada a cabo por Pico de la Mirándola fue la de introducir la Cábala en la filosofía oculta del Renacimiento. Y fueron precisamente los judíos llegados a Italia procedentes de España, los que transmitieron la Cábala al joven conde. De entre esos judíos algunos eran conversos, y por consiguiente conocedores tanto de la Cábala como del cristianismo. Era el caso de León Hebreo, Flavio Mitrídates y Pablo de Heredia, los cuales orientan a Pico en el sentido de dar una interpretación cabalística del cristianismo, readaptando en cierto modo una tradición a la otra. Convencido de que la Cábala confirmaba las verdades del cristianismo, Pico da forma a la Cábala cristiana que se complementa perfectamente con el gnosticismo hermético y neoplatónico heredado de Ficino (ver acápite 73). El estudio y conocimiento de los nombres divinos, y la invocación de sus potencias mediante la alquimia de la oración, constituían la piedra angular del edificio cabalista cristiano, de lo que se deducía una teúrgia que predisponía al adepto a una comunicación con los estados angélicos. Siguiendo a los rabinos cabalistas y a doctores de la Iglesia como San Jerónimo, para los cabalistas cristianos cada una de las palabras, signos, sílabas y puntos de los libros sagrados (Biblia, Zohar, Sefer Yetsirah, Bahir, etc.) manifiestan la plenitud del mensaje divino en la multiplicidad ordenada y jerárquica de sus significados. Modificar o suprimir algo de lo contenido en esos libros supone cortar las 'raíces de las plantas', y por tanto interrumpir el acceso que conduce al Arbol de Vida que se alza en el centro del Pardés. Otra cosa bien distinta es hacer uso de la combinación y permutación entre las letras y palabras del alfabeto sagrado, pues ello permite descubrir verdades de orden doctrinal sumamente reveladoras. Todo el sistema de combinación y permutación cabalístico procedía de las ciencias de las letras conocidas como Guematría, Notarikon y Themurah. Pico asimila el método de combinar las letras (añadiendo su correspondiente valor numérico) al ars combinandi de Raimundo Lulio. El mismo Pico utilizó el 'arte combinatoria' para demostrar, como explica en sus "Conclusiones mágico-cabalísticas" (incluidas en las Novecientas Tesis) que: "No hay ciencia que más certidumbre nos dé sobre la divinidad del Cristo que la magia y la cábala". Esto, que escandalizó a los espíritus cerrados del cristianismo, abría, sin embargo, unas posibilidades insospechadas para todos aquellos que buscaban una vía de realización basada en la Teúrgia y la Magia Natural. A su vez, en la séptima de esas "Conclusiones", Pico afirma enfáticamente: "Ningún cabalista hebreo puede negar que el nombre de IESU (Jesús), interpretado según los principios cabalísticos, significa "Hijo de Dios". Y en la decimocuarta, se concluye diciendo que el nombre de Jesús y el Tetragramma son idénticos, pero con el agregado de una Shinen el medio de las cuatro letras: . Un discípulo cabalista cristiano de Pico, Juan Reuchlin, añadirá años más tarde en su libro De Verbo Mirifico, que la consonante s (Shin) del nombre de Jesús, hace posible la pronunciación, y por consiguiente la audición, del inefable Tetragramma. Esta era una forma de demostrar, cabalísticamente, la naturaleza divina de Cristo, Verbo encarnado del Padre. Así, lo que el exoterismo judío negó (por ignorancia), es afirmado por el esoterismo. Para Pico y los cabalistas cristianos Jesús era el Mesías, la culminación histórica y suprahistórica de la revelación sinaítica dada por Moisés al pueblo de Israel. De sus Conclusiones reproducimos las siguientes:
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Los acápites sobre Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola, nos han servido de introducción a la filosofía hermética del Renacimiento, cuya historia jalonada de visiones luminosas y acontecimientos mágico-teúrgicos siempre relacionados con la búsqueda del Conocimiento, dejó una huella indeleble en la cultura y el alma de Occidente. Como ya apuntamos, las síntesis llevadas a cabo por Ficino y Pico, junto con la irrupción del Corpus Hermeticum en la Europa latina, determinaron el comienzo de una nueva etapa y desarrollo del Arte Regia, enriquecida notablemente con la aportación debida a la Cábala cristiana. Desde el foco inicial centrado en Italia, el Hermetismo renacentista conoció una amplia difusión por Alemania, Francia e Inglaterra, para acabar implantándose prácticamente en todo el continente, incluida España, si bien en ésta su presencia fue menor debido al cada vez más poderoso dogmatismo católico e inquisitorial. De Alemania, precisamente, era oriundo el ya mencionado Juan Reuchlin (1455-1522), que en sus viajes a Italia contacta con los círculos neoplatónicos y cabalistas cristianos, representando el tipo de humanista hermético en la línea de Ficino y Pico. Reuchlin estudia y profundiza en los misterios de la Cábala y de la lengua hebrea, desarrollando a partir de esos conocimientos aspectos fundamentales de la Cábala cristiana señalados por Pico en las Conclusiones y el Heptaplus. A Reuchlin, gran conocedor de la cultura griega (se le llamó 'Pitágoras redivivo'), se le debe el haber aportado a la teosofía cabalístico-cristiana la numerología pitagórica, por otro lado ya implícita en ese sistema gracias a la cosmología y la metafísica platónicas. Recordemos que Pico había señalado que en "el número puede encontrarse el modo de investigar y comprender todo lo que es posible saber". Vemos, así, que en su primera obra, De Verbo Mirífico ("El Verbo Maravilloso"), Reuchlin afirma la analogía entre el Tetragramma y la Tetraktys pitagórica, y entre ésta y las diez numeraciones y nombres divinos del Arbol de la Vida, diagrama que a partir de entonces pasa a integrarse definitivamente en la cosmovisión hermética, fuera del ámbito estrictamente judío. Pero es con su segunda obra, De Arte Cabalistica, donde Reuchlin expone la doctrina integral de la Cábala cristiana, pasando a ser el manual de estudio y meditación para todos los adeptos de la Ciencia Hermética. En De Arte Cabalistica se dice que la Cábala es una alquimia que transmuta el mundo de las apariencias externas en percepciones internas, produciéndose una cada vez mayor sutilización de las facultades humanas, hasta su definitiva transformación en espíritu y luz. Sin embargo, al mismo tiempo que se difundían las ideas herméticas y cabalísticas, aparecieron núcleos de violenta reacción contra éstas y sus representantes, ataques que procedían sobre todo de algunos teólogos y de la filosofía escolástica en franca fase de degradación e incomprensión hacia los principios tradicionales. Este enfrentamiento será constante en todo el Renacimiento, viéndose acrecentado con la aparición de la Reforma impulsada por Lutero y Erasmo. En este sentido, no está de más señalar que la Reforma se apoyó al principio en ciertos conceptos extraídos de la Cábala cristiana, al mismo tiempo que muchos cabalistas cristianos vieron con esperanzas el movimiento reformista, el cual abogaba por una vuelta a la pureza primigenia de los Evangelios. Esto fue así hasta que, a su vez, la Reforma protestante decayó en un estéril puritanismo religioso al servicio de los postulados racionalistas y antitradicionales que alumbraron el mundo moderno. Pero también existieron hombres de Iglesia que se interesaron vivamente por el hermetismo cabalístico, e incluso participaron en su difusión. Es el caso del cardenal Egidio de Viterbo (1465-1532), que protegió y se rodeó de sabios versados en Cábala y hermetismo, al igual que hizo otro cardenal, Bessarion, en tiempos de Ficino y Pico. Traductor del Zohar, Egidio de Viterbo dejó una obra considerable, destacando por su contenido la que lleva por título Shekhinah, en la que es notoria la huella de Reuchlin. Para Viterbo, la Shekhinah (la presencia real de la divinidad) es la voz misma de la Sabiduría que se manifiesta en el corazón del justo, mostrándole los celestes misterios. El la asimila al Espíritu Santo, por cuya mediación la Ley se ha ido revelando a través de los siglos a los profetas y apóstoles. Como se dice en el Zohar: "Cuando dos o tres se reúnan alrededor de la Torah, la Shekhinah estará en medio de ellos". Con palabras que evocan la "Tabla de Esmeralda" hermética, Viterbo pone en boca de la Shekhinah : "Porque éste es mi secreto: tanto en la tierra como en el cielo Para qué habría yo creado el cielo, los elementos, las piedras, los metales, las hierbas, los árboles, los cuadrúpedos, los peces, los pájaros, los hombres, sino para que ocurra lo mismo en la tierra como en el cielo, y que el mundo sensible imite al inteligible: y he inscrito signos en la materia tal como lo han imitado los egipcios". Uno de los maestros herméticos más destacados en esa primera mitad del siglo XVI italiano, fue el monje Francesco Giorgi (o Zorzi) de Venecia (1460-1540), ciudad ésta que, después de Florencia pasó a ser la capital de la filosofía oculta del Renacimiento. Bebiendo de las fuentes neoplatónicas, pitagóricas, cabalísticas y en la teología de Dionisio Areopagita, Giorgi escribe De Harmonia Mundi, tal vez la obra que, junto a la de Reuchlin y Agripa, mayor influencia tendrá sobre los cabalistas herméticos de toda Europa. En De Harmonia Mundi son constantes las correspondencias mágico-teúrgicas entre las jerarquías angélicas (también sefiróticas), zodiacales y planetarias, es decir, de todo el conjunto del orden celeste, que inevitablemente se refleja en el mundo sublunar o terrestre. Para Giorgi, la armonía del universo, su belleza, pone al hombre en disposición de comprender y percibir la perfección de la Mónada o Unidad Suprema. Todos los planos y niveles de la creación, desde el superior hasta el elemental, vibran al mismo acorde tañido sobre el diapasón del Arquitecto divino, si bien a diferentes tonos o grados de intensidad. El hombre capta esa sutil armonía por medio de los módulos geométricos y numéricos, que hallan sus más hermosas y esenciales expresiones en la arquitectura y la música. Precisamente, en algunos edificios renacentistas se aplicaron las concepciones geométrico-numerológicas recogidas en De Harmonia Mundi, y en la construcción de los cuales intervino directamente Giorgi, como fue el caso del convento de San Francisco de la Viña, en Venecia. De Harmonia Mundi se tradujo al francés por el poeta hermético Guy Le Fèvre de la Boderie (traductor también de Pico), a la que describió como un tesoro de "bellas semejanzas que se diría que el conjunto está compuesto de un solo bloque de pinturas varias (las diversas fuentes doctrinales en que se inspiró), embellecido y enriquecido con arte". Esta traducción tuvo gran influencia sobre Guillermo Postel y su escuela, la cual representaba el principal foco de expansión de la Cábala cristiana en Francia, país este que, dicho sea de pasada, desempeñaría un importante papel en la conservación de las ideas tradicionales hasta nuestros días. No menos notable fue la influencia de Giorgi en la Inglaterra de Isabel I, que en la segunda mitad del siglo XVI era en verdad una 'isla' de tolerancia hacia la filosofía y la ciencia herméticas, tolerancia que contrastaba con lo que ocurría en el resto del continente, donde aquéllas estaban siendo perseguidas con creciente crudeza por la Inquisición y la Contrarreforma. |
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